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El drama de los migrantes haitianos que tienen que volver a su país
André abandonó Haití hace cuatro años, pero después de un sueño americano destrozado, terminó regresando a su país en medio de una situación de orden público básicamente invivible.
Para “tener un futuro mejor”, André se exilió en Brasil y luego cruzó un continente para vivir en Estados Unidos. Pero, como cientos de sus compatriotas, fue deportado de regreso a Haití, sin dinero ni equipaje.
Es el primogénito de una familia de cuatro hijos y entró en la Facultad de Derecho, una de las carreras favoritas de los padres haitianos. Pero las clases de ciencias que impartía para financiar sus estudios no le alcanzaban para prosperar.
“No tenía futuro en mi país, mi sueldo no me permitía vivir”, recuerda este joven de 32 años, que prefiere no divulgar su apellido. En contra del consejo de su familia, compró un billete de ida a Brasil en 2017. En aquel momento no sabía casi nada del país, pero como podía ir sin visado, fue la salida providencial para miles de haitianos de su generación.
Objetivo: Estados Unidos
En Sao Paulo y luego en Porto Alegre, André fue contratado en granjas de pollos. “No me intimidó hacer este trabajo porque puedo decir que llevaba una vida de lujo, en comparación con la de Haití”, sonríe.
Ese lujo consistía en un servicio de autobús que funciona y una tarjeta de seguro médico, vivir en un edificio con ascensor y tener un refrigerador lleno que funcionaba todo el tiempo, “mientras que en Haití, la electricidad puede cortarse durante cuatro días o más”.
Sin embargo, estas comodidades no le bastaban. “Cuando eres haitiano, sólo quieres vivir en dos países del continente: Estados Unidos y Canadá”, explica André. Más allá del sueño americano, se trata de poder ayudar a la familia que se quedó en su país.
Con la devaluación del real, “no podía comprar dólares para enviar a Haití”, cuenta André, que decidió emprender su viaje hacia el norte en el verano boreal de 2021. Tras un largo viaje en autobús hasta Bolivia y luego a Perú, este haitiano cruzó Colombia hasta que se topó con la selva del Darién, la puerta de entrada a Panamá.
Muchos migrantes pierden la vida en este paso obligado que une las dos partes del continente americano. “En una ocasión, bebimos agua de un río y luego, río abajo, vimos un cuerpo sin vida flotando”, recuerda André.
Horror en la selva
Además del calor sofocante en la selva, las bandas criminales controlan la zona. André dice que cuando ya le habían robado todo su efectivo, quisieron llevarse su teléfono, la única posesión de valor que le quedaba.
Al final pudo quedarse con él a cambio de pastillas de paracetamol, pero su rostro se desfigura cuando cuenta que los criminales violaron a dos niños de 11 y 12 años que viajaban con su grupo por el Darién.
“A sus padres no les quedaba dinero, así que cogieron a los pequeños y los violaron un poco más lejos. Su padre y su madre estaban ahí, a un lado. Se oían los gritos pero nadie pudo decir nada, si no, nos fusilaban”, explica.
Al salir de la selva, se dirigió rápidamente a México, principalmente en autobús a través de Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala. Dos meses y casi 6.000 dólares después, acabó, como miles de haitianos cuyas imágenes causaron revuelo en Estados Unidos, bajo el puente de Del Río, en Texas.
Pero el país de sus sueños le hizo volver a Haití cuatro años después de su partida. En medio del polvo de los habituales atascos de Puerto Príncipe, André se lo toma con calma. “Mientras estemos vivos, podemos volver a empezar, pero duele mucho”, admite el joven de 30 años frente a la valla del aeropuerto al que llegó el día anterior.
“¿Quedarse en Haití? Dada la inestabilidad política, la situación sanitaria, la educación... Es deprimente. No puedo quedarme en un país así”, concluye, mientras piensa en el camino que podría tomar en su próximo intento.
Con información de AFP.