Estados Unidos
El caos de Donald Trump
Donald Trump tiene de cabeza la estabilidad social y económica del planeta con sus decisiones apresuradas que afectan a millones de personas en varios continentes. Y el fenómeno no parece tener un final a la vista.
Lugares del mundo tan disímiles y lejanos como Israel, Corea del Norte e Irán ocuparon el centro del debate internacional durante la semana. Aunque cada uno de ellos tiene problemáticas particulares, las nuevas crisis tuvieron en común una decisión de Trump. Tal vez Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, describió mejor que nadie esos últimos acontecimientos cuando dijo con notorio tono de preocupación que “el mundo está en desorden”.
Él, máximo representante de los intereses europeos, no pudo ocultar su consternación al saber que ese caos proviene en gran parte por su aliado histórico más cercano: Estados Unidos. El gobierno de Washington, con Trump a la cabeza, se ha convertido en un experto en romper los marcos multilaterales que le garantizan al mundo algo de armonía entre tanta confusión. No solo lo hizo con el acuerdo nuclear con Irán, sino también con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por su sigla en inglés) y con el acuerdo climático de París.
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Para paliar las consecuencias de esas decisiones, el miércoles por la tarde en Sofía (Bulgaria), los líderes de la Unión Europea debatieron durante varias horas sobre cómo protegerse frente a otra decisión reciente de Trump: su amenaza de imponer aranceles tanto al acero como al aluminio de origen europeo desde el 1 de junio. Esta vez, las cabezas del bloque no quisieron quedarse solo con palabras a la hora de rechazar la política exterior estadounidense, y exigieron de Washington exenciones permanentes a esas tarifas.
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Y en el tema del acuerdo nuclear con Irán, con una unidad que no demostraban desde hace tiempo, anunciaron su intención de reactivar el llamado ‘estatus de bloqueo’ para que las empresas europeas no corran riesgos a la hora de contratar con el gobierno de Teherán. Ese escudo legal protege a la eurozona de las sanciones que un país por fuera de la Unión impone a otro. Bruselas diseñó esa cláusula en 1996 para proteger a sus empresas que hacen negocios con Cuba y así evitar el bloqueo de Estados Unidos sobre la isla caribeña.
Más allá de esos síntomas que indican que las relaciones transatlánticas andan en su punto más bajo en décadas, Europa es consciente de que las palabras conciliadoras no sirven para lograr avances con los Estados Unidos de Trump. Más ahora cuando las multas, la pérdida del financiamiento por parte de bancos estadounidenses y otras advertencias de la Casa Blanca han llevado a algunas empresas europeas a suspender sus negocios en Irán.
Es el caso de Total S. A., un grupo empresarial francés del sector petroquímico que anunció su retirada de un proyecto multimillonario de gas en Irán en caso de no conseguir exenciones de las sanciones estadounidenses. En principio, esa decisión perjudica al país persa (los iraníes confiaban en que ese proyecto se convirtiera en el imán para atraer otras empresas interesadas en invertir). Pero también se puede convertir en un dolor de cabeza para Estados Unidos porque la petrolera estatal china CNPC se declaró más que dispuesta a llenar el vacío y hacer negocios con Irán. Total S.A. había invertido 40 millones de dólares en Irán y, en caso de suspender su operación en ese país, causará una reacción en cadena de otras empresas que aunque no se han ido, ya anunciaron sus intenciones de hacerlo. Es el caso de la mayor transportadora de contenedores Maersk o de la aseguradora alemana Allianz.
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Los dirigentes europeos mantuvieron una línea firme frente a esas relaciones comerciales. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, resumió el ambiente imperante en la conferencia cuando dijo que “uno podría pensar que con amigos como este para qué enemigos, pero deberíamos agradecerle porque nos ha hecho ver que si necesitamos una mano, la podemos encontrar al final de nuestro propio brazo”.
El contundente mensaje hace pensar en una Europa menos dependiente del Tío Sam y va a acorde con lo que había dicho la canciller alemana, Angela Merkel, sobre no esperar que Estados Unidos los proteja. Pero cabe preguntarse qué tanto efecto tiene esa retórica sobre la realidad. Como escribió en Foreign Affairs Jeremy Shapiro, director de investigación del Consejo Europeo de Asuntos Internacionales, sobre la alianza transatlántica, “los europeos la necesitan más que los estadounidenses. Para Europa, es la base sobre la que ha construido su seguridad europea e integración. Estados Unidos en cambio, solo quiere ayuda en asuntos como Afganistán o Siria, pero la realidad es que Trump y sus amigos no necesitan la alianza con Europa para sentirse seguros”.
Europa actúa entonces para salvaguardar sus intereses con los iraníes y para poner en marcha un mecanismo que proteja a su economía frente a las sanciones gringas. Por eso, para el bloque es crucial continuar con el compromiso de no imponer sanciones económicas a Irán a cambio de su desnuclearización. De hecho, la próxima semana enviarán al comisario Miguel Ángel Cañete a Teherán para confirmarle a Hasán Rohaní, presidente iraní, que los europeos siguen comprometidos con ellos de cara al futuro.
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La solución iraní
La cosa se veía venir. Desde que comenzó su gobierno, Trump parecía estar armando un grupo de consejeros proclive a la diplomacia del garrote. La llegada de John Bolton al puesto de asesor de Seguridad Nacional confirmó esa tesis entre los analistas. Bolton, uno de los mayores responsables de la desastrosa invasión a Irak, está convencido de que las sanciones tumbarán al régimen teocrático de Irán. Cree que socavarán la poca credibilidad del gobierno del presidente Rohaní, quien le prometió a su pueblo solvencia económica después de firmar el acuerdo nuclear. Pero las manifestaciones multitudinarias contra Estados Unidos en Teherán sugieren un efecto contrario. La gente salió a las calles a gritar consignas contra ese país, mientras que la línea más conservadora persa pide ahora volver a poner en marcha el enriquecimiento de uranio.
Las otras potencias firmantes del acuerdo (Rusia, China, Alemania, Francia y Reino Unido) esperan salvarlo al blindar a sus empresas del asedio económico gringo y al mantener las condiciones iniciales. Como ya lo advirtió el excanciller israelí Shlomo Ben-Ami, “para alcanzar un nuevo acuerdo que asegure la desnuclearización de Irán, ponga su programa de misiles balísticos bajo vigilancia y aliente una política exterior menos hostil, tanto las sanciones económicas como el cambio de régimen deben ser retirados de la mesa”. Algo improbable con el binomio Bolton-Trump en la Casa Blanca.
“No será como Libia”
Como si eso fuera poco, la semana se calentó aún más cuando el régimen norcoreano de Kim Jong-un anunció su decisión de no asistir a la cumbre con Trump, programada para el 12 de junio en Singapur, si Estados Unidos y la vecina del sur no suspendían unos ejercicios militares. Los observadores atribuyeron la reacción en parte a unas declaraciones de Bolton, según las cuales Estados Unidos le aplicaría a Corea del Norte la fórmula de Libia. Se refería a la forma como el dictador Muamar el Gadaffi había eliminado su programa nuclear, lo que a la larga significó su derrocamiento y muerte, propiciados por Estados Unidos. Trump tuvo que desmentir a Bolton, pero el daño estaba hecho. Ahora quedó en entredicho el acercamiento de Corea del Norte con su par del Sur y la posibilidad de una de las fotos más esperadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La frase de Bolton pareció confirmarle a Kim lo que muchos analistas han señalado: que si incumplió el compromiso con Irán, nada garantiza que Trump no haga lo mismo ante un acuerdo con Pyongyang. Corea del Norte advirtió por medio de su primer viceministro de Exteriores, Kim Kye-gwan, que no están dispuestos a renunciar a sus armas nucleares, “Donald Trump será un líder fracasado si sigue los pasos de sus predecesores”, aseguró.
Tal vez se refería al gobierno de George W. Bush quien en varias ocasiones cambió la diplomacia por el ruido de sables, y cerró la puerta a la resolución diplomática del conflicto. En ese momento Dick Cheney, vicepresidente de Bush, hablaba de Corea del Norte como parte de un eje del mal, “Estados Unidos no negocia con el mal, lo derrotamos”. Hoy, cuando Trump abraza las mismas tácticas en otras regiones como Irán, es difícil para Kim y su gobierno confiar en que el resultado con ellos será diferente.
La embajada en Jerusalén
El lunes, cuando la nueva embajada de Estados Unidos abrió en un exclusivo barrio de Jerusalén, Ivanka, la hija de Trump, apareció en un vestido color crema que hacía juego con sus aretes de diamantes. La escena contrastaba con lo que sucedía en la Franja de Gaza, a 80 kilómetros de allí. Francotiradores israelíes asesinaron a cerca de 60 palestinos (algunos de ellos terroristas vinculados con Hamás) e hirieron a por lo menos 2.700 que protestaban por la decisión de Trump de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. El esposo de Ivanka, Jared Kushner, culpó a los manifestantes por ser parte del problema y no de la solución.
Muchos países, en especial los europeos, condenaron el exceso de fuerza aplicado por el ejército israelí, y calificaron el hecho de masacre injustificada. Pero más allá de los hechos puntuales, la medida de Trump de reconocer a Jerusalén como la capital israelí acabó de un plumazo con años de negociaciones de paz entre Israel y los palestinos, basadas en la hipótesis de dos Estados coexistentes. Ambos reclaman a la ciudad como su capital histórica, y el tema es tan delicado, que en las mesas de diálogo siempre se consideró el último punto para tratar.
El presidente Trump tuvo una semana muy ocupada en derrumbar el prestigio internacional de Estados Unidos. Cada vez resulta más evidente el vacío que está dejando en una región tras otra del mundo. Los europeos comienzan a no verlo como un socio, los asiáticos no le creen y el Medio Oriente se incendia por sus decisiones. Mientras tanto, Rusia y China estudian con cuidado sus opciones para llenar ese enorme vacío.