CRUZANDO LA CORTINA DE BAMBU
No sólo un show preelectoral es lo que está detrás del viaje de Ronald Reagan a Pekín
Si hace apenas cinco años alguien le hubiera pronosticado a Ronald Reagan una visita a la China, nadie -empezando por él mismo- lo habría creído. El entonces fogoso candidato presidencial había gritado a los cuatro vientos su amor por Taiwán como una prueba más de su ferviente anticomunismo. Sin embargo, los tiempos cambian y, tal como lo ha comprobado Reagan, para cambiar de posición sólo se necesitan un par de requisitos: que 1984 sea año de elecciones y que la actual administración norteamericana no haya tenido sino fracasos rotundos en el manejo de la política exterior. Esto es lo que explica que desde el pasado jueves el Presidente Reagan se encuentre en el país más populoso de la tierra (algo más de 1.000 millones de personas) esperando demostrarle a la opinión mundial que tiene las capacidades para tratar con un país comunista.
Borrados temporalmente han quedado los precandidatos demócratas, las peleas con Moscú y un congreso norteamericano decidido a vengarse de los desaires que le ha hecho la Casa Blanca en el manejo del problema centroamericano.
Pero si Ronald Reagan ha cambiado, no hay duda que la China que recibiera a Richard Nixon en 1972 y a Gerald Ford en 1975 es bastante diferente en comparación con la de hoy en día. Una vez que el vacío dejado por la muerte de Mao Tse Tung fue superado, el estilo de gobierno impuesto por Deng Xiao Ping -el cual hace énfasis en la iniciativa individual- ha empezado a producir resultados satisfactorios, al tiempo que ha permitido la intrusión de rudimentarias formas de capitalismo en uno de los sistemas que en otro tiempo fuera el más colectivizado del mundo.
Bajo la simple premisa de permitir a los trabajadores aumentar su salario con base en la calidad de la labor desempeñada, China ha probado ser un terreno fértil para que surjan aumentos impresionantes en la productividad de fábricas y granjas. En ciertas áreas, el salario per cápita se ha multiplicado por cinco desde 1978 (fecha en la cual se hicieron las primeras reformas) y los resultados generales de la economía le han permitido predecir al gobierno que China habrá cuadriplicado su producción bruta para el final del presente siglo. La escena de un pueblo uniformado con casacas verdes, familiar para los occidentales hace una década, se ha transformado por la de una población multicolor vestida a la usanza europea, en la cual estar a la última moda es símbolo de estatus y clase. La demanda de televisores de color, grabadora y demás artefactos de uso doméstico ha crecido por ejemplo, como espuma en un mercado cuyas ventas al detal alcanzaron 159 mil millones de dólares en 1983.
La nueva riqueza de la que disfrutan millones de chinos se basa en el llamado "sistema de la responsabilidad" que permite sueldos variables en contraste a los salarios fijos de la época de Mao. De tal manera, cada empresa es gerenciada individualmente y de haber utilidades,éstas se reparten entre los trabajadores. Tal cambio en las reglas de juego ha tenido especial resonancia en el campo donde los chinos sufrían los problemas de escasez que ocurren en otras economías donde la producción agrícola se ha colectivizado. Ahora, los 800 millones de chinos que viven en el campo tienen el compromiso de darle al Estado una cuota fija del producto, pudiendo quedarse con el excedente. El resultado ha sido la aparición de una serie de campesinos adinerados que se pueden dar lujos desconocidos antes: hace un mes la familia del criador de pollos Sun Guiying pudo hacerse a un Toyota último modelo, con lo cual se constituyó en el primer campesino en tener un auto de uso personal en los 35 años de historia de la República Popular de China.
A pesar de que, contra las expectativas iniciales, la Casa Blanca se ha mantenido en buenos términos con Pekín, la agenda de discusiones entre chinos y norteamericanos incluye varios puntos espinosos. Entre ellos el más significativo es el de Taiwán, país al que Washington sigue suministrando generosamente armas en tácita violación a un acuerdo que firmara con China Popular en agosto de 1982. Si bien la posición de cada lado no es tan irreconciliable como fuera hace unos años, la verdad es que todavía falta mucho para que haya esperanzas de un arreglo definitivo al problema. Otro punto de difícil arreglo es el de la tecnología nuclear que los chinos desean adquirir con el propósito de generar energía. La iniciativa ha contado con la oposición del Pentágono por las implicaciones militares que ésta pueda tener y por cuanto los chinos se han mostrado reacios a seguir los procedimientos de seguridad establecidos para el caso.
Un tercer punto de especial interés para Reagan es el de la actitud china hacia la Unión Soviética. Después de demostrar en la década de los 70 que son igualmente independientes, Pekín ha dejado en claro que no es carta de nadie y que, más bien, juega de acuerdo a sus propios intereses. Por tal motivo, Reagan se ha abstenido de mencionar directamente a los rusos para evitar lesionar la suceptibilidad de los chinos.
Dos áreas en las cuales se esperan más resultados son las de cooperación comercial y las de modernización de los equipos de los 4 millones de soldados del ejército chino. En las primeras, diferentes multinacionales han colocado sus ojos en el prometedor mercado interno de la nación oriental el cual desea desde equipos petroleros hasta computadores; la segunda es uno de los propósitos fuertes de la visita de Reagan, pues los militares chinos cuentan con un equipo obsoleto que necesita renovación. Sin embargo, los conocedores alegan que es poco lo que se puede hacer en esa area pues a pesar de ser el país más poblado, Pekín tiene los mismos problemas para generar divisas que cualquier otro país en vía de desarrollo.
Para China la visita de Reagan será, por otra parte, la oportunidad ideal para afincar su política de "relaciones estratégicas integrales" con USA, en la que Pekín viene empeñada desde comienzos de la década de los 70. En abono de esa orientación, los chinos han adoptado conductas internacionales que si bien los ha acercado a la Casa Blanca, han generado las más vivas discusiones a nivel mundial. La invasión de 600 mil soldados chinos a Vietnam en 1979, su apoyo a la implantación en Europa de los misiles norteamericanos y su identidad con USA respecto de los problemas de Afganistán y Kampuchea (desde el 1° de abril pasado, China volvió a atacar con fuego de artillería pesada las provincias norteñas de Vietnam invocando la "invasión" vietnamita de Kampuchea) son algunos de los tópicos que ofrece Deng Xiao Ping a la administración norteamericana para consolidar esas relaciones, pese a las diferencias existentes con Washington. Recientemente Pekín criticó públicamente la invasión a Granada, la política de la administración Reagan sobre Centroamérica y el Medio Oriente.
Pero para Moscú esto no logra ocultar el hecho de que en otras áreas claves como las relaciones norteamericanas con Israel y Sudafrica, la carrera armamentista de Occidente y los problemas de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, China ha adoptado posturas coincidentes con las norteamericanas que no le permiten a ésta aparecer como una potencia políticamente independiente. Para los que ven las cosas desde este ángulo la "carta china" va a cobrar notable fuerza en el diseño de la política de la Casa Blanca de los próximos meses, especialmente en relación con los países en desarrollo. En el transfondo, esto sería un elemento más de los objetivos de la visita a China del Presidente Reagan.