Italia
Cierran en Roma la histórica panadería que sirvió a ocho papas, desde Pío XI a Francisco, por casi 100 años
El turismo desterró a los residentes del barrio a espaldas de la Santa Sede y eso marcó la ruina del local.
Todo un capítulo en la historia de la Ciudad Eterna y del Vaticano desaparece con el cierre de este local que, con su sencillo cartel, en que solo se lee “Panificio” (panadería), ha sido parte de la vida cotidiana de los máximos jerarcas de la iglesia católica desde 1930.
El turismo arrollador de una ciudad tan llena de encantos como la capital italiana, terminó por transformar el céntrico sector de Borgo Pio de barrio entrañable, a espaldas de la Santa Sede, en un emporio de hoteles grandes o tipo “bed and breakfast”.
Ante la falta de residentes, la panadería de los Arrigoni solo dio pérdidas en sus últimos tiempos y de ahí a su extinción solo fue suficiente un paso.
Ni siquiera su significado en el devenir del residente más ilustre de la ciudad, ha valido para evitar una pérdida que muchos lamentan.
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Todo comenzó hace 93 años, cuando, procedente de Lombardía, llegó a Roma el padre de Angelo Arrigoni, detrás de una joven de la que estaba locamente enamorado.
En su natal Monza, era panadero y, ante la necesidad de ganarse la vida, aceptó la ayuda de una tía, quien le dio el dinero para que comprara una casa donde instalar el negocio, pero que también le sirviera a ella de morada en sus últimos años.
Solo le impuso una condición y es que el local quedara cerca del Vaticano, pues era muy religiosa y quería estar cerca de los lugares más sagrados de la cristiandad.
Los cierto es que el pan que se produjo en el lugar estuvo lo suficientemente cerca de los representantes de Dios en la tierra como para decir que, básicamente, el Panificio no alimentó a uno sino a ocho de ellos.
El primero, recuerda Arrigoni, fue Pío XI, quien vivía temeroso de que lo envenenarán, así que el traslado del pan desde el local a su mesa era toda una ceremonia.
Del Vaticano llegaba todos los días a la panadería un baúl, en el cual el abuelo de Angelo, que se unió con el tiempo a su hijo en Roma, introducía el pan. Solo él tenía la llave de esta caja en local, mientras que la otra estaba en custodia de un hombre de confianza del pontífice en el Vaticano.
La historia no solo de Roma sino del mundo podría ser contada a través de las vicisitudes en medio de las cuales los sencillos panaderos fueron siempre fieles a su mejor cliente.
Antes de adoptar reacciones o decisiones ante las guerras, milagros, canonizaciones y múltiples controversias que ha enfrentado la iglesia en casi un siglo, los papas se han llenado de fuerzas con los productos de los Arrigoni.
Antes de bajar el telón de su emblemático local, este romano de 79 años le ha revelado a la prensa los secretos de cada uno de los obispos de Roma.
Si Pío XI era amante del refinado pan vienés, un clásico romano de forma redonda y sin miga, Pío XII (1939-1958) enfrentó los embates de la Segunda Guerra Mundial mientras se alimentaba con los panecillos de aceite, toda una rareza.
Por su lado, Juan XXIII (1958-1963) y Paulo VI (1963-1978) eran amates de los rosettine.
Juan XXIII encarna un especial recuerdo de infancia para Arrigoni, ya que una vez que su asistente no pudo ir a recoger el pan, él fue el encargado de llevarlo al Vaticano y no sencillamente en la puerta, sino que se le dio en sus propias mano al pontífice del Concilio Vaticano II.
Cuando a Juan Pablo II (1978-2005) le preguntaron qué pan le gustaba comer, sencillamente contestó que el que comieran los obreros.
Para Arrigoni, el futuro papa Benedicto XVI fue durante muchos años un cura más del Vaticano, que iba a buscar su pan tres veces a la semana.
Ignoraba que era uno de los hombres más importantes de la Santa Sede y se llevó tamaña sorpresa cuando lo vio salir al balcón del Palacio Pontificio minutos después de ser elegido sucesor de Juan Pablo II.
Francisco, el actual pontífice y quien hace varios días ya no recibe el los productos del Panificio, también hizo gala de su sencillez y abandono de sí mismo cuando lo interrogaron acerca del pan de su preferencia: “A mí tráiganme lo que haya, las sobras”, dijo.
El negocio de Arrigoni ya no será más fuente de pan ni de anécdotas alrededor de los papas, luego de los múltiples esfuerzos que él hizo para evitar cerrarlo.
Ha contado que le hizo múltiples pedidos de ayuda a la alcaldía de la ciudad al respecto, pero no fue escuchado. Así mismo, quiso diversificar el lugar, poniendo mesas a las afueras o vendiendo otros productos, pero tampoco le concedieron el permiso para eso.