CUBA
Y se llegó el día en que un Castro no gobernará Cuba
Desde el próximo jueves y por primera vez desde el triunfo de la revolución, Cuba no tendrá al frente a un Castro. El traspaso de poder más esperado de las últimas décadas pone a prueba la continuidad de un proyecto político desgastado y en crisis.
Desde que el ejército guerrillero de Fidel Castro derrocó al dictador Fulgencio Batista y entró triunfalmente a La Habana en 1959, los cubanos no conocen un liderazgo diferente al de él y al de su hermano Raúl. Durante seis décadas los hombres fuertes de Cuba moldearon y construyeron un proyecto político a su antojo, consolidaron su poder y se convirtieron en una de las principales referencias para la izquierda latinoamericana. Por eso, el 19 de abril, cuando el último de los Castro se retire de la Presidencia y un nuevo gobernante asuma el cargo, el mundo tendrá sus ojos puestos en la isla.
Cuba tendrá nuevo presidente el mismo día que conmemora los 57 años de la malograda invasión extranjera en Playa Girón. Se trata de una movida estratégica para enaltecer el orgullo revolucionario cuando la sola idea de una nueva cara amenaza la estabilidad de una isla de-sacostumbrada al cambio. Sin embargo, aunque por primera vez en casi medio siglo un Castro no ocupará el trono, todo indica que el statu quo permanecerá igual y que lo único diferente que tendrá Cuba desde el próximo jueves será el presidente.
Y es que Raúl Castro va a ceder su cargo presidencial, pero seguirá hasta 2021 como primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), el único permitido en la isla. Continuará al frente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la segunda institución más poderosa del país, y su familia seguirá dominando los sectores más influyentes como el de la seguridad y el turismo. Al final, Castro sigue al mando de los ejes del poder cubano, y para sus críticos su salida parece una jugada estratégica en busca de la continuidad de un régimen político en un momento crítico y definitivo.
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En efecto, 60 años después del triunfo de la revolución, los Castro dejan una Cuba estancada económicamente y con una crisis moral sin precedentes. Luego del periodo de crecimiento, apertura y deshielo que llegó en 2006 con las reformas y promesas de Raúl, poco queda de la isla que hasta hace unos años recibía a los Rolling Stones, al papa e incluso a Barack Obama. Por el contrario, un retroceso en las reformas, una situación geopolítica adversa y el
inevitable relevo generacional ambientan hoy su salida del poder.
Desde la muerte de Fidel, un aire de cambio se apoderó de la isla cuando Raúl Castro impuso un paquete de reformas de alto impacto que buscaban “actualizar el modelo socialista”. La ampliación y flexibilización del trabajo privado y la creación de incentivos para la llegada de capitales extranjeros marcaron el inicio de una década de crecimiento económico. Pero en los años recientes acabaron con la ilusión los errores y retrasos en la puesta en marcha de las reformas, las millonarias pérdidas por el huracán Irma y la crisis venezolana que redujo drásticamente las principales fuentes de ayuda extranjera –petróleo a precio de remate y pagos por las Misiones Socialistas–.
Como dijo a SEMANA Sebastián Arcos, director asociado del Cuban Research Institute, “el país está en bancarrota, con una infraestructura obsoleta, una economía improductiva y una dependencia creciente del turismo internacional y de las remesas de los exiliados”. A este ya crítico panorama se deben sumar los efectos de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y, con él, el renovado conflicto que devolvió a la isla a los oscuros y tensos tiempos de la Guerra Fría.
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En concreto, durante el gobierno de Barack Obama las renovadas relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba acercaron como nunca antes el mundo a la isla. Mientras que Raúl Castro asistía por primera vez a una Cumbre de las Américas, La Habana disfrutaba de los beneficios de la bonanza turística que vivía desde el deshielo con Washington. Sin embargo, no le hicieron falta ni siquiera seis meses en el poder a Trump para revertir la distensión. A pesar de que nunca se comprobó su autoría, unos misteriosos ataques sónicos en la embajada de Washington en Cuba le sirvieron al magnate como la excusa definitiva para enfriar de nuevo las relaciones y desatar la crisis diplomática actual. Para la isla esto se tradujo en una reducción drástica del número de visitantes, que hoy tiene al endeble sector privado e incluso a los negocios estatales a un paso de la quiebra.
Esta frustrante falta de oportunidades contrasta con los celebrados logros de educación y de salud, nunca suficientemente aprovechados. “El sector no estatal genera hoy en día un 30 por ciento del empleo formal en la economía. El gobierno no ha querido abrirle espacios en actividades de mayor valor agregado, por lo que el país sigue sin aprovechar al máximo la principal inversión del periodo revolucionario: la educación”, dijo en diálogo con esta revista Pavel Vidal, doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de La Habana. De ahí que el capital humano siga subutilizado y a los profesionales no les queda más opción que irse de la isla o resignarse a manejar taxi.
Aunque el éxodo ha sido uno de los efectos colaterales más emblemáticos y trágicos de la revolución, lo cierto es que en las últimas décadas el crecimiento en el número de cubanos en el exterior evidencia la crisis. Según el Migration Policy Institute (MPI), una entidad independiente con sede en Washington, más de 200.000 cubanos llegaron a Estados Unidos en los últimos 6 años, esto sin contar los miles más que salieron a otros de los destinos favoritos del exilio como España, Italia y México. La diáspora de las generaciones más jóvenes produce un cambio demográfico cada vez más evidente para una isla que tiene un promedio de edad de 42 años, mucho mayor que el de Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
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Con este panorama se posicionará el nuevo presidente. Después de las votaciones del 11 de marzo, la recién ratificada Asamblea Nacional escogerá a los 31 miembros del Consejo de Estado del que saldrá el sucesor de Castro. Todas las apuestas apuntan a que asumirá el cargo el vicepresidente actual, Miguel Díaz-Canel. Un político de 57 años, hijo de la revolución y siempre a la sombra de Raúl.
Nada indica que Díaz-Canel tenga proyectos diferentes a los del líder castrista. Por el contrario, su perfecto y silencioso historial político de ascenso al poder lo perfilan como el candidato perfecto del continuismo. Incluso, es un sobreviviente de la purga que por años caracterizó al sistema de los Castro y que le costó la cabeza a estrellas prominentes que, en palabras de Raúl, se vieron conquistados por “las mieles del poder”. “El señor Díaz-Canel es un hombre de Raúl Castro, sin historial revolucionario ni militar, que debe su carrera a la fidelidad ideológica con la agenda castrista, y no cuenta con autonomía política alguna. Raúl Castro seguirá gobernando a través suyo”, concluye Arcos.
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Pero no la tiene fácil. Aunque esta ‘joven’ cara dé un aire de rejuvenecimiento al régimen, también es una figura desconocida y carente de legitimidad propia. Es decir, Díaz-Canel nació después de la revolución y solo por eso no pertenece a la ‘generación histórica’ que gobernó por más de medio siglo. La gran pregunta es si al final el pupilo de Raúl podrá continuar con este proyecto político, en medio de aguas turbulentas y vientos de cambio que cada vez cogen más fuerza en el país. No importa que Raúl Castro siga a la sombra. Ya tiene 87 años y sus perspectivas son limitadas. Cuba se acerca inexorablemente a una realidad: pronto los históricos no estarán más. Y sus sucesores tendrán que decidir por sí mismos sobre su futuro.