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“Cuando empiecen a bombardear, queremos presentarnos casados ante Dios”: zona liberada de Ucrania, con miedo a “venganza” de Rusia
A pesar de su reciente liberación, habitantes de la ciudad de Jersón, al sur de Ucrania, temen a la ira rusa.
En Jersón, ciudad recién liberada en el sur de Ucrania, los ecos del fuego de artillería resuenan en la catedral vacía donde un sacerdote ortodoxo está casando a una pareja vestida modestamente.
Andrei Krivov, un soldador de 49 años, se casa con Natalia, la enfermera con la que ha vivido durante muchos años y con la que tiene tres hijos.
Se inclinan ante el religioso, con el ruido de fondo de los misiles ucranianos. Las fuerzas rusas devuelven el fuego desde la orilla izquierda del río Dniéper, de donde se retiraron antes del 11 de noviembre.
“Podríamos morir mañana”, admite Krivov, quien está seguro de que los rusos atacarán la ciudad en cualquier momento.
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“Jersón es ahora parte de la línea del frente, y cuando empiecen a bombardear, queremos presentarnos casados ante Dios”.
Los misiles levantan polvo sobre las carreteras devastadas y los campos minados que rodean Jersón, la única capital regional que llegó a ser capturada por los rusos al comienzo de la invasión a Ucrania.
La retirada rusa de Jersón, que Moscú esperaba utilizar como base en el sur de Ucrania ocupada, reordenó la baraja en la guerra de casi nueve meses.
La importancia de esta ciudad para el Kremlin por su ubicación clave para unir a Crimea, anexionada por Rusia desde 2014, con el puerto ucraniano de Odesa al oeste, la ha eximido de la destrucción.
Su reconquista por las fuerzas ucranianas en el tercer mes de una gran contraofensiva bloquea los planes de Moscú por asegurar el control de la costa ucraniana del mar Negro.
Jersón se encuentra ahora bajo fuego debido a un empuje ucraniano hacia el este en la región homónima, y posiblemente hacia Crimea. Es probable que el peligro continúe.
“Rusia es la que más puede ganar con una pausa y por eso Ucrania tiene un incentivo para seguir presionando”, afirmó Rob Lee, del Instituto de Investigación de Política Exterior de Estados Unidos.
Libertad
En Jersón, Krivov teme las represalias de las fuerzas rusas. “Hay muchas posibilidades de que empiecen a bombardearnos”, dice tomado de la mano de Natalia.
Lydia Belova afirma estar dispuesta a soportar más sufrimiento. “La libertad siempre es lo más importante”.
A sus 81 años, esta ex avicultora aguarda su turno para llenar jarras plásticas con agua de una manguera conectada a una fuente local.
Las fuerzas rusas cortaron la electricidad en Jersón y destruyeron la mayor parte de su infraestructura al retirarse.
“El agua no es un gran problema, podemos hacer fila. Pero Ucrania... tenemos que defenderla”, afirma Belova, quien pasó ocho meses y medio viendo cómo los soldados rusos saqueaban comercios y perseguían a quienes negaban su autoridad.
Su determinación ilustra la principal diferencia entre el frente sur de Ucrania y las batallas en el este.
Ni Jersón ni la región vecina de Zaporiyia estaban bajo control ruso antes de la guerra, mientras que tras un levantamiento prorruso de 2014, Moscú impuso un control indirecto sobre partes de las regiones orientales de Donetsk y Lugansk, dos de las cuatro regiones recién anexionadas recientemente por Moscú.
Ejército de ladrones
El sur, mayoritariomente de habla ucraniana, se enfrenta por primera vez a las fuerzas rusas.
La directora del hospital de Jersón, Irina Starodumova, pudo observar las divisiones entre su personal durante la invasión. La mitad se fue antes de la anexión rusa de la región.
Entre quienes se quedaron, algunos parecían dispuestos a aceptar la autoridad rusa, explica ella agotada, en uno de sus pocos descansos.
“Nunca en mis 42 años aquí sospeché que estaba trabajando con personas cuyas ideas diferían de las que todos compartíamos”, comentó. “Los (prorrusos) venían, hacían su trabajo y se guardaban sus ideas”.
Los ucranianos se quejan de el robo de los restos del fundador de la ciudad, Grigori Potemkin, que se encontraban en la cripta de la catedral. “Los rusos vinieron con sus armas y se lo llevaron hace unos 15 días”, cuenta el clérigo. “Tuvimos dos guerras mundiales, los nazis y los comunistas sin Dios y nadie los había tocado”, reclamó. Vladimir Putin es gran admirador del prícipe Potemkin.
Los rusos también se llevaron la estatua monumental de Potemkin y otras obras de Jersón.
“Supongo que querían llevarse su herencia a casa”, bromeó el religioso. “Esto demuestra que no son más que un ejército de ladrones”.
Con información de AFP.
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