MUNDO
Cuando el presidente Sebastián Piñera conmovió al mundo al revelar que los 33 mineros chilenos estaban vivos
El exitoso rescate de los 33 mineros conmovió al mundo, inspiró a Latinoamérica y consolidó la imagen de Chile como un país modelo. Una epopeya sin precedentes.
Artículo publicado por SEMANA el 15 de octubre de 2010 y republicado tras el deceso de Sebastián Piñera, expresidente de Chile. El derrumbe de la mina San José se produjo el jueves 5 de agosto de 2010, dejando 33 personas atrapadas. El rescate se concretó el 13 de octubre de ese año.
Luis Urzúa era el jefe de turno de la mina de San José el 5 de agosto, cuando un derrumbe lo atrapó junto a 32 compañeros a más de 600 metros de profundidad. Por eso, resultó ser un turno de 70 días, pues solo el miércoles a las 9:46 de la noche lo entregó, no a un compañero suyo, sino al presidente chileno, Sebastián Piñera, en persona.
Lo hizo tan pronto pisó la superficie, en un emotivo gesto simbólico que selló el dramático rescate de los mineros que conmovieron al mundo con su historia de supervivencia. “Recibo su turno y lo felicito por cumplir con su deber, saliendo de último, como hace siempre un buen capitán. Y quiero decirle, don Luis, me siento orgulloso de todos y cada uno de los 33 mineros, un ejemplo de compañerismo, de coraje, de lealtad”, le contestó Piñera, el magnate convertido en político, al humilde topógrafo de 54 años. Lo hizo antes de lanzar el incontenible grito popular que tantos repitieron a lo largo del país austral: “¡Viva Chile! ¡Viva Chile!”.
Hoy se cumplen 13 años desde que Chile dio un ejemplo al mundo del poder de la unidad, la fe, la voluntad y la esperanza, al salvar, en condiciones extraordinariamente adversas, la vida de 33 mineros atrapados en las entrañas profundas de la mina San José en el Desierto de… pic.twitter.com/V7FE8Oljtw
— Sebastian Piñera (@sebastianpinera) October 13, 2023
Acto seguido, los presentes en ese rincón del desierto de Atacama comenzaron a cantar el himno nacional con el casco en el corazón. Abajo, en las profundidades donde los 33 permanecieron por más de dos meses bajo un mar de roca, estaban los seis rescatistas que, a la espera de su ascenso, sostenían una pancarta con el mensaje “misión cumplida”. Era el epílogo feliz de una historia de heroísmo y resistencia sin precedentes en el mundo, que comenzó el jueves 5 de agosto, cuando colapsó un sector de la mina de San José. Los mineros atrapados sabían muy bien qué hacer, y su primera reacción fue escapar por el ducto de ventilación, que atravesaba verticalmente los varios kilómetros de rampas en espiral. Al fin y al cabo, la mina había sido cerrada por problemas de seguridad, y una de las condiciones oficiales para reabrirla consistía en instalar una escalera por esa chimenea. Pero cuando llegaron al lugar, encontraron que la compañía no había cumplido esa obligación. Al menos les quedaba, pensaban, ese ducto por el cual tarde o temprano los rescatarían. Pero días después un segundo derrumbe selló por completo el yacimiento. La situación, ya de por sí mala, ahora era catastrófica. Aturdidos, tardaron tres horas en retomar el control de sí mismos, pues en medio de la polvareda no veían ni oían nada. Estaban irremediablemente atrapados sin forma de renovar el aire para respirar.
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Durante los primeros 17 días, su suerte era incierta para sus parientes, que recordaban con horror las múltiples ocasiones en que algo así ha terminado en tragedia. Abajo, y en medio del riesgo de que la deses-peranza hiciera que el caos se apoderara del grupo, Urzúa entendió la necesidad de mantener el orden por encima de todo. El veterano minero sacó a relucir sus dotes de jefe y se encargó de mantenerlos unidos y organizados. La reserva de comida apenas estaba calculada para tres días, y era evidente que el drama duraría mucho más, si es que terminaba. Consistía en latas de conserva de un pescado parecido al atún, cubitos de duraznos en almíbar y unas cuantas cajas de galletas. Urzúa hizo sus cálculos, y les asignó cada 48 horas una ración consistente en una cucharada de pescado y media galleta.
Con una disciplina y una presencia de ánimo sorprendente en las circunstancias, se instalaron en una de las rampas, cerca del refugio de unos 50 metros cuadrados, y se movían en un espacio reducido, con zonas asignadas para comer, dormir y, metros más abajo, ir al baño. Soportaban temperaturas de hasta 40 grados y humedad extrema. Y, sobre todo, nada les aseguraba que podrían ser rescatados. Esa fue la etapa más dura y tal vez la que los investigadores escudriñarán con mayor cuidado. En casos como esos es claro que la salud mental de un grupo humano transita al borde del colapso, lo que hace de este caso un objeto único de estudio. La situación anímica comenzó a mejorar cuando oyeron los primeros golpes de las sondas que enviaban desde la superficie. Sabían que era una búsqueda prácticamente a ciegas, pero oír que había alguien intentando sacarlos les devolvió las esperanzas. Si el ánimo de los mineros era precario, en la superficie era aún más crítico. El presidente Sebastián Piñera se encontraba en pleno viaje hacia Bogotá, para asistir a la posesión de su colega Juan Manuel Santos, cuando se enteró del accidente. Acortó su visita y regresó de inmediato a Chile para ponerse al mando de la situación.
De ahí que el domingo 22 de agosto, cuando una sonda por fin alcanzó el refugio subterráneo y los mineros pudieron enviar de regreso un mensaje, exhibiera radiante ante las cámaras el papelito que lo decía todo: “Estamos bien en el refugio los 33″. El país estalló en júbilo mientras el obispo Gaspar Quintana, la máxima autoridad eclesiástica de Atacama, aclaraba que el hallazgo de los 33 mineros no podía ser calificado como un milagro. Pero no convenció a nadie.
Al rescate
Las sondas se convirtieron en el cordón umbilical que comunicaba a los mineros con el mundo exterior. A través de las ‘palomas’ les enviaron cámaras, agua embotellada, parches de nicotina, ropa y medias especiales para evitar las bacterias, entre muchos otros suministros. También medicinas, gotas para los ojos irritados por el polvo suspendido y crema para la piel afectada por la humedad, así como las cartas de los familiares, supervisadas meticulosamente por un equipo de psicólogos. Las primeras imágenes eran borrosas y lúgubres, pero eran el retrato de la vida misma. Pero aún faltaba lo más difícil. Había que atravesar ese mar de roca y preparar un mecanismo de evacuación, y hacerlo todo contra el tiempo.
De inmediato, el ministro de Minería, Laurence Golborne, comenzó a planear una operación sin precedentes en la historia. Con el apoyo de varios países, tres máquinas perforadoras comenzaron a intentar lo que parecía imposible. Mientras tanto las autoridades manejaban un optimismo marcado por la prudencia, siempre fueron cautas en los plazos, y les anunciaron a los mineros que no los iban a sacar antes del bicentenario, el 18 de septiembre, como pedían, pero sí antes de Navidad. Mientras tanto, el mundo seguía expectante los detalles de los mineros y su vida bajo tierra. Los videos grabados desde su refugio alimentaban un interés que crecía con cada jornada. Las primeras familias llegaron el día del accidente y, a la semana, ya estaban instaladas las primeras carpas del campamento La Esperanza, levantado a toda prisa para recibirlos.
Después, la famosa nota despertó el frenesí, y el lugar se convirtió en una ciudadela donde el gobierno incluso instaló una escuelita para los niños, con capacidad para 13 alumnos.El rescate se convirtió en un reality, una suerte de Truman Show, con unos 2.000 periodistas, fotógrafos y camarógrafos de todo el mundo a la caza de las alegrías y las tristezas de los familiares. En el campamento abundaban las antenas satelitales. Las cinco grandes cadenas de televisión japonesas, por ejemplo, estaban allí, y algunos enviados especiales las acusan de haber iniciado la puja por pagar millonadas por los testimonios. Además de los grandes canales que preparaban documentales, como HBO, BBC o Discovery, se ponía en camino una película del cineasta chileno Rodrigo Ortúzar, con el predecible título de Los 33.
Al final, la máquina que llegó al destino fue la del llamado plan B, una Schramm T-130, fabricada en Pennsylvania. La cápsula especialmente creada para sacarlos, bautizada ‘Fénix’, en alusión al ave mitológica que renace de sus cenizas, fue diseñada por los técnicos de la Nasa y construida en un astillero local. El primero en usarla fue Manuel González, el rescatista a quien muchos consideran el máximo héroe, pues fue capaz de bajar sin que en ese momento hubiera la más mínima garantía de éxito.
Con su llegada y la de tres compañeros más, era posible comenzar la odisea. Por fin, el martes el primer minero, Florencio Ávalos, llegó a la superficie. En Washington, Barack Obama lo vio en directo y dijo que el rescate “inspiraba al mundo”. Sin ningún sesgo ideológico, todos los mandatarios suramericanos, desde el venezolano Hugo Chávez hasta el peruano Alan García, felicitaron al gobierno chileno. Cristina Fernández, la presidenta argentina, escribió “Chi chi chi, le le le” en su Twitter. Juan Manuel Santos expresó la alegría del pueblo colombiano por el rescate que calificó como “impecable y milagroso”. Lo propio hicieron el rey Juan Carlos de España, el francés Nicolas Sarkozy y hasta el sudafricano Jacob Zuma, entre muchos otros.
Valores humanos
Los expertos de la Nasa presentes en Copiapó siempre enfatizaron en que en esas condiciones de encierro prolongado es clave contar con un líder, que indudablemente fue Urzúa. El psicólogo que los atendía en la superficie, Alberto Iturra, llegó a decir “el tipo debe tener algo extraordinario”. Fue Urzúa el encargado de pedirle a Piñera que los sacara de ese infierno y no los abandonara. Pero su historia es apenas una de las 33 con las que se familiarizaron los chilenos y que fueron recordadas a medida que cada uno brotaba de las entrañas de la tierra.
El primero, Florencio Ávalos, fue escogido por su habilidad, pues aún nadie sabía cómo iba a funcionar el mecanismo. La cápsula en sí misma encerraba riesgos, por su estrechez, y siempre era posible enfrentar imprevistos, incluso un ataque de pánico que lo echara todo a perder. Era necesario que el primero tuviera una presencia de ánimo a toda prueba. El segundo fue Mario Sepúlveda, apodado ‘Súper Mario’, el hombre show. En los videos ya se había revelado como el gran animador, y no había terminado de brotar la cápsula cuando ya estaba coreando el famoso “Chi chi chi, le le le”.
Llevó rocas en la cápsula para repartir a las autoridades que lo recibieron. El cuarto fue el boliviano Carlos Mamani, de 24 años, el único inmigrante del grupo, quien más tarde recibió en el hospital la visita de su presidente Evo Morales. Aunque los dos países tienen una historia de relaciones difíciles y Evo y Piñera perfiles radicalmente opuestos, el líder indígena declaró que “Bolivia nunca olvidará este esfuerzo”. Muchos se concentraron en Yonni Barrios, el número 21. Era el enfermero del grupo y también ‘el minero de las dos mujeres’. Su esposa desde hace 28 años se negó a ir al rescate cuando supo que había invitado a la novia con la que vivía en el momento del derrumbe, y lo llamó “sinvergüenza”. Las dos habían peleado por el dinero que un empresario les ofreció a los mineros. También estaba Franklin Lobos, el ex futbolista de 52 años apodado ‘el Mortero Mágico’ por sus tiros libres, quien llegó a jugar la Copa Libertadores y compartió camerino en el ocaso de su carrera con Iván Zamorano en Cobresal. Cuando emergió, recibió un balón de manos de Piñera y se atrevió a hacer una breve ‘21′ antes de irse a la revisión médica. Zamorano le tiene prometido armar una ‘pichanga’ (como los chilenos llaman a los ‘picaditos’) y la Fifa quiere que dé charlas de motivación.Las historias se multiplican. Para Omar Reygadas, de 56 años, era la tercera ocasión en que quedaba atrapado en sus 30 años como minero, y arriba lo esperaban sus seis hijos, sus 14 nietos y sus cuatro bisnietos. Ariel Ticona, de 29, tuvo que ver en video, el 14 de septiembre, el nacimiento de su hija, a la que insistió en bautizar con el nombre de Esperanza.
El ascenso estaba organizado en tres grupos: los hábiles, los débiles y los fuertes. Pero en realidad, a pesar de los temores, todos están en buenas condiciones. Tanto que el ministro de Salud, Jaime Mañalich, parodió el famoso primer mensaje y declaró el jueves desde el hospital de Copiapó donde los atienden: “Están bien en el hospital los 33″. Tres de ellos incluso recibieron el alta ese mismo día y otros tantos el viernes.
Resultado perfecto
La operación fue perfecta, superó los pronósticos más optimistas y no encontró dificultades imprevistas. Hoy parece fácil, pero no lo fue. Nunca se había hecho un rescate en semejantes circunstancias. Basta con recordar el amargo contraste con la tragedia de la mina de Pasta de Conchos, en el norte de México, donde 65 mineros murieron en febrero de 2006 después de quedar atrapados tras una explosión. En ese momento, el presidente Vicente Fox ni siquiera visitó la mina. En Chile, el rescate se convirtió en un tema de orgullo nacional (ver recuadro), y lo cierto es que el gobierno de Piñera merece cada uno de los aplausos que ha recibido. El mandatario exhibió la audacia que lo caracterizaba como hombre de negocios y convirtió el rescate en una apuesta personal.
Desde los primeros días, cuando abandonó la posesión de Juan Manuel Santos, algunos asesores le aconsejaron no involucrarse tanto, pues a fin de cuentas la responsabilidad era de los dueños de la mina y nada garantizaba un final feliz. Pero tuvo la convicción de que estaban vivos y lideró los esfuerzos sin escatimar en gastos. Llamó a la Casa Blanca para pedir tecnología y gestionó equipos con las multinacionales mineras. Y todo ocurrió mientras su suegro moría de cáncer. La enorme sonrisa de Piñera cuando recibía a los mineros con frases eufóricas estaba justificada. El desenlace impulsó su agenda, fortaleció su estilo gerencial y su aprobación subió 10 puntos desde que comenzó la crisis. Ahora debe evitar excederse. “El exitoso rescate constituye una demostración inequívoca de eficiencia, buena gestión y preocupación por las personas, prioridades que este gobierno ha señalado como propias”, escribió Patricio Navia, uno de los analistas políticos más reconocidos. A reglón seguido, le recomienda no dañar el gol magistral con una celebración que despierte sospechas sobre los motivos que lo impulsaron . “Cualquier intento de aprovechamiento mediático excesivo por parte del gobierno solo reducirá lo que de otra forma será una inmejorable foto que entrará a los anales de la historia”.Y está el tema del futuro de la actividad en ese país minero por excelencia.
El escritor chileno Hernán Rivera Letelier, quien trabajó 30 años en las minas, comentó a SEMANA que “este gobierno tiene la oportunidad de poner coto a todas las injusticias y hacer cambios profundos en lo laboral en cuanto a la minería”. Piñera se comprometió a mejorar las normas y que nunca más se trabaje en condiciones “tan inseguras e inhumanas”. Es probable que se cierren tantas minas y se amplíen de tal manera las inspecciones que hay quienes piensan que subirá el precio mundial del cobre.
En cuanto a los 33 mineros, ahora les esperan sus 15 minutos de fama. Fueron recibidos como celebridades, están invitados a ver partidos del Real Madrid y el Manchester United y a hacer un crucero por Grecia, mientras les llueven jugosas ofertas de todo tipo. Los 33 podrían sufrir algún tipo de estrés postraumático, pero, según los expertos, el mayor problema puede venir por otro motivo: la excesiva exposición de los medios. En la mina les dieron clases de retórica para enfrentarlos. Por lo pronto, una de las frases que más se escucharon, aunque desgastada de tanto repetirla, parece la más atinada. Después de la experiencia, ni ellos son los mismos, ni Chile es igual.