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De los Indignados a los Chalecos amarillos

Las protestas en Francia son cada vez más intensas. Los Chalecos amarillos recuerdan las masivas movilizaciones del 2011, provocadas por los Indignados en España y por Occupy WallStreet en Estados Unidos.

13 de enero de 2019
Por ahora, la ciudadanía sigue amontonándose en las calles de París sin que se vislumbre una solución. | Foto: AFP

La ola se propaga. El pasado sábado 50.000 franceses volvieron a protestar con sus característicos Chalecos amarillos. Algunos manifestantes comienzan a radicalizarse y evidencian la profunda crisis por la que pasa el gobierno de Emmanuel Macron.

A pesar de que en diciembre de 2018 ambas partes intentaron llegar a un acuerdo y Macron destinó 10 mil millones de Euros para acceder a algunos de los pedidos que le hicieron los Chalecos, como subir el salario mínimo, aumentar el poder adquisitivo de la clase media y no imponer un impuesto más a la gasolina, no ha logrado conciliar por completo con quienes lo tildan de “arrogante”.

Por ahora, la ciudadanía sigue amontonándose en las calles de París sin que se vislumbre una solución. Al igual que el año pasado, se ponen sus Chalecos, prenda obligatoria para los conductores accidentados en Francia, y le reclaman al gobierno que escuche a las clases populares del país. El chaleco se convirtió en un símbolo porque en 2018 la inconformidad se centraba en el aumento del 16 por ciento en el precio de la gasolina.

La primera protesta, en noviembre de 2018, reunió a cerca de 300.000 manifestantes. Aunque con los meses el número se redujo a la mitad en Francia, las simpatías crecen fuera del país. Ese es el caso de Inglaterra, que ha tomado la bandera de los Chalecos amarillos para adaptarla a sus propias circunstancias.

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La paradoja en el caso inglés es que tanto líderes políticos de izquierda como de extrema derecha han recogido las banderas de los Chalecos. Los más conservadores ven en la causa una oportunidad para propagar el nacionalismo y ratificarse en el Brexit, mientras que del otro lado defienden medidas como permanecer en la Unión Europea o flexibilizar las políticas migratorias.

No obstante, el surgimiento de movimientos ciudadanos convocados por redes sociales ha sido una constante desde el 2010, mucho antes de que los Chalecos amarillos sacudieran a Europa. Aunque las reivindicaciones son diferentes, la inconformidad frente a la política tradicional, los debates respecto a las crisis económicas y, sobre todo, los millones de personas que han logrado reunir sin líderes visibles que los guíen, los une indiscutiblemente.

Ese es el caso, por ejemplo, de los Indignados en España, que acabaron con años de bipartidismo entre el PSOE y el PP y que lograron aplicar multas multimillonarias a los seis bancos más importantes del país, debido a las acusaciones por manipulación y especulación en los indicadores económicos de la bolsa. Lo que empezó con 40 personas en la Plaza del Sol, terminó con 8,5 millones de participantes que exigieron una democracia real y una manera de salir de la crisis económica que los agobiaba en el momento.

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Con el tiempo se unieron ONGs, sindicatos, estudiantes y grupos tan icónicos como Anonymus, que se convirtió muy pronto en la insignia de las marchas. Ante la popularidad de los Indignados, miles de personas alrededor de Europa replicaron esa manera de protestar y de ganar adeptos. Italia, Grecia y Francia fueron sus más férreos seguidores. Pero, como era de esperarse, el movimiento no se quedó en los límites del viejo continente, sino que tocó a la puerta de la bolsa de valores estadounidense y, al grito de Occupy WallStreet, puso a temblar al establecimiento en medio de una crisis económica en la que los bancos tuvieron que ser salvados por el gobierno.

Una vez más, la fórmula se repitió y con el hashtag #OWS en Twitter se concentraron cerca de 20.000 personas en algunas de las más importantes
ciudades del país. Nueva York fue la sede principal del Occupy y obtuvo la participación de intelectuales y famosos, como el filósofo Slovaj Zizek y la artista Yoko Ono.

Pero los resultados en Estados Unidos fueron más mediáticos que efectivos, comparados con los de Europa. Las personas fueron dispersadas rápidamente a punta de represión policial. El momento más crítico fue cuando los manifestantes se transportaron en buses sobre el puente de Brooklyn y la policía detuvo a 700 de ellos por obstruir el tráfico.

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A pesar de que Occupy no logró socavar las bases corruptas de la banca norteamericana, sí se convirtió en el referente para que 17 países más alrededor del mundo comenzaran a denunciar a sus propios dirigentes, entre ellos a algunos dictadores en Asia y en África, que fueron derrocados después de las marchas.

De este modo, la frase "la única cosa que todos tenemos en común es que somos el 99% de los que no tolerará más la codicia y la corrupción del 1%", que está en el sitio web de OccupyWallSt.org, sentó un precedente para las demás movilizaciones de este tipo, chalecos amarillos incluidos.

En cualquier caso, los cibernautas siguen causando transformaciones enormes en la manera de hacer política y protesta social, y demuestran que pueden propagarse con total facilidad.

De los Indignados a los Chalecos amarillos, la ola no ha parado.