ESTADOS UNIDOS

Coronavirus, campaña contrarreloj y fanáticos desatados: las horas bajas de Donald Trump en la Casa Blanca

La crisis de gobernabilidad no da tregua. Los demócratas piden remover a Trump por su extraño estado mental, mientras que en Míchigan una milicia seguidora suya estuvo a punto de desencadenar una situación incontrolable.

10 de octubre de 2020
Desde que empezó su tratamiento para superar su propia infección, hay quienes advierten que Trump ha perdido lucidez. La presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, dijo no descartar la posibilidad de recurrir a la vigesimoquinta enmienda, que le entregaría el cargo al vicepresidente, Mike Pence, mientras Trump recupera su salud.

La Casa Blanca está desierta, con decenas de sus funcionarios contagiados del coronavirus, probablemente por su propio jefe, que desde un comienzo impuso una actitud despreocupada al respecto. Y desde que empezó su tratamiento para superar su propia infección, hay quienes advierten que Donald Trump ha perdido lucidez. La presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, sacudió al país el jueves al afirmar que “el presidente está, digamos, en un estado alterado en este momento. No sé cómo interpretar ese comportamiento”. Sugirió que “cuando alguien toma esteroides o tiene covid-19, puede haber algún impedimento de juicio”.

Mientras su médico, Sean Conley, se escuda con versiones contradictorias, Pelosi dijo no descartar la posibilidad de recurrir a la vigesimoquinta enmienda, que le entregaría el cargo al vicepresidente, Mike Pence, hasta que Trump recupere su salud. A menos de un mes de las elecciones, el panorama no podría ser peor, y los actos de Trump comienzan a traer consecuencias nefastas. Pelosi puso el dedo en la llaga justo cuando, en otra región del país, el FBI descubrió un plan para secuestrar a la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer, y tomar el poder en este estado. Se trataba justamente de un grupo fanático de Trump.

Semejante combinación de hechos se produjo pocos días después de que Trump escenificó una imagen muy a su estilo al regresar a la Casa Blanca, tras un paso corto por el hospital Walter Reed. Erguido como de costumbre, luego de descender del helicóptero presidencial, con un gesto desafiante, se quitó el tapabocas, a la vez que dejaba entrever alguna dificultad para respirar. “Me siento mejor que hace 20 años”, aseguró.

Después de subestimar la pandemia durante meses, era de esperarse que Trump se contagiara del virus en algún momento. Pero la enfermedad le llegó en el momento menos oportuno, cuando está ante una carrera contrarreloj. Los sondeos cada vez le dan mayor margen al demócrata Joe Biden, con victorias en estados péndulo. La encuesta de la Universidad Quinnipiac indica que Biden supera a Trump por 11 puntos en Florida, y en Pensilvania le da hasta 13 puntos de ventaja, aunque otras dan una diferencia aún más abultada. El mandatario promete en Twitter volver al ruedo lo antes posible.

En un momento en que los muertos por coronavirus superan los 210.000, Trump se encuentra recluido en la Casa Blanca, desde donde pide “no temerle al virus”. Como le dijo a SEMANA Laurie Rice, profesora de Ciencia Política en la Southern Illinois University Edwardsville, “el diagnóstico del presidente hace imposible para él mantener el tema del coronavirus fuera de la agenda pública. Es un problema serio para su campaña, y en las próximas semanas se podría ver cómo los votantes empiezan a decidirse de manera irreversible por Biden”.

El magnate a lo largo del año ha sufrido un traspié tras otro. En febrero, gracias a su partido superó el impeachment, pero justo después del proceso apareció la pandemia. Trump subestimó su impacto, y en cuestión de semanas convirtió a Estados Unidos en el epicentro de la crisis sanitaria. Con ello se desplomó la economía, la principal y única bandera de sus cuatro años de mandato. Por si fuera poco, la crisis social y racial desestabilizó al país, y puso bajo la lupa su abuso de poder con gestos como utilizar agentes federales para atacar a los manifestantes y empoderar a sus seguidores al no condenar el supremacismo blanco.

Como quedó confirmado el jueves, su apoyo a los racistas armados comenzó a tener consecuencias. En abril, Trump arremetió contra las medidas de confinamiento decretadas por la gobernadora Gretchen Whitmer en Míchigan. El magnate, impedido para reabrir los estados a su antojo, convocó a sus seguidores en Twitter: “LIBERATE MICHIGAN!”, escribió en mayúsculas el mandatario, lo que suscitó revueltas contra el confinamiento en la capital, Lansing. No parece coincidencia que esta semana el FBI haya arrestado a 13 personas por planear el secuestro de la gobernadora Whitmer.

Kellyanne ConwayExasesora de la Casa Blanca

El hecho, digno de una película catastrofista, encendió las alarmas. De acuerdo con el FBI y la policía de Míchigan, una milicia de extrema derecha llamada Wolverine Watchmen querría “instigar una guerra civil”, y para ello iba a secuestrar a Whitmer, quien figuró entre las nominadas para fórmula de Biden, y tomar el poder en el estado. Lo más preocupante es que los hechos sucedieron una semana después de que Trump, en su debate presidencial, se negó a condenar a los supremacistas blancos, a quienes ha llamado “buenos muchachos”.

El mandatario apareció esta semana por fuera de sus cabales, por los giros que dio en pocas horas en temas como los estímulos a la economía y los próximos debates, y el jueves llamó “monstruo” y “comunista” a Kamala Harris. En medio de todo, la estabilidad del sistema estadounidense pende de un hilo. Trump ya ha saboteado la democracia con acusaciones infundadas sobre un supuesto fraude, y ha convocado a ciertos grupos a “vigilar” los resultados del 3 de noviembre, una invitación a la violencia y al caos. Y, en el plano político, sigue provocando a los demócratas al imponer, a pocos días de las elecciones, la nominación de Amy Coney Barrett, una jueza conservadora y republicana, para reemplazar en la Corte Suprema a Ruth Bader Ginsburg.

Hope Hicks, consejera presidencial de Trump y aparente fuente del contagio de Trump y sus asesores.

A tono con su estrategia provocadora, y en contra de lo que dicen sus asesores, ahora parece querer usar su coronavirus como herramienta política. Tuitea todo el tiempo que se encuentra bien, y no quiere debatir virtualmente con Biden, a pesar de que su salud le impide realizar un cara a cara en los próximos días. Ahora que nadie sabe cómo está la salud el magnate, no ha hecho más que crear desconfianza. El coctel de terapias experimentales que tomó apenas contrajo el virus ha generado grandes sospechas y ha sido catalogado como un pésimo ejemplo para los estadounidenses. Tampoco ayuda que buena parte de su círculo en la Casa Blanca se haya contagiado.

Durante la ceremonia de nominación de Barrett, decenas de miembros de su equipo contrajeron el virus, por lo que su campaña se encuentra en un punto muerto. Cualquier reacción precipitada del mandatario podría ser devastadora. Según Rice, “Trump estará por obligación fuera de la campaña mientras tenga el virus. Muchos de sus asesores, también contagiados, están fuera, lo que significa que debe cambiar a una estrategia virtual”. Para la experta, “si bien Trump puede estar tentado a regresar a la campaña antes de lo que permiten los protocolos de salud pública, hacerlo solo reforzaría la narrativa de los demócratas de que el presidente Trump ha manejado el coronavirus de manera irresponsable”.

En todo caso, el magnate dice ser “inmune” a los embates del coronavirus, una afirmación que ofende a las víctimas, que por otra parte no tuvieron acceso al coctel de medicamentos experimentales que él recibió. Por el contrario, el país no ha sido inmune a sus decisiones erráticas y a sus provocaciones, que como quedó demostrado en Míchigan están a muy poco de poner a Estados Unidos, la nación más armada del mundo, a las puertas de un nuevo conflicto civil.