Momento en el que un vehículo arrolló a manifestantes en contra de grupos nacionalistas y racistas en Charlottesville, el sábado 12 de agosto. El violento atropello cobró la vida de Heather Heyer.

ESTADOS UNIDOS

Trump: el presidente del odio

Al comparar a los racistas con los manifestantes que se les oponían, Trump le dio alas a la extrema derecha. Pero puso a los militares, a los empresarios y hasta a su propio partido en su contra. El enorme escándalo podría tener consecuencias.

19 de agosto de 2017

Después de mucho dudarlo y de varios ires y venires, Donald Trump dio el martes su veredicto sobre la batalla campal vivida el fin de semana en el centro de Charlottesville. “Había gente mala en un lado y también gente muy violenta en el otro”, dijo en la caótica rueda de prensa en el lobby de la torre que lleva su nombre en el centro de Manhattan. Los disturbios “fueron culpa de ambos lados”, dijo casi a los gritos para contener el tsunami de preguntas que querían formularle los periodistas.

No era para menos, pues las imágenes de lo que pasó en Charlottesville no correspondían a la descripción del presidente. De un lado había líderes del Ku Klux Klan (KKK), cabezas rapadas con esvásticas y supremacistas blancos con antorchas encendidas. Algunos llevaban camisas negras, pantalones caqui y escudos alusivos a Hitler. Otros estaban armados con fusiles de asalto, ondeaban banderas confederadas y tenían pancartas en las que se leía “Tierra y sangre”. Uno de ellos usó incluso su carro como arma terrorista, dejó decenas de heridos y mató a una muchacha de 32 años.

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En el otro lado, había una contramanifestación convocada por Solidarity Cville, una red de activistas y religiosos de Charlottesville que convocó a sus conciudadanos a rechazar el mensaje de los racistas y neonazis. A su llamado asistieron miembros del clero, defensores de los derechos civiles, estudiantes y activistas del movimiento Black Lives Matter. Y si bien entre ellos había anarquistas dispuestos a pelear, ni sus acciones ni sus discursos se pueden comparar con los del otro bando. Como resumió el senador republicano John McCain en su cuenta de Twitter: “No hay equivalencia moral entre racistas y estadounidenses en pie para desafiar el odio y la intolerancia. Eso es algo que el presidente debería decir”.

No fue el único republicano que rechazó la comparación ni tampoco el único que le pidió al presidente cambiar su discurso. Los también senadores conservadores Lindsey Graham, Marco Rubio, Jeff Flake, Cory Gardner y Jerry Moran publicaron a su vez trinos inusualmente críticos, y su colega Bob Corker dijo incluso que no tenía la “la estabilidad” ni “las competencias” para gobernar. Y aunque el resto de los congresistas de ese partido se limitaron a rechazar el nazismo en términos generales, pero sin nombrar a Trump, es muy diciente que ninguno lo haya defendido. De hecho, el único conservador que lo apoyó fue el vicepresidente Mike Pence, quien dijo durante su visita oficial a Chile que respaldaba al presidente “y sus palabras”.

Pero no solo los republicanos le dieron la espalda al magnate. El miércoles se rebelaron varios pesos pesados de la industria y de las finanzas que formaban parte de los consejos asesores de industria y de estrategia y política que Trump conformó al principio de su gobierno. Ese día el director del grupo financiero Blackstone, Stephen A. Schwarzman, tenía preparado un comunicado en el que decía que la “intolerancia, el racismo y la violencia” eran una “afrenta a los valores estadounidenses”.

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Ese texto tenía el respaldo de los jefes de empresas como JPMorgan Chase, Walmart, Pepsi, IBM, General Electric, General Motors y Boeing. Sin embargo, poco antes de la declaración de Schwarzman, Trump prefirió ahorrarse la humillación y disolvió ambos foros mediante un trino mañanero. De ese modo formalizó la ruptura con otros jefes de multinacionales como Dow, Dell, Whirlpool, Johnson & Johnson y Campbell, que también tenían planeado publicar un texto como el de Schwarzman.

Y como si lo anterior fuera poco, los comandantes del Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada, los Marines y la Guardia Nacional publicaron en las redes sociales textos en los que criticaban a los neonazis y el racismo en términos particularmente severos. Aunque ninguno mencionaba a Trump, su rechazo a las palabras del comandante en jefe resultó un hecho sin precedentes.

La desgracia de una nación

En principio, el objetivo de los nazis y demás ultraderechistas por los que Trump se la jugó esta semana era evitar que la ciudad retirara de un parque de Charlottesville la estatua de Robert E. Lee, quien lideró el Ejército confederado que luchó a favor de la esclavitud durante la guerra de Secesión. Se trata de un proceso repetido en decenas de ciudades del sur de Estados Unidos, que han removido decenas de monumentos conmemorativos de la misma naturaleza.

Según el presidente y sus seguidores, los monumentos hacen parte de la herencia de Estados Unidos y su retirada atenta contra la herencia cultural blanca de ese país. “¿Quién sigue ahora: George Washington, Thomas Jefferson? ¡Qué estupidez!”, trinó el jueves en la mañana aludiendo al hecho de que también ellos habían tenido esclavos, como si los fundadores del país pudieran ponerse en el mismo plano con los que intentaron desmembrarlo. Sin embargo, el objetivo de los alcaldes, los gobernadores y las asociaciones civiles que quieren acabar con las estatuas no es revisar la historia de Estados Unidos, sino eliminar unos símbolos que celebran el racismo. Y lo que quieren los miembros del KKK que se fueron a los puños por ellas es volver a un sistema de segregación racial como el que imperó en los tiempos de la confederación.

Hasta hace poco estos grupos eran periféricos, pero como le dijo a SEMANA Jason McDaniel, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de San Francisco, “desde que comenzó su candidatura, mediante sus acciones y palabras Trump ha dejado claro que simpatiza con los grupos supremacistas blancos y que comparte algunos de sus fines”. No se trata de un grupo social como cualquier otro. Según un informe publicado en mayo por el FBI y el Departamento de Estado, los supremacistas blancos “fueron responsables de 49 homicidios en 26 ataques de 2000 a 2016, más que cualquier otro movimiento extremista local”.

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En el último año, además de los neonazis, los KKK y otros grupos extremistas tradicionales, ha surgido la alt-right (‘derecha alternativa’), un término que ha servido para legitimar las ideas racistas y que cobija a varios de los grupos que estuvieron en Charlottesville, como Identity Evropa, The Right Stuff o Proud Boys. Como Estado Islámico (Isis), estos grupos han aprovechado el descontento de los jóvenes y han utilizado con éxito las redes sociales para captarlos y proponerles una ideología simplista, que banaliza la violencia y les da sentido a sus frustraciones económicas y sociales.

Y a ellos se agrega el factor de las milicias armadas que los han acompañado en varias ocasiones y que en Charlottesville intimidaron a la Policía y otros cuerpos de seguridad. Se trata de organizaciones legales, que cuentan con rifles de asalto y granadas, y cuyo objetivo es prepararse para una guerra contra el gobierno federal, al que tradicionalmente perciben como un intruso. Tras algunos años en retroceso debido al rechazo del atentado de Oklahoma de 1995 (que fue perpetrado por uno de sus miembros), la llegada del magnate neoyorquino significó un cambio de marca mayor para su movimiento. “Algunas de ellas han abrazado la subcultura racista y nativista del presidente, que las revitalizó con su apasionada defensa del porte de armas”, dijo a esta revista Cas Mudde, profesor universitario y autor de The Ideology of the Extreme Right.

Para algunos analistas, los hechos de esta semana han sentado las bases de un periodo de una gran inestabilidad social. Algunas publicaciones, como The Guardian y The New Yorker, se han preguntado incluso si el país no está a las puertas de una confrontación comparable a la de la guerra de Secesión. La mayoría, sin embargo, confía en que Estados Unidos haya aprendido las lecciones de la historia y no siga el mismo camino que Alemania en los años treinta. Pero de cualquier modo, una cosa ya está clara. Como dijo McDaniel, “Trump siempre será recordado como el presidente que apoyó a los neonazis y a los supremacistas blancos”.