PIRATERÍA
El atracadero
Los atrevidos ataques de los piratas en el cuerno de África amenazan las rutas del petróleo y ponen en jaque al comercio marítimo mundial.
En las costas somalíes, el crimen sí paga. Y paga tan bien, que en ese territorio sin ley los piratas no tienen el más mínimo recato. Su osadía alcanzó un nuevo nivel el domingo pasado, cuando secuestraron el Sirius Star, uno de los barcos petroleros más grandes del mundo (casi tan largo como cinco aviones Boeing 747), mientras transportaba dos millones de barriles de crudo saudita por valor de más de 100 millones de dólares. Es, de lejos, el botín más valioso entre las 92 embarcaciones que han atacado en esa región en lo que va de este año.
Desde entonces, en apenas una semana, los piratas asaltaron un atunero tailandés, un buque cisterna turco con químicos, otro de bandera griega y un carguero iraní con trigo. En el golfo de Adén, uno de los lugares más críticos, una fragata india hundió el miércoles un barco nodriza pirata. La seguidilla, por si hiciera falta, recordó que en el cuerno de África, por donde transita el 10 por ciento del comercio marítimo mundial y más del 30 por ciento del petróleo, ningún barco está a salvo.
El caso del Sirius Star es especialmente preocupante e ilustrativo. Es la primera ocasión en que los piratas secuestran un gran petrolero y además lo hicieron a cientos de millas de la costa, en aguas territoriales de Kenia, desde un barco nodriza. Por su tamaño, el barco no podía pasar por el Canal de Suez, entre el mar Rojo y el Mediterráneo, y se dirigía hacía el sur, por la ruta que sigue por el Cabo de la Buena Esperanza, en Sudáfrica, considerada más segura que el paso por el Golfo de Adén (ver mapa). El mensaje es concluyente: ya no importa el tamaño de los barcos o la ruta que siguen.
El tema ha llegado a ser tan preocupante, que en la región operan buques de las armadas de Estados Unidos, Rusia, la Otan e India, pero poco han podido hacer para controlar la piratería. El año pasado la Organización Marítima Internacional (OMI), el organismo de la ONU dedicado a la seguridad marítima, contó 263 ataques en todo el mundo. Y aunque en otras regiones del planeta el número ha descendido, en Somalia se multiplica.
Al cierre de esta edición, el Sirius Star permanecía anclado frente al puerto de Harardere, donde hay toda una flota de embarcaciones secuestradas. En ese lugar permanecen encañonadas unas 250 personas, los tripulantes de por lo menos una docena de naves, mientras se negocia su liberación.
Algunos llevan semanas o meses, como el Faina, un carguero ucraniano retenido en septiembre que está rodeado por buques militares estadounidenses y rusos. Su caso causa especial atención, pues tiene 33 tanques T-72 y armamento pesado que podría terminar como arsenal de algún conflicto africano, e incluso inclinar la balanza de una de las guerras en la conflictiva región. De hecho, su inquietante destino todavía se desconoce, pero posiblemente se dirigía a Sudán. El rescate que pedían los piratas ha bajado de 20 millones de dólares a ocho.
En el caso del Sirius Star, algunos medios han asegurado que el precio podría llegar a la cifra récord de 30 millones de dólares. Las compañías marítimas suelen acceder a esos millonarios rescates. "Es imposible evitar los pagos", dijo a SEMANA desde Singapur Danny Chan, experto en seguridad marítima de iJet, una multinacional que ofrece asesoría de riesgo. "Nadie sabe realmente a dónde va el dinero", asegura.
Lo que sí se sabe es que los piratas 'reinvierten' parte de las ganancias y son cada vez más sofisticados. Hay una piratería primitiva que ocurre cerca de las costas, con pandilleros armados de pistolas y machetes en lanchas rápidas. Técnicamente ni siquiera es piratería, pues no ocurre en aguas internacionales. Pero hay otra que se realiza en altamar, por redes de crimen organizado que utilizan naves nodrizas para sus operaciones, tienen equipos más modernos, como sistemas de posicionamiento global y teléfonos satelitales, y armamento más pesado, como misiles y lanzagranadas. Sus ataques tienen una precisión militar.
A nadie sorprende que el escenario de semejante caos sea Somalia, un 'estado fallido' de manual. Prácticamente desde el fin de la Guerra Fría el país carece de un gobierno central fuerte. Los 'gobiernos de transición' se cuentan por decenas desde 1991 y varias regiones gozan de una independencia de facto. Ni hablar de una armada capaz de velar por la soberanía. Los ataques de los piratas sólo disminuyeron brevemente cuando grupos conocidos como las Cortes Islámicas se hicieron con el control de la mayoría del país. Pero en 2006 Washington propició que Etiopía invadiera el país para aplastar el movimiento islamista y reinstalar a un gobierno que hoy a duras penas controla Mogadiscio, la capital. El mismo presidente de Somalia, Abdullahi Ahmed, admite que una gran parte del territorio está de nuevo en poder de los islamistas.
En ese contexto, la piratería es una industria ascendente en un país hambriento. Según relatan varios reportajes, alrededor de los piratas se ha construido una economía y una cultura 'traqueta'. En medio de la miseria ellos compran carros lujosos, construyen pequeños palacios y se quedan con las mujeres más bonitas. Se ha convertido en una moda socialmente aceptada.
Pero las consecuencias de sus ataques tienen un alcance global. Como asegura The Economist, "los rescates significan primas más altas para la industria marítima, retrasos para los consumidores a medida que más barcos deciden la ruta más larga alrededor del Cabo de la Buena Esperanza, menos ingresos para el Canal de Suez, y para los mercados petroleros trabajar con otra variable en medio de unos precios de por sí volátiles".
Desde hace tiempo, los analistas han advertido los riesgos del potencial matrimonio entre piratas y terroristas en los territorios sin ley. Muchos recuerdan que un antecedente directo de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en octubre de 2000, fue el ataque de Al Qaeda en lanchas rápidas contra el USS Cole. Ese atentado ocurrió en Yemen, al norte de Somalia. Aunque todo apunta a que los piratas somalíes todavía son unos mercenarios, su actividad, tan fuera de control, podría atraer yihadistas que vieran la oportunidad de organizar ataques terroristas. En plena crisis financiera, hacer estallar un petrolero en un estrecho estratégico, además de ser una tragedia ecológica, podría poner en jaque al comercio mundial.