ESTADOS UNIDOS

“¡Estás despedido!”: la forma de gobernar de Donald Trump genera desconcierto

Causa desconcierto en el mundo el caos que parece apoderarse cada vez más de la Casa Blanca. El despido del secretario de Estado, Rex Tillerson, no es más que la punta del iceberg.

17 de marzo de 2018

Pocos despidos habían sido más anunciados que el del secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, y pocos han causado tanta conmoción en las Cancillerías del mundo. Lo llamativo es que el presidente Donald Trump lo hizo a las patadas. No tuvo clemencia alguna con quien fuera presidente de la ExxonMobil y el pasado martes 13 lo echó por Twitter. En un mensaje muy típico, el mandatario anunció que el nuevo secretario de Estado será el hasta ahora director de la CIA, Mike Pompeo. La noticia tomó a Tillerson por sorpresa, y también a su jefe de prensa, Steve Goldstein, que, por haber dicho a su vez que estaba sorprendido, también fue despedido. Un auténtico despelote, que es la forma de gobernar impuesta por Donald Trump.

 El presidente explicó esa misma tarde los motivos de su decisión. “Rex y yo nos la llevábamos personalmente bien. Pero teníamos diferencias en algunos asuntos”, dijo ante los reporteros en los jardines de la Casa Blanca. Es verdad. El presidente quiere retirar a Estados Unidos del pacto que varias potencias hicieron en 2015 con Irán, por el cual ese país islámico se compromete a desmontar su plan de enriquecer uranio; Tillerson estaba en contra. Trump sueña con sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático; Tillerson no. Trump decidió subir los aranceles al acero hasta el 25 por ciento y al aluminio hasta el 10 por ciento e iniciar una guerra comercial con naciones aliadas; Tillerson se oponía. Y en cuanto a qué hacer con Corea del Norte, mientras en un principio Tillerson buscaba el diálogo con Kim Jong-un, Trump insultaba al dictador norcoreano y desautorizaba de lleno a su secretario de Estado. Después hizo un giro de 180 grados y se inventó el cara a cara que los dos líderes tendrán en mayo.

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  Aunque Tillerson no fue un gran secretario de Estado, su despido causó enorme impacto en Estados Unidos. La Secretaría de Estado es el ministerio más importante de la arquitectura institucional norteamericana. Por algo sería que George Washington, primer presidente estadounidense, designó para estrenar ese puesto en 1789 a Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia y tercer presidente de ese país. Pero más grave que la destitución de Tillerson es que deja claro que la característica de la administración Trump es la inusitada frecuencia con la que los altos funcionarios del gobierno renuncian o terminan en la calle. Como lo dijo el propio presidente a principios de mes en una cena en The Gridiron Club, un exclusivo espacio para periodistas destacados a donde todos los jefes de Estado han asistido anualmente desde 1885: “A mí me gusta el caos. Es bueno”.

 El fenómeno ha batido todos los récords. Kathryn Dunn Tenpas, una politóloga de la Universidad de Georgetown, acaba de publicar un estudio para The Brookings Institution, el think tank más prestigioso del mundo y con sede en Washington, en el que argumenta que ningún jefe del Estado había hecho tantas modificaciones al alto gobierno en su primer año como Trump. “El actual presidente ha cambiado tres veces más gente que Barack Obama y el doble que Ronald Reagan”, señala. Según ella, hasta finales de enero pasado el 43 por ciento de los funcionarios de rango elevado se habían marchado, habían dimitido o, en muy pocas ocasiones, habían sido promovidos. Durante el tiempo de Obama ese porcentaje había sido del 24; con George W. Bush, del 33; con Bill Clinton del 38; y con Bush papá, del 25.

 Una mirada a esas renuncias o destituciones resulta asombrosa. El despido de Tillerson estuvo precedido en solo una semana por la renuncia de Gary Cohn, presidente del Consejo Económico Nacional, es decir, el principal asesor en materia económica de la Casa Blanca. Cohn, un millonario que fue número dos de Goldman Sachs y firme partidario del libre comercio, decidió irse por las desavenencias con el presidente respecto del aumento de los aranceles al acero y al aluminio. Pero no solo eso. Según Michael Wolff, en su libro Fuego y furia, Cohn llegó a decir en un momento dado que Trump es “una mierda de tonto”.

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 Si la renuncia de Cohn antecedió en siete días a la de Tillerson, la de Hope Hicks precedió en otros siete la de Cohn. Hicks era una de las asesoras más cercanas a Trump y confidente suya. Ocupaba la dirección de comunicaciones del despacho presidencial, adonde había llegado de las toldas de la campaña en la cual habían vencido a Hillary Clinton. Con 29 años de edad, amiga de Ivanka, la hija de Trump, esta exmodelo empacó maletas por el exceso de presión y quizá también porque reconoció haber dicho ante el Congreso algunas mentiras piadosas sobre el presidente. Hicks fue la quinta persona en desempeñarse como directora de Comunicaciones de Trump.

 La cosa no termina ahí. Tres semanas antes del retiro de Hope Hicks, quien renunció fue Rob Porter, asesor directo de Trump, todo ello por denuncias de abuso y golpizas que contra él presentaron dos de sus exesposas. Más atrás, el 29 de septiembre del año pasado, fue Tom Price, el secretario de Salud, quien abandonó el barco. ¿El motivo? El pago de un millón de dólares del erario por concepto de vuelos chárter que contrató para asuntos estrictamente personales. Un escándalo.

 Un mes y diez días antes de la desvinculación de Price, Trump se deshizo de su principal estratega en la Presidencia, Steve Bannon. Este hombre, que aterrizó en la campaña trumpista luego de haber manejado la página web conservadora Breitbart News y que se consolidó como una de las principales influencias ideológicas de Trump, acabó peleándose con el jefe de gabinete, John Kelly, y dejando el gobierno. Fuera ya de la Casa Blanca, su relación con el presidente empeoró cuando apareció citado en el libro de Michael Wolff diciendo que Ivanka Trump es “tan tonta como un ladrillo”.

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 Solo 17 días antes de la renuncia de Bannon, el turno había sido para Anthony Scaramucci, director de Comunicaciones de la Casa Blanca, que fue desvinculado del gobierno por sus excesos en la cuenta de Twitter, en la que llegó a llamar al entonces jefe de gabinete, Reince Priebus, “un paranoico esquizofrénico”. Scaramucci estuvo apenas diez días en el cargo y Priebus estuvo siete meses. Increíble.

 Y hay más. El 21 de julio del año pasado, seis meses y un día después de que Trump asumiera la Presidencia, Sean Spicer, su portavoz, presentó la renuncia. Para el recuerdo quedaron su afirmación falsa de que a la posesión de Trump había ido más gente que a la de Barack Obama y el hecho de que afirmara que Adolfo Hitler nunca usó armas químicas. Pero antes de Spicer había rodado otra cabeza importante en la Casa Blanca: la de Michael Flynn, general y consejero de Seguridad Nacional, que se fue del gobierno el 14 de febrero de 2017, esto es 23 días después de que empezara el periodo de Trump. ¿Por qué? Porque admitió haberle mentido al fiscal general sobre sus conversaciones con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyac. 

Para colmo, al cierre de esta edición el diario The Washington Post afirmaba que en las próximas horas el sucesor de Flynn, el general H. R. McMaster, también será despedido. Mientras tanto, se esperaba la confirmación del nombramiento de Pompeo,, a pesar de carecer de la más mínima experiencia en asuntos exteriores. Y el de Gina Haspel, experta en torturas, para reemplazarlo en la agencia de inteligencia. El caos avanza.