ESTADOS UNIDOS

El ‘Rusiagate’

El escándalo del asesor de Seguridad Michael Flynn apunta a que Rusia tiene mucho más que ver con la victoria de Trump de lo que se creía. Los demócratas están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. ¿Qué va a pasar?

18 de febrero de 2017
Trump solo ha tenido palabras amables para Putin. Sin embargo, durante su gobierno ha aumentado la beligerancia rusa. Dos aviones de ese país pasaron sobrevolaron un buque de guerra norteamericano en el mar Báltico y un barco de guerra navegó a pocos kilómetros de Connecticut. | Foto: A.P. / A.F.P.

¿Por qué Donald Trump solo tuvo palabras de admiración para Vladimir Putin durante la campaña presidencial? ¿Por qué en julio invitó a los hackers rusos a meterse en el computador de su oponente demócrata? ¿Qué tipo de relación hay entre la Organización Trump y el Kremlin? Y ¿qué sabe Rusia sobre sus negocios y su vida privada en Moscú?

Esas preguntas, que persiguieron al magnate todo el año pasado, cobraron vigencia esta semana tras una serie de revelaciones explosivas. Según estas, su entorno no solo estuvo en contacto con agentes rusos durante la campaña presidencial, sino que esa cercanía continuó tras las elecciones y se mantiene incluso ahora que es el presidente de Estados Unidos.

Pues aunque esos contactos no son necesariamente ilegales, su inusitada cantidad y frecuencia sí son una papa caliente para Trump y su equipo, que habían esquivado las conclusiones de un informe de la CIA, el FBI y la NSA según el cual el Kremlin intervino en la campaña para favorecer sus aspiraciones. De hecho, el presidente había logrado que calara la idea en la que mientras los republicanos fueron inteligentes y frenaron a los hackers, los demócratas les abrieron “una autopista”.

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El caso Flynn

Un informe de The Washington Post, publicado el 9 de febrero, desencadenó la crisis en la Casa Blanca. El texto advertía que el consejero nacional de Seguridad, Michael T. Flynn, mintió en varias ocasiones sobre el contenido de unas llamadas que cruzó con el embajador de Rusia, Sergey Kislyak, el 29 de diciembre. Es decir, el día que el presidente Barack Obama anunció la expulsión de 35 diplomáticos en represalia por las actividades de Rusia para influir en las elecciones presidenciales.

Según lo que dijo Flynn a los medios y también al vicepresidente Mike Pence, durante esa conversación él y Kislyak solo intercambiaron saludos de Año Nuevo. Sin embargo, The Washington Post citó nueve fuentes de inteligencia que revelaron que durante la llamada no solo habían hablado de las sanciones, sino que Flynn le propuso al embajador que Rusia no tomara medidas de respuesta, dándole a entender que durante su Presidencia Trump podría reversar las medidas adoptadas por Obama.

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El escándalo tuvo dos consecuencias. En primer lugar, condujo a que Trump le pidiera el lunes la renuncia a Flynn, que solo duró 24 días en su cargo, algo completamente insólito. Y en segundo lugar, dirigió de nuevo todos los reflectores hacia las relaciones entre el magnate y Rusia. Por un lado, porque Flynn fue una figura clave de la campaña republicana, en la que llegó incluso a sonar para vicepresidente. Y por el otro, porque desde hace varios años es una figura muy cercana a Moscú, pues en diversas ocasiones ha trabajado para su canal de televisión RT, (antiguo Russia Today) y ha sostenido encuentros de alto nivel con la cúpula del Kremlin, incluyendo al propio Vladimir Putin. Y, según el Post, esa cercana relación se intensificó durante las elecciones y no cesó tras los comicios.

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Sin embargo, su despido de la Casa Blanca no se debió a esos contactos ni a las mentiras que le dijo al vicepresidente Pence, sino sencillamente a que se dejó pillar. Aunque a finales de la semana pasada Trump le dijo a un grupo de periodistas en el Air Force One que no tenía ni idea de las revelaciones de The Washington Post, lo cierto es que el 23 de enero la entonces fiscal general, Sally Yates, le advirtió a la Casa Blanca de la conversación con el embajador ruso. También de que esta era ilegal, pues en ese momento Flynn no hacía parte del gobierno. Poco después, el presidente echó a Yates por no apoyar su veto antimusulmán, pero mantuvo a su asesor de Seguridad en su cargo durante casi dos semanas.

De hecho, el jueves en una rueda de prensa insistió en que este “no hizo nada malo”, salvo haberle mentido al vicepresidente Pence. Según explicó el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, la renuncia de Flynn se debió a una “erosión de la confianza” y no a una “cuestión legal”. A su vez, Trump negó haberle dado a su exasesor la orden de discutir las sanciones con el embajador, pero explicó que este simplemente había hecho su trabajo, y afirmó que estaba de acuerdo con sus acciones. “Yo le habría dicho que contactara al embajador si él no lo hubiera hecho”, dijo.

Pero las malas noticias de Trump con Rusia no se limitaron a la llamada de Flynn ni a sus mentiras. El miércoles, The New York Times reveló que desde antes de las elecciones el equipo de campaña de Trump y otras personas afines a su organización estuvieron en contacto con los organismos rusos de inteligencia y con otras agencias gubernamentales de ese país. Todo esto al tiempo que los computares del Partido Demócrata sufrían ciberataques y que el magnate intercambiaba halagos con Putin. Este fue, además, el momento en el que Trump invitó explícitamente a los hackers rusos a meterse al computador de Hillary Clinton.

Según las fuentes de inteligencia del diario neoyorquino, otras personas además de Flynn estuvieron en contacto con Moscú. Entre ellas, Paul Manafort, uno de sus jefes de campaña, quien tuvo que renunciar por sus lazos con el gobierno de Víktor Yanukóvich, un aliado de Putin al que los ucranianos derrocaron en 2014; Carter Page, hombre de negocios y exasesor en política exterior de la campaña de Trump; y Roger Stone, miembro del Partido Republicano.

Pese a esa avalancha de revelaciones, Trump considera que las filtraciones son el verdadero problema así como su difusión por la prensa, y le ha echado la culpa de sus problemas a su predecesor. “Para ser francos, heredé un desastre, un desastre tanto adentro como afuera del país”, afirmó en la rueda de prensa.

Lo que sigue

Como en los tiempos de Nixon, medio Washington se está preguntando qué sabía el presidente y cuándo lo supo. Y a las previsibles voces de protesta de los demócratas se han sumado las de varios republicanos que han fustigado a Trump con más fuerza incluso que la propia oposición. “¿Quién está a cargo? ¿Quién está tomando las decisiones políticas? No conozco a nadie por fuera de la Casa Blanca que conozca la respuesta”, dijo el senador republicano John McCain, quien además calificó el gobierno de Trump de “disfuncional”.

Todo lo anterior ha tenido dos consecuencias. Por un lado que haya tomado cierta fuerza la idea de organizar una comisión de alto nivel sobre las relaciones entre el presidente y el Kremlin. Como dijo a SEMANA Kenneth Schultz, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford, “lo que se sabe hasta ahora es inquietante, pero es difícil saber qué tan perjudicial puede ser para el presidente. Sacar las cosas a la luz mediante una investigación es la mejor manera de detener las filtraciones. Por el contrario, obstruirlas solo va conducir a que las preguntas se enconen y se dispare la demanda de filtraciones”. Sin embargo, no cualquier tipo de comisión puede llevar a ese resultado. Mientras los demócratas quieren una independiente, compuesta por miembros de ambos partidos, los republicanos quieren organizarla desde el Senado, donde son mayoría.

Por el otro, la crisis ha abierto un abismo entre el despacho oval y otras áreas del gobierno, en particular los organismos de inteligencia. De hecho, muchos agentes han decidido filtrar la información por miedo a lo que puedan hacer Trump y su entorno con ella. Y a su vez, varios asesores se niegan a usar su cuenta de correo oficial por temor a que esta sea intervenida, y otros empleados han recurrido a aplicaciones encriptadas.

A su vez, al escándalo de Flynn se ha sumado el caos de la Casa Blanca (ver recuadro) y también un aumento en la beligerancia de Moscú. Tan solo esta semana, varios aviones de guerra de ese país sobrevolaron un buque de guerra en el mar Negro, el Kremlin emplazó un nuevo misil en el enclave de Kaliningrado, lo cual es considerado ilegal según los tratados vigentes, y un barco espía navegó a menos de 50 kilómetros de las costas de Connecticut. Durante la rueda de prensa, cuando le preguntaron a Trump si pensaba que Putin lo estaba poniendo a prueba, respondió que no y aseguró que su gobierno funcionaba como “una máquina bien calibrada”.

Otros no están tan tranquilos. Como dijo el general de cuatro estrellas y comandante principal de las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos, Tony Thomas, “el gobierno sigue envuelto en un caos increíble. Deseo que logren resolverlo pronto, pues somos una nación en guerra”. 

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A Las ‘Trumpadas’ El mundo de Donald Trump se mueve rápido y con sorpresa. Estas son algunas de las polémicas de la Casa Blanca.

Otan en la cuerda floja

El secretario de Defensa, James Mattis, les advirtió a los países miembros de la Otan que deben aumentar sus aportes económicos, ya que “los contribuyentes estadounidenses no pueden llevar la desproporcionada carga de la defensa de los valores occidentales, (...) no pueden preocuparse más por el futuro de sus hijos que ustedes”.

¿Sin Estado palestino?

Trump desafió décadas de tradición diplomática estadounidense al afirmar que la paz en el Medio Oriente no implica necesariamente el reconocimiento de Palestina como un Estado. “Estoy mirando a dos Estados y un Estado, y me gusta lo que le guste a ambas partes. (...) Puedo vivir con cualquiera de las dos”.

Un tigre de papel

Trump consideró reanudar las relaciones diplomáticas con Taiwán, lo que va en contra de la política de una China. Sin embargo, después de una llamada con el presidente Xi Jinping, Trump tuvo que retractarse y reconocer a Beijing como el único centro político del país. Una verdadera humillación, según algunos.

Petróleo y corrupción

Tras nombrar secretario de Estado a Rex Tillerson, el exdirector corporativo de la petrolera Exxon Mobile, Donald Trump firmó una ley que reduce las reglas contra la corrupción para compañías de energía.

Otra guerra

El Departamento de Defensa propone enviar tropas al norte de Siria por primera vez para acelerar la lucha contra Isis, lo que implicaría cooperar militarmente con Rusia. Este sería un cambio radical respecto a la administración de Obama, que se mostró renuente a intervenir el conflicto sirio. Y llena los sueños de los dirigentes de Estado Islámico.
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La hoguera de las vanidades
La improvisación y las intrigas que se han apoderado de la Casa Blanca hacen que el mundo se pregunte cómo reaccionará Washington cuando estalle una crisis mayor.

El despido de Michael Flynn evidenció las tensiones internas de la Casa Blanca, en la que los empleados de Trump compiten como los concursantes de sus realities. En el centro de la controversia está la ‘oficina paralela’ al Consejo de Seguridad Nacional, que dirige el supremacista Steve Bannon, el radical consejero de 31 años Stephen Miller y el yerno de Trump, Jared Kushner. Y a ellos se suma la estratega de comunicaciones Kellyanne Conway, que funcina como una rueda suelta con todo el apoyo de Trump. Pero el liderazgo no es claro. “¿Quién está tomando las decisiones? Nadie lo sabe. Obviamente no las toma el consejero de Seguridad Nacional. ¿Será el señor Bannon? ¿Será el de 31 años?”, se pregunta el senador republicano John McCain. Por otra parte, Trump solo ha candidatizado a 35 de los cerca de 700 puestos que requieren confirmación del Senado. Como dijo a SEMANA Jack Glaser, profesor de Política Pública de la Universidad de Berkeley, “hay buenos argumentos para describir a Trump y su equipo como unos incompetentes. De hecho, su capacidad de generar escándalos a una velocidad mayor que la del ciclo de noticias tiene como fin confundir al público. Por ahora, mal que bien se ha salido con la suya, pero si los grandes escándalos se vuelven frecuentes, la gente va a reaccionar”. La gran pregunta es qué va a pasar cuando su administración tenga que lidiar con una catástrofe natural o con un eventual ataque terrorista.