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Dos policías en Washington se suicidaron tras la toma del Capitolio y otros sufren secuelas psicológicas
La salud mental de los policías que lucharon por retomar el control del Capitolio el 6 de enero preocupa a las autoridades en Washington. Varios han entregado sus armas por temor a hacerse daño y reportan síntomas relacionados con estrés y ansiedad.
Cuando una multitud enfurecida se tomó el Capitolio en Washington el 6 de enero, Jefrrey Smith, un policía de 53 años, fue enviado a controlar la turba. A las 2:38 pm envió un mensaje de texto a su esposa, Erin, con un mensaje encriptado que solo ellos entenderían.
“Cayó Londres”, se leía en el texto y su esposa, que veía por televisión lo que sucedía frente al Capitolio, supo interpretar el mensaje como termómetro de la gravedad de lo que pasaba adentro.
Seis minutos después de esa comunicación, un policía disparó hiriendo de muerte a una mujer en el Capitolio, y Smith, que estaba cerca, temió que sería el fin de su vida pues la multitud pro-Trump se tornó aún más violenta.
Fue entonces cuando Jefrrey sintió un golpe en la cabeza. Uno de los manifestantes le pegó con una varilla de metal que daño su casco y su protector facial.
Esa noche lo vio un doctor de la Policía que le ordenó varios días de reposo. Pero Jefrrey no podía descansar, según su esposa, era tal el dolor de cabeza que no podía casi moverse, en las noches no dormía, dejó de hablar, no quería comer y no volvió a salir de su casa.
El 14 de enero lo volvió a ver un doctor y dio por terminada su incapacidad. Al día siguiente, tras despedirse de su esposa, quien le empacó almuerzo y lo despidió con un beso, el oficial se subió a su carro y con su arma de dotación se suicidó.
Jefrrey se convirtió en el segundo oficial en quitarse la vida tras la toma del Capitolio. El primero en hacerlo fue Howard Liebengood, quien se suicidó tres días después del ataque.
El sindicato de policías no solo lamentó su muerte, sino que exigió que se le considere como el fallecimiento de alguien que murió como consecuencia de su trabajo.
Días después del asalto, el jefe de la Policía de Washington testificó ante una comisión en el congreso que investiga la reacción de las autoridades ese 6 de enero, y reconoció que el impacto en la salud mental de los oficiales es a veces parte del sacrificio que hacen por su país.
La Policía de la capital estadounidense perdió a otro oficial, Brian D. Sicknick, quien murió por las heridas que sufrió durante el ataque.
Durante el juicio al expresidente de EE.UU. Donald Trump esta semana en el Senado, también se escucharon dramáticos testimonios de congresistas que confirman el delicado estado de salud mental de algunos de los oficiales que por más de 15 minutos no pudieron retomar el control del Capitolio.
El congresista David Cicilline dijo que más de uno entregó su arma días después por temor a hacerse daño y que reportan que el caos fue tan traumático como cualquier combate en Irak o Afganistán.
Esta situación afecta además otros aspectos de su salud en general. Uno de los policías que estuvo en el Capitolio ese jornada sufrió un infarto días después y varios han reportado sentir más ansiedad que antes.
La preocupación es tan grande que ya la Policía está ofreciendo más apoyo psicológico a los agentes que estuvieron en el Capitolio ese día y a sus familiares.
La muerte de los dos policías dejó al descubierto el frágil estado de salud mental de muchos de sus colegas y las cifras que acompañan las evaluaciones psicológicas. Los policías en Estados Unidos mueren por suicidio más que ninguna otra profesión en ese país. Es tan grave, que las muertes por cuenta propia superan las de accidentes o fallecimientos por incidentes violentos relacionados con su labor.