ESTADOS UNIDOS

El espinoso camino de Hillary Clinton para vencer a Trump

La Convención Demócrata la proclamó por unanimidad como primera candidata mujer a la Presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, el magnate repunta en las encuestas.

30 de julio de 2016
Hillary contó con el apoyo de la pesada del Partido Demócrata. De su experiencia y de su capacidad para dirigir el país hablaron su esposo, el expresidente Bill Clinton, la primera dama, Michelle, y el propio presidente Barack Obama. | Foto: A.P.

Hillary Clinton hizo his-toria esta semana, pero no le espera un camino de rosas para convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos. Justo una semana después de que el Partido Republicano consagró en Cleveland a Donald Trump como su aspirante a suceder a Barack Obama el 8 de noviembre, el Partido Demócrata la ungió este jueves en Filadelfia, con bombos y platillos. Y cuando faltan solo tres meses y una semana para las elecciones, el país y el mundo contienen la respiración ante una disyuntiva política que, salga como salga, tendrá indudables repercusiones de Moscú a Buenos Aires y de Los Ángeles a Bagdad.

Que Hillary Clinton alcanzó algo realmente histórico no tiene duda. Tal como editorializó el viernes The New York Times, esta mujer no es solo la primera que encarna la candidatura presidencial de uno de los dos grandes partidos en Estados Unidos, sino que es hija de Dorothy Rodham, nacida en 1919, “un año antes de que la enmienda 19 de la Constitución autorizara el voto femenino”. Un auténtico revolcón social. La propia Hillary puso de presente el hito al advertir que “cada vez que cae un muro en Estados Unidos, se despeja el camino para todos”.

El lío es que semejante argumento puede llenar varios libros de historia, pero no basta para que Hillary derrote a Trump. En estos días, el promedio de las encuestas que lleva a cabo Real Clear Politics le daba una leve ventaja al magnate con un 45,6 por ciento sobre el 44,7 de la exsecretaria de Estado, aunque, como sugiere Nate Silver, el gurú de los sondeos, la auténtica tendencia empezará a marcarse solo desde la semana que viene. Hillary no convence del todo. Su imagen negativa en las encuestas ronda el 50 por ciento. Como le dijo a SEMANA el presidente de Diálogo Interamericano, Michael Shifter, “ella no es una mujer muy popular y, para rematar, no le ayuda que el 70 por ciento de las personas crean que en este país las cosas van por mal camino”.

Como quiera que sea, Hillary enfrentó en Filadelfia el mensaje que Trump expuso en Cleveland. Al discurso del miedo que empleó el multimillonario, ella esgrime el de que Estados Unidos es fuerte y grande cuando se unen todos sus habitantes. Incluso echó mano del expresidente demócrata Franklin Delano Roosevelt, cuando al posesionarse en 1933 dijo que “a lo único que tenemos que tenerle miedo es al miedo mismo”. Y al discurso del pesimismo que utilizó Trump, ella le enfrenta el de un país que “nunca ha sido más fuerte que ahora”.

La exsenadora se refirió asimismo a los peligros de que Trump llegue a la Casa Blanca y controle el arsenal atómico estadounidense. Ella misma preguntó si Trump tiene el temperamento adecuado para tener el dedo sobre el llamado ‘botón rojo’. “¡Imagínenselo en la oficina oval de la Casa Blanca! ¡Un hombre al que se puede provocar con un tuit no es confiable con armas nucleares!”, exclamó antes de subrayar que el país debe entrar en un “momento de reflexión”. Y aquí, si ella es convincente, puede residir la clave de su victoria. Vencerá si consigue que el miedo a Trump sea mayor que el miedo que Trump infunde.

Para muchos analistas, el discurso de Hillary fue menos emocionante que muchos otros a lo largo de la convención. Como el de la primera dama Michelle Obama, que el lunes enloqueció a las toldas demócratas al darle su apoyo irrestricto a Hillary y al afirmar que confía en ella. O el que pronunció el miércoles el presidente Barack Obama, cuando aseveró que Hillary es la persona mejor preparada para ocupar la oficina oval, más incluso que él mismo o que el propio Bill Clinton, que lo escuchaba atento. Y el del multimillonario Michael Bloomberg, exalcalde independiente de Nueva York, cuando dijo que si Trump manejara la economía gringa como ha manejado sus empresas, “que Dios nos ayude”.

La convención había comenzado con el pie izquierdo, pues, tras las divisiones que había mostrado la republicana, se esperaba que la demócrata tuviera más unidad. Pero se revelaron los e-mails sobre el apoyo del Comité Demócrata a Hillary en contra de Bernie Sanders, por lo que los seguidores del senador de Vermont se indignaron y se volcaron a las calles, más aún cuando se sospechó que todo pudo saberse gracias a hackers rusos (ver recuadro).

Para Sanders no fue fácil subir al estrado en la convención. A lo largo de su campaña, el senador que se llama a sí mismo socialista, que se precia de haber puesto en marcha una revolución y que sedujo a millones de jóvenes universitarios, había dicho que Hillary era una funcionaria inepta al servicio de los intereses de Wall Street y que había recibido miles de dólares a cambio de pronunciar discursos privados. Pero al final dio el giro y lo justificó con un razonamiento que parece calar en gran parte de sus huestes: que la exsecretaria de Estado es, frente a Trump, el mal menor.

Capítulo aparte fue el discurso de Bill Clinton. El expresidente centró parte de sus palabras para recordar cómo se conocieron en la Universidad de Yale en la primavera de 1971, cuántas veces debió insistirle a ella para que se casaran y cómo fueron escalando posiciones, incluida la Gobernación de Arkansas. La historia del romance fascinó al auditorio demócrata, pero le dio munición al Partido Republicano para contrastarlo con la verdadera hoja de vida de Bill Clinton, donde abundan los adulterios. Nadie olvida el escándalo de Monica Lewinsky, la practicante de la Casa Blanca. Ni el de Juanita Broaddick, que en Arkansas lo acusó de haberla violado. Ni el de Gennifer Flowers, actriz y modelo, con quien Bill reconoció haber tenido relaciones sexuales y quien afirmó que Hillary le patrocina sus encuentros extramaritales. Ni el de Paula Jones, que lo demandó por acoso. Claro está que, si de adulterios se trata, Donald Trump también muestra un récord dilatado.

Todas estas historias formarán parte de lo que viene ahora en la campaña donde se enfrentan dos figuras muy reconocidas y con años de experiencia, pues Hillary Clinton tiene 68, la mayor parte de ellos en la política, y Donald Trump tiene 70, casi todos en el mundo empresarial. Si la sensatez impera en los votantes, ella debería ganar por goleada. El problema es que, si la campaña se libra en el barro, él tiene posibilidades. Es su hábitat.

La conexión rusa

La simpatía que Trump y Putin se profesan tiene que ver con sus afinidades personales, pero también con sus inversiones comerciales.

La Convención Demócrata comenzó con el pie izquierdo cuando Wikileaks reveló unos emails internos del Comité Nacional que parecían favorecer a Hillary sobre Bernie Sanders. La controversia creció cuando el FBI dijo que provenían de hackers rusos, y se puso peor cuando Donald Trump escandalizó a medio país cuando dijo en una rueda de prensa en Florida “Rusia, si estás oyendo, espero que puedas encontrar los 30.000 ‘e-mails’ que hacen falta”, refiriéndose a los correos que la ex primera dama envió desde su cuenta privada mientras ocupó la Secretaría de Estado.

Aunque un día después el magnate dijo que había hablado de manera “sarcástica”, medios como The New York Times publicaron duros editoriales diciendo que era imperdonable pedirle a un país extranjero que “cometa un crimen que comprometa la seguridad nacional”. Por su parte, The Washington Post recordó los halagos que Trump y el presidente Vladimir Putin intercambiaron en diciembre y reveló algunos nexos del multimillonario con Rusia.

Según el Post, Trump ganó varios millones de dólares cuando organizó el concurso de Miss Universo en Moscú en 2013, que financió en parte el magnate Aas Agalarov (‘el Trump ruso’). Cinco años antes, el hoy candidato había vendido en Palm Beach, por 95 millones de dólares, una mansión fastuosa próxima al mar. ¿El comprador? Dimitry Rybolovlev, otro oligarca ruso. Por si fuera poco, el jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, dirigió un fondo de inversión cuyo propietario era un potentado ruso cercano a Putin. Otro directivo de la campaña de Trump, el asesor en política exterior, Carter Page, encabezó la oficina en Moscú de Merrill Lynch. Y el propio hijo de Trump, Donald Jr., dijo en 2008 que “nos está llegando mucho dinero de Rusia”.