Análisis
Colombia, Israel y Palestina: de los errores comunes y la insensatez
El excomisionado de la Verdad, Carlos Guillermo Ospina, y el magíster en seguridad y defensa nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez, analizan
Insensatez analítica/política del conflicto colombiano al palestino-israelí. El nuevo capítulo del conflicto en Medio Oriente es tan doloroso como vergonzante, un fallo del “desarrollo” y su incapacidad para responder a lo más básico: el respeto (al diferente); la tolerancia (a la diversidad de pensamientos); el reconocimiento de la diferencia (por las creencias ajenas), entre otros. Aquí, una reflexión frente a la ligereza de tan sensible asunto en la opinión pública colombiana.
De la despolitización del debate. Del absolutismo de lo político, el debate público de ataque/defensa frente al estudio de la guerra se está reduciendo a lo político/ideológico, ¿acaso importan las víctimas?, o todo siempre debe conducir al debate político y electoral (Twitter). Resulta que la insensatez está reduciendo la discusión a la alineación de las “derechas” con la causa judía y de las “izquierdas” con la palestina, con fundado analfabetismo. La insensata polarización ha evolucionado al punto tal que, un país como Colombia, con tan importantes problemas internos, está siendo arrastrado a un debate internacional, del que ciertamente no tienen mucho que aportar y en el cual no tiene (ni debe) asumir ningún rol relevante, y aun así presenciamos el escalamiento de las tensiones diplomáticas. Esto como síntoma de la carencia de una buena cultura de la administración pública (de carrera, profesional), en la cual los tecnócratas quedan relegados a las creencias y los hechos, a las opiniones personales. Es imperativo desideologizar la administración pública; crear canales de normalización entre el discurso político y la administración técnica. Menos política, más tecnócratas.
Víctimas relativas, dolores selectivos. En el marco de lo anterior, hemos llegado al absurdo de condenar unas muertes y censurar otras, nada nuevo en Colombia, donde las mismas entidades públicas (con extrema dependencia política/ideológica) han promovido la investigación de fenómenos criminales (ejecuciones extrajudiciales, AUC) y se han relativizado y olvidado y pormenorizado otros (infracciones DIH de guerrillas y demás grupos subversivos) bajo argumentos como que, la ponderación de unos crímenes son más graves que otros; o al considerar que un asesinato es más o menos importante según fuese: el actor, el lugar, el modo y el contexto.
Esta “priorización” e “importancia” de asesinatos y víctimas de “primer” y “segundo” orden, es un error de inimaginados resultados, que causara revictimización, resentimiento y una posverdad polarizante de proporciones similares a las chilenas, donde el estudio selectivo de la verdad histórica ha sido el germen de una sociedad dividida por el análisis de su pasado.
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Idéntica situación se presenta en los debates en los medios y en círculos políticos frente al caso Palestina-Israel, donde se sobreponen algunos vejámenes por sobre otros. Al final, una víctima civil es una víctima, sin distingo de su bando. Una infracción al Derecho de la Guerra es una infracción al Derecho de la Guerra sin importar su procedencia.
De la guerra y sus límites. Ahora bien, es claro que el conflicto colombiano tiene unas variables de inicio, relativamente sencillas de enlistar, que con el paso de las décadas mutó, se desideologizó y se entregó al narcotráfico. Aun así, su legado han sido millones de desplazados, muertes y rezago económico, siendo la lucha armada legal-ilegal una tragedia para el país. Lo peor, la negación de lo evidente y la persistencia de grandes colectivos políticos y sociales que la justifican.
Similar situación para el caso de Israel-Palestina que, aunque el origen de sus problemas es de ascendencia política-religioso e histórica, la espiral de los hechos ha configurado un nudo gordiano sin aparente solución, que cabalga en el intentar comparar dolores y afrentas de lo que ha llevado a la imposición del rencor como argumento. Así es imposible omitir lo obvio: los civiles y las personas protegidas son intocables; y en la guerra no todo vale. Por ello, lanzar cohetes; secuestrar rehenes; hacer bombardeos masivos indiscriminados, son simplemente crímenes.
Similar debate se da en el caso colombiano, donde se relativizan, excusan o ignoraran casos como el del lanzar cilindros bomba de forma indiscriminada para atacar puestos de Policía y destruir poblaciones enteras (véase las FARC-EP en los años noventa); o la explosión de oleoductos para cobrar coimas e impuestos ilegales (véase al ELN); o incluso justificar que se dieran masacres intra-filas por la disidencia ideológica (véase Frente Ricardo Franco), entre otros.
Colombia más de media década de dolor y ningún aprendizaje. Si bien, en el país se han documentado innombrables tragedias y, sin embargo, la sociedad civil, la clase política y ahora las entidades de la verdad y la transición, no han atisbado que, la clave está en la creación de una cultura de la paz y convivencia. Sí, el esclarecimiento de los hechos de la verdad es fundamental, pero en vía de reconciliación nacional, no de polarización, para que la verdad ¿para continuar la violencia?, ¿o la verdad histórica para la reconciliación y no repetición? Colombia, un país que registra cientos de miles de asilados en el mundo, que han huido de la violencia, que cuenta millones de damnificados y víctimas, y aun así no hemos aprendido a hacer la paz. Lamentablemente, en los colegios hay un frenesí por estudiar la trigonometría, pero se obvia que realmente se necesita enseñarles a los niños a hacer la paz, a detener el ciclo, a crear una cultura del perdón.
Nuestro pasado debería habernos conducido hacia una sociedad que abraza la paz como propósito nacional. Pero eso no ha sucedido, y lo que vemos es una Cancillería preocupada por tomar bando en un conflicto lejano, magno error. Preocupados debemos estar, pero en promover la conciliación, el acuerdo, la paz, la negociación, el perdón, entre otras. Ciertamente, deberíamos ser reconocidos líderes internacionales de la paz (véase suiza, noruega…) porque nuestro pasado nos ha dejado cicatrices que nos enseñaron que la guerra no conlleva nada bueno. Pero no, el debate y el análisis político este empecinado en otorgar responsabilidades, señalar y enjuiciar, como mecanismo para acabar con la guerra, mientras tanto los jóvenes siguen siendo reclutados y todo en clave de repetición.
Del pasado a la repetición y de la repetición al resentimiento. Los vicios analíticos en las entidades de la transición judicial, histórica y de búsqueda, merecen un llamado de atención para que eviten caer en una política del resentimiento y le apuesten a una estrategia de reparación social, porque los libros de historia nacional están llenos de elaboradísimos procesos, grandes tratados y muy elocuentes sentencias y leyes; pero de poco perdón social, poco de justicia reparadora, poca transición y un nulo acuerdo nacional, el resultado: el reciclaje del ciclo infinito de la violencia. Paremos a enseñarle a los muchachos porque plata mal ávida no da merito ni hay orgullo en matar en nombre de la revolución o la contrarrevolución.
Concluimos señalando que, tanto en el caso colombiano como en el de Israel-Palestina, desde mediados del siglo pasado, ha prevalecido la guerra como medio de interacción político-social y nada bueno ha germinado, es hora de cambiar la estrategia de formación social o seguiremos en esta conversación otros 100 años.
Adenda. La guerra siempre es cruel y aun así nada justifica que se rompan los derechos mínimos de los civiles. Un llamado al respeto a la vida sin distingo de bandos, colores, países, partidos o ideologías.