ESTADOS UNIDOS

Trump y los estados desunidos de América

Los odios sectarios y étnicos que el magnate exacerbó para llegar al poder no han parado de crecer. ¿De dónde vienen y a dónde pueden llevar a Estados Unidos?

29 de enero de 2017
Donald Trump no ha hecho ningún gesto conciliatorio hacia la oposición. Desde su llegada al poder, las manifestaciones violentas se han multiplicado. | Foto: A.P. / Getty Imege

Desde que se posesionó, Donald Trump dejó claro que no va a cambiar su discurso de candidato. Y eso se notó en sus primeros días de gobierno, en los que firmó varias órdenes ejecutivas sobre algunos de los temas más polémicos de su campaña. Entre ellas, iniciar la construcción de un muro con México, investigar los supuestos votos fraudulentos, o construir polémicos oleoductos rechazados por los ambientalistas. Aunque el tono que usó para hacer sus anuncios fue el mismo de sus mítines incendiarios, el poder del que ahora goza tiene el potencial de dividir aún más a su país.

Así quedó demostrado con la marcha que reunió a cientos de miles de mujeres el sábado en Washington, con los llamamientos a la resistencia civil por las redes sociales, y por la intención de algunas ciudades como Nueva York, Los Angeles y Chicago de no aplicar las medidas antiinmigración del magnate. Pero también con varios exabruptos violentos, como un trino en el que una de las guionistas del programa Saturday Night Live comparó al hijo del magnate con un psicópata o la invitación de la cantante Madonna a volar la Casa Blanca. Y eso no es más que el comienzo. “Es previsible que las manifestaciones de estos días enfurezcan a los seguidores de Trump y que estos organicen otras marchas para contrarrestarlas. Teniendo en cuenta el clima de tensión vivido en los últimos meses, es difícil imaginar que va a haber paz durante los próximos años”, dijo en diálogo con SEMANA Michael O. Emerson, profesor de Sociología de la Universidad Rice y autor del libro Divided by Faith.

Como se recordará, Trump no solo adelantó la campaña más polarizante de los últimos tiempos, sino que su estrategia electoral se basó justamente en exacerbar las diferencias culturales, étnicas, económicas y sociales de los norteamericanos. Sin embargo, también es patente que el actual presidente de Estados Unidos no creó las divisiones que recorren su país, sino que sencillamente utilizó las que le convenían y supo capitalizarlas en las elecciones. Simplificando las cosas, el magnate de los casinos actualizó la célebre doctrina de Nicolás Maquiavelo y venció tras dividir a sus adversarios.

La gran diferencia con otras elecciones es que esta campaña no solo evidenció las grietas del tejido social norteamericano, sino que las ensanchó y profundizó hasta convertirlas en una herida abierta cuya gestión tiene el potencial de desgarrar. Después del 8 de noviembre, los principales diarios estadounidenses abundan en crónicas sobre hijos peleados con sus padres, amigos de toda la vida que no volvieron a hablarse, y colegas o vecinos que se evitan por razones políticas. Sin olvidar que medio país tiene la sospecha de que su presidente es un títere de del presidente ruso, Vladimir Putin, con quien el magnate tenía, al cierre de esta edición, previsto hablar por el sábado 28 por teléfono. En buena medida, Trump va a gobernar un país cuyos electores parecen vivir en realidades paralelas.

Las grietas abiertas de Norteamérica

Las profundas divisiones de Estados Unidos se explican por una compleja coyuntura en la que participan factores históricos, geográficos, sociales, demográficos y hasta tecnológicos. En primer lugar, los partidos políticos gringos han evolucionado de tal manera que hoy parece casi imposible que un demócrata vote republicano o viceversa. Sin embargo, hasta hace poco eso no fue así. Como dijo a SEMANA Michael M. Ting, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, “tras la guerra civil y durante la mayor parte del siglo XX, los partidos Republicano y Demócrata fueron ideológicamente difusos, con políticas que en muchos casos se superponían. Pero hace unas dos décadas eso cambió, lo que llevó a que fueran cada vez menos diversos y, por ende, más polarizados”.

En efecto, desde hace varias elecciones se ha consolidado la tendencia según la cual las ciudades y las zonas progresistas de California y de Nueva Inglaterra votan masivamente demócrata, y las áreas rurales prefieren de lejos a los republicanos. Y eso ha tenido consecuencias cruciales desde el punto de vista social. “Desde hace ya algún tiempo, el creciente aislamiento de ambos lados ha contribuido a agravar la polarización. De hecho, tras las elecciones, es usual que los perdedores no logren entender qué fue lo que pasó pues la mayoría de las personas de su región apoya su punto de vista”, dijo a esta revista James E. Campbell, profesor de la Universidad de Buffalo y autor del libro Polarized Making Sense of a Divided America. Recientemente, esa tendencia se ha acentuado con las redes sociales, que paradójicamente no han servido para que la gente intercambie puntos de vista, sino para crear grupos de personas que solo quieren escuchar y ver a quienes ya piensan como ellos.

Sin embargo, el año pasado quedó en evidencia que grandes sectores de la sociedad gringa no solo están aislados, sino envenenados de odio. Aunque durante la campaña hizo carrera la explicación según la cual los votantes de Trump eran blancos cuarentones víctimas de la globalización, los comicios revelaron que su situación económica era mejor que la del promedio de sus compatriotas. De hecho, como lo demostró un estudio de la Universidad de Massachusetts, lo que movió a los votantes republicanos fueron el racismo y el sexismo que el magnate promovió en sus discursos, y no sus propuestas económicas. “El eslogan ‘Make America Great Again’ tiene un subtexto claro: el país y la ‘gente de verdad’, o sea los blancos, están amenazados por los no estadounidenses, es decir, la gente de otras razas”, dijo en diálogo con SEMANA Margaret Weir, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Brown.

Y en ese sentido, el actual presidente de Estados Unidos encontró un terreno bien abonado por el Partido Republicano, que desde los tiempos de Nixon ha apelado de manera cada vez más explícita a los peores impulsos y creencias de la sociedad estadounidense: el racismo, el nativismo y el desprecio por los argumentos, la decencia y los compromisos políticos. “El punto de quiebre ocurrió en 2008, cuando el ascenso de Sarah Palin demostró que ya no era necesario contar con esas cualidades para aspirar a la Presidencia”, dijo a esta revista Maurice Isserman, profesor de Historia de la Universidad Hamilton y autor del libro America Divided.

La caja de Pandora ya está abierta con un presidente que depende de la adulación pública y que está dispuesto a decir o hacer cualquier cosa para seguir exacerbando a sus seguidores. El gran temor es que bajo su liderazgo, Estados Unidos se suma en una crisis social similar a la que envolvió al país a finales de los años sesenta, cuando las tensiones raciales, la guerra de Vietnam y los enfrentamientos generacionales tuvieron a sus grandes ciudades en un estado de crispación perpetua.