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El confinamiento experimental que terminó con sus participantes casi muertos
Gran parte de la rutina de los ocho participantes, llamados "biosferianos", se redujo a labores agrícolas. Debían cultivar sus propios vegetales, recolectar granos del suelo y obtener proteínas de animales de granja.
La aventura casi termina en tragedia.
En 1991, un grupo de ocho investigadores voluntarios se encerró durante dos años en una estructura de cristal y acero dentro de la que científicos habían recreado varios ecosistemas del planeta Tierra.
Aquel experimento formaba parte del proyecto Biosfera 2 y el objetivo era comprobar si, en un futuro, los humanos podrían vivir en circunstancias similares en colonias en otros planetas.
Gran parte de la rutina de los ocho participantes, llamados "biosferianos", se redujo a labores agrícolas. Debían cultivar sus propios vegetales, recolectar granos del suelo y obtener proteínas de animales de granja y peces criados en estanques de acuicultura.
El experimento, presentado como como una "misión espacial" dentro de la Tierra, acaparó la atención mediática.
Pero la aventura no acabó como se esperaba.
Los cultivos no crecían al ritmo estimado, la comida empezó a escasear, el oxígeno era insuficiente y la tensión afloró en la convivencia de los participantes.
Un "Jardín del Edén"
El diseño original del complejo Biosfera 2 fue idea de John Polk Allen, un ingeniero graduado por la Universidad de Harvard en Estados Unidos.
Fuente: GETTY IMAGES.
Allen era también el director de la empresa Space Biospheres Ventures, que en 1984 compró la propiedad donde se localizó el ecosistema artificial cerrado en Oracle, en el desierto de Arizona.
La construcción se completó en 1989 y consistía en tres edificios. El primero, un gran domo de cristal y acero; el segundo, un área subterránea de tecnología, y el tercero, una zona destinada al hábitat humano.
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El domo medía casi 28 metros en su punto más alto y contenía cinco ecosistemas: un bosque tropical, un desierto, una sabana, un manglar y un océano con arrecifes de coral. Dentro se encontraba, además, la zona dedicada a la agricultura.
En el interior del edificio tecnológico se alojaban los componentes que mantenían la climatología interior, con controladores de temperatura y humedad.
"El objetivo principal era determinar si una biósfera artificial podía funcionar, incrementando reservas de energía y biomasa, preservando un alto nivel de biodiversidad y biomas, estabilizando su agua, suelo y atmósfera", según escribieron el director del proyecto, John Polk Allen, y uno de sus participantes, Mark Nelson, en un documento con el resultado de la investigación en 1997.
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Los investigadores involucrados querían saber si una biósfera autosostenible, con todos los ecosistemas de vida de la Tierra, podía "proveer una vida creativa y saludable para humanos que trabajaron como naturalistas y científicos", según dicho documento.
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Básicamente, se trataba de comprobar si el ser humano sería capaz de mudarse a otro planeta llevándose un trozo del nuestro. Para ello, los científicos viajaron por el mundo y recopilaron recursos y conocimientos para crear el ecosistema artificial.
Llenaron Biosfera 2 de animales, vegetación y la tecnología necesaria para mantener las condiciones adecuadas.
"Era como crear una especie de Jardín del Edén en interiores", dijo Linda Leigh, una de las científicas que estuvo confinada, en un documental reciente sobre el experimento llamado ‘Spaceship Earth‘.
Y así, en septiembre de 1991, cuatro hombres y cuatro mujeres iniciaron el experimento: Roy Walford, Taber MacCallum, Mark Nelson, Sally Silverstone, Silke Schneider (quien después sería sustituida por Abigail Alling), Mark Van Thillo, Jane Poynter y Linda Leigh.
Impacto mediático
"Me llamaron por teléfono proponiéndome que me uniera al equipo voluntario y antes de que terminaran la oración ya había dicho que sí", recuerda Nelson, uno de los ‘biosferianos‘, en el documental.
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"Éramos pioneros, los primeros ‘biosferianos‘. Nos habían dado un nuevo mundo para cuidar de él", agregó Nelson.
Mientras tanto, el mundo se enteraba del proyecto gracias al eco de los medios de comunicación, hasta el punto en que necesitaron contratar un equipo de relaciones públicas para lidiar con la presión mediática.
Poco después de empezar el confinamiento, el entusiasmo inicial de los integrantes comenzó a disiparse. Aumentaron los roces y las discusiones.
"Nunca se sabe lo que puede pasar cuando te encierras a convivir durante dos años con otras siete personas", recuerda Nelson.
Los turistas se paseaban por fuera de las instalaciones, en visitas guiadas donde veían trabajar a los investigadores a través del cristal, como si se tratara de una visita al zoológico.
Dentro, cada uno de los participantes tenía una misión específica. Debían ocuparse de la ganadería, la preservación de los arrecifes de coral, la cría de peces y los cultivos, por ejemplo.
Además, evaluaban el comportamiento de los gases, sobre todo del oxígeno y el dióxido de carbono.
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Roy Walford era médico, y su trabajo era vigilar los efectos del confinamiento en la salud de los ocho voluntarios.
"Si podemos trasplantar un arrecife de coral, gestionar una granja, no contaminar la atmósfera ni el agua y reciclar nutrientes, se pueden aprender grandes lecciones aquí", pensaba Nelson durante su confinamiento experimental.
Hambre, tensión y falta de oxígeno
Los ‘biosferianos‘ concuerdan en que la escasez de comida no ayudó a tener un ambiente sano.
De todos los cultivos, uno de los más exitosos, según revelaron Allen y Nelson en los resultados de la investigación, fue el plátano. De esta forma, los confinados tuvieron que utilizar dicho fruto para múltiples recetas. Hasta intentaron producir vino de plátano, pero sin éxito.
"Tuvimos que tomar decisiones importantes, porque algunos cultivos se daban mucho mejor que otros. Así que terminábamos comiendo un mismo producto, como la remolacha, en forma de sopa o en forma de ensalada", dijo durante el documental Sally Sylverstone, otra de las ‘biosferanas‘.
Pero los alimentos no fueron el único recurso que empezó a escasear. Tanto los participantes en el confinamiento como otros científicos que monitoreaban el experimento desde fuera, detectaron un aumento en los niveles de dióxido de carbono y una disminución del oxígeno.
"No podía terminar una oración sin que me faltara el aire", dijo Nelson.
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"Subía un par de escalones y ahí me detenía para volver a tomar aliento", recuerda Linda Leigh.
La falta de suficientes alimentos hizo que los ‘biosferianos‘ perdieran peso y, de mantenerse bajos los niveles de oxígeno, existía el riesgo de daño cerebral.
"Respirábamos el aire del otro, estábamos sofocados y muertos de hambre", dijo Leigh.
"Estar peleándonos, además, no ayudaba a que consiguiéramos el objetivo por el que nos habíamos encerrado aquí", lamentó Nelson.
El experimento se desmoronaba y la primera idea de sobrevivir dos años solo con lo que había dentro de Biosfera 2 no funcionó. Se introdujeron alimentos extra y extractores de dióxido de carbono y bombas de oxígeno desde fuera.
La prensa tildó al proyecto como un "fracaso".
No más confinamientos
A pesar de necesitar ayuda del exterior y no poder llevar una vida autosuficiente, el proyecto consiguió durar los dos años estipulados.
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En 1994, una segunda expedición regresó a los interiores de Biosfera 2, pero se canceló antes de que terminara la misión.
Hoy, Biosfera 2 pertenece a la Universidad de Arizona y se utiliza como centro de investigación sobre los ecosistemas de la Tierra.
Casi tres décadas después, ya no hay más confinamientos ni experimentos en los interiores del domo gigante de cristal.