ESTADOS UNIDOS

WikiLeaks sale al rescate de Donald Trump

No es la primera vez que estas filtraciones sacan de un escándalo al magnate cuando más le conviene. ¿Está detrás la mano del Kremlin y el interés de Julian Assange de evitar la extradición a Estados Unidos?

11 de marzo de 2017
Para Donald Trump existen buenas y malas filtraciones de información. Las de WikiLeaks pertenecen invariablemente a la primera categoría. | Foto: A.P.

El presidente de Estados Unidos reaccionó de una manera sorprendente después de que WikiLeaks publicó 8.761 documentos sobre las técnicas de espionaje electrónico de la CIA. Guardó silencio. Ni en sus declaraciones a la prensa ni en su cuenta de Twitter Donald Trump se refirió al mayor escándalo de filtración de su gobierno. Y eso es llamativo por varias razones.

Por un lado, porque las agencias de inteligencia dependen del Poder Ejecutivo y todo lo que las afecte debería ser un problema para su gobierno. Por el otro, porque mientras amenaza con palabras de grueso calibre a quienes filtren informaciones que lo perjudiquen a él o a sus colaboradores, no tiene nada que decir cuando esas filtraciones ponen en entredicho a las agencias de inteligencia, justo cuando estas parecen a punto de cerrar el cerco en torno a él en lo relacionado con la influencia de Rusia en las elecciones.

De hecho, la relación de Trump con el portal que dirige Julian Assange es tan polémica como la que sostiene con el Kremlin, pues el australiano hizo la tarea de publicar los documentos que los hackers rusos al servicio de Vladimir Putin (como han sustentado la CIA y el FBI) sustrajeron de los computadores de varias figuras del Partido Demócrata. Es decir, las filtraciones que debilitaron a Hillary Clinton en un momento clave de la contienda y que contribuyeron a su derrota. “Amo a WikiLeaks”, dijo el propio Trump un mes antes de los comicios.

A su vez, incluso antes de posesionarse, sus relaciones con las agencias de inteligencia eran bastante malas debido a que estas concluyeron que Moscú había intervenido con el objetivo de ayudarle a llegar a la Casa Blanca. Como se recordará, a principios de año Trump les dio más crédito a las palabras de Assange, y una semana antes de tomar posesión comparó el trabajo de aquellas con las técnicas empleadas por la “Alemania nazi”.

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Desde entonces, el altercado de Trump y la comunidad de inteligencia se ha convertido en una abierta hostilidad y hoy es real la posibilidad de que el cortocircuito se esté convirtiendo en algo más grave. Como dijo a SEMANA David Hopkins, profesor de Ciencias Políticas del Boston College, “cada vez es más claro que WikiLeaks está organizado en una especie de alianza con la Casa Blanca de Trump contra las agencias de inteligencia estadounidenses”.

Toma y daca

Varias evidencias circunstanciales apoyan esa hipótesis. Lo cierto es que aún desde antes de su triunfo en los comicios, las filtraciones de WikiLeaks han ocurrido en momentos particularmente oportunos para Trump.

La semana pasada saboreaba el éxito de su discurso ante el Congreso, donde había lucido presidencial con un mensaje sobre la necesidad de superar “las diferencias partidistas”. Pero The New York Times y The Washington Post publicaron dos artículos de fuentes de inteligencia cuyo contenido cortó la luna de miel apenas 24 horas después.

Esos textos pusieron en evidencia los contactos de seis representantes de Trump con el embajador ruso. Y dejaron en claro que el fiscal general, Jeff Sessions, le mintió al Congreso sobre esos encuentros, por lo que tuvo que apartarse de las investigaciones sobre la conexión entre el Kremlin. En plata blanca, eso significa que Trump y su entorno no podrán controlar un proceso que puede hundir su administración. Según un artículo del portal Politico, desde la semana pasada la CIA está mostrando a cuatro congresistas, tanto demócratas como republicanos, que participan en la investigación, informes sin editar relacionados con la interferencia rusa en las elecciones.

El sábado Trump, salido de casillas, dejó boquiabiertos a propios y extraños con una seguidilla de trinos según los cuales el entonces presidente Obama ordenó espiarlo a las agencias de inteligencia. “¡Terrible! Acabo de enterarme de que Obama tenía mis ‘comunicaciones intervenidas’ en la Torre Trump justo antes de la victoria. No se encontró nada. ¡Esto es McCarthyismo!”, trinó hacia las tres de la mañana. Después se supo que lo había hecho tras ver un informe del portal ultraderechista Breitbart News, basado a su vez en el programa del comentarista radial Mark Levin, quien sin aportar pruebas difundió toda la semana su teoría de un “golpe de Estado silencioso” orquestado por Obama.

Pocas horas después, el mentor político del magnate, Roger Stone, escribió en su cuenta de Twitter que tenía un “canal de retorno perfectamente legal con WikiLeaks”. Luego borró su trino, pero su comentario resultó revelador tres días más tarde, cuando ese grupo de hackers publicó las técnicas de espionaje de la CIA. Muchos recordaron entonces que el propio Stone ‘predijo’ a mediados de 2016 que WikiLeaks se iba a meter a los computadores del presidente de la campaña demócrata, John Podesta, y de la propia Clinton, cosa que en efecto sucedió.

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Previsiblemente, al revelar sus métodos de espionaje (ver artículo en la sección de Tecnología) WikiLeaks le permitió a Trump irse al ataque, y el FBI y la CIA pasaron toda la semana defendiéndose. Pues la revelación no solo puso en duda su capacidad de guardar sus secretos más preciados (sus técnicas electrónicas), sino que también alimentó las teorías conspiracionistas según las cuales un deep state (Estado profundo) dirigido por Obama está dispuesto a recurrir a todas las técnicas para tumbar el gobierno de Trump. Y esto incluiría unas agencias de inteligencia politizadas al servicio de los demócratas.

A su vez, independientemente de si fue una coincidencia, la atención que recibieron las filtraciones de Assange ayudó a pasar a segundo plano la obligación de Trump de mostrar las pruebas contra Obama sin que el veneno de su comentario se disipara por completo.

Por su parte, Assange tiene razones de peso para cimentar su relación con Trump que van más allá de servirle de mensajero a Putin. En efecto, el 2 de abril los ecuatorianos decidirán en el balotaje quién será su próximo presidente. Y esto le concierne, pues existen posibilidades reales de que gane el opositor Rafael Lasso, quien ha dicho que le dará 30 días para que salga de la embajada de su país en Londres, donde está asilado desde 2012. Y eso significa que en pocos días su suerte puede estar en manos de las autoridades gringas. Ante esa eventualidad, ¿qué mejor escenario que tener de su lado al propio presidente de Estados Unidos?n

Ojo con Corea

Mientras toda la atención de Washington está puesta en lo que hace o deja de hacer Trump, en el Lejano Oriente se está cocinando una crisis mayor.

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“Estados Unidos y Corea del Norte son como dos trenes que circulan en direcciones contrarias a gran velocidad sin que ninguna de las partes esté dispuesta a cambiar el rumbo”. Con esas palabras el canciller chino, Wang Yi, rompió su habitual prudencia en el Parlamento de su país para describir el pico de tensión vivido esta semana en la península coreana entre esas dos potencias nucleares. La causa fue el ensayo del gobierno de Kim Jong-un de cuatro misiles balísticos, el despliegue de un moderno sistema antimisiles estadounidense en Corea del Sur, y los ejercicios militares que Washington y Seúl realizaron el pasado 1 de marzo. El gran temor de Beijing es que tanto el líder norcoreano como Donald Trump aprovechen la crisis para desviar la atención de las tensiones que están viviendo en sus respectivos países. “La gran pregunta”, añadió Wang, “es si ambas partes están realmente dispuestas a chocar frontalmente”.