ESTADOS UNIDOS
Bomba en la Casa Blanca
El libro ‘Fuego y furia’ amenaza con poner patas arriba la Presidencia de Donald Trump. Tras conocerse los primeros extractos, el presidente intentó impedir la publicación de esta bomba editorial. Pero fue en vano.
“Steve Bannon no tiene nada que ver con mi Presidencia. Cuando fue despedido, no solo perdió su trabajo, sino también la cabeza”. Con esas palabras, Donald Trump describió el miércoles en un corto comunicado a su exjefe de estrategia e ideólogo de su proyecto nacionalista, a quien acusó además de “estar por su cuenta” y de haber hecho “muy poco” por su “histórica victoria”.
La razón de semejantes ataques contra uno de los protagonistas de su campaña es que este fue una de las fuentes de Fire and Fury (Fuego y furia) del periodista Michael Wolff, quien lo cita hablando en términos inusualmente burdos sobre Trump, sus hijos y la Casa Blanca. También, cuenta detalles sobre la dieta, las manías y la vida sexual del presidente. Todo esto, gracias al acceso casi ilimitado que Wolff tuvo a la Casa Blanca, donde consiguió “una especie de puesto semipermanente en un sofá”, gracias a la confianza que se ganó durante la campaña y los días previos a la posesión presidencial.
En su comunicado, el magnate dijo sin embargo, que el libro “estaba lleno de mentiras” y afirmó que Wolff tuvo “cero acceso” a la residencia presidencial. Un día después, le mandó una carta al editor del libro y les ordenó a sus abogados detener la publicación. Pero sus esfuerzos tuvieron el efecto contrario, pues dispararon la expectativa del público y llevaron a Wolff a adelantar para el viernes el lanzamiento del que promete ser el best seller del año. Ese día, en una entrevista con la cadena NBC, el autor dijo además que no solo había hablado con múltiples fuentes, sino que tenía notas y grabaciones que respaldaban sus afirmaciones. Entre ellas, tres horas de conversaciones con el propio Trump.
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Fire and Fury comienza advirtiendo que nadie en la campaña republicana –ni siquiera el propio Trump– pensaba posible derrotar a Hillary Clinton en las elecciones. “Él y sus lugartenientes creyeron que podían obtener todas las ventajas de llegar ‘casi’ a la Presidencia, pero sin tener que cambiar en lo más mínimo su comportamiento o su forma de ver el mundo”, afirma Wolff en el primer capítulo.
Por eso, cuando se conoció el resultado de los comicios, durante los primeros minutos la reacción fue de desconcierto, incluso de pánico. “Poco después de las ocho de la noche, Donald Junior le dijo a un amigo que parecía que su papá acababa de ver un fantasma. Melania estaba llorando, pero sus lágrimas no eran de alegría”. Otros, como su futuro jefe de Seguridad Michael Flynn, estaban haciendo cábalas sobre cómo los afectarían sus estrechas relaciones con Rusia.
Semanas más tarde, el día de la posesión presidencial la futura primera dama estaba “devastada” y Trump, de pésimo humor, pues ningún artista de fama mundial quiso acompañarlo. El mismo día, la amargura del nuevo presidente de Estados Unidos aumentó al descubrir que la Casa Blanca era mucho menos lujosa que su torre en Manhattan, y la llamó “tenebrosa”.
Con el tiempo, su frustración con su nueva vivienda lo llevó a insultar a una de las mujeres que hace la limpieza por haberle recogido una camisa. “¡Si mi camisa está en el suelo, es porque quiero que esté en el suelo!”, le gritó. Asimismo, se agarró con los servicios de seguridad porque estos le pidieron no encerrarse con seguro, se quejó porque en la Casa Blanca no había suficientes televisores e insinuó que podían querer envenenarlo. De ahí que haya mandado a instalar tres pantallas en su habitación y que le guste tanto comer en McDonald’s, pues allí preparan la comida de antemano “y nadie sabe que es para él”. En efecto, Trump suele cenar una hamburguesa con queso mientras mira la televisión y hace llamadas telefónicas.
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Fire and Fury cuenta a su vez detalles salaces de las preferencias de Trump y lo cita diciendo que acostarse con las esposas de los amigos hace que “valga la pena estar vivo”. Con el fin de llevárselas a la cama, cuenta Wolff, el magnate llamaba a sus maridos y las ponía a escuchar por altoparlante sus conversaciones con ellos: “¿Sigues teniendo sexo con tu esposa? ¿Cada cuánto? ¿No tienes a nadie mejor que tu esposa para comerte?”, les preguntaba sin que estos supieran que sus esposas iban a escuchar sus respuestas.
En efecto, desde la primera página Wolff traza un retrato devastador del presidente y describe una Casa Blanca disfuncional, llena de rencillas y peleas de poder. En particular entre Bannon y ‘Jarvanka’, la expresión despectiva que este usa para referirse al mismo tiempo a su hija Ivanka y a su yerno, Jared Kushner. Según el libro, en una ocasión Bannon dijo que Ivanka estaba detrás de la Presidencia, pero que era “tonta como un ladrillo”.
A su vez, en una reunión en el despacho oval Bannon le dijo frente a Trump que ella era “una mentirosa de mierda” (a fucking liar), y el magnate se limitó a contestarle a su propia hija: “Te dije que esto iba a ser duro, nena”. Más adelante, el texto cita a Bannon diciendo que Donald Junior y Kushner son unos “traidores y unos antipatriotas” por haberse reunido en 2016 en la Torre Trump de Manhattan con Natalia Veselnitskaya, la abogada rusa que le prometió información comprometedora sobre Hillary Clinton. De hecho, según Wolff, Trump fue a Rusia y trató de reunirse con Putin. Pero según Bannon, “a Putin Trump le vale huevo”, y el intento fue infructuoso.
Como consecuencia de su conducta errática y de su estrechez de horizontes, escribe Wolff, en la Casa Blanca todo el mundo desprecia al presidente y se burla a sus espaldas de sus metidas de pata. También, de su inquietante tendencia a repetir una y otra vez la misma historia. Al mismo tiempo, sin embargo, sus colaboradores y secretarios se aprovechan de sus inseguridades para manipularlo y favorecer así sus intereses particulares. “Él no procesa la información en el sentido tradicional de la palabra. No lee. En realidad, ni siquiera hojea los documentos. Algunos creen que para efectos prácticos está apenas por encima de una persona semianalfabeta”, dice Wolff en su libro.
Y no se trata solo de afirmaciones anónimas. En una ocasión, el entonces dueño de Fox, Ruppert Murdoch, suspiró exasperado “¡qué imbécil de mierda!” (What a fucking idiot!) tras una conversación telefónica con Trump. En otra, la exsubjefa de Personal de la Casa Blanca Katie Walsh dijo que hablar con Trump era “como tratar de saber qué quiere un niño”. Y es que, según Wolff, el cien por ciento de la gente que trabaja en la Casa Blanca tiene el mismo diagnóstico de las capacidades del presidente. “Para su secretario de Estado, Rex Tillerson, es un retrasado. Para el asesor económico, Gary Cohn, es tan bobo como una mierda. Para el asesor de Seguridad Nacional, H. R. McMaster, es un idiota sin remedio. Y para Steve Bannon, se volvió loco”.
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Todo lo cual volvió a poner sobre el tapete entre los analistas norteamericanos la cuestión de las capacidades mentales de Trump para gobernar. Y en particular, para entender los riesgos que implica hablar del “botón nuclear” en los términos en los que lo ha hecho en la crisis con Corea del Norte. Pues si bien la división de poderes en Estados Unidos limita la potestad presidencial en casi todos los campos, nadie en Washington puede detener un ataque con bombas atómicas si el presidente da la orden de hacerlo. Y esto sin importar sus motivaciones ni su capacidad de pensar correctamente. n