MUNDO
El polvorín de Marruecos, la debilidad de España y el campo de minas del Sahara
Las relaciones con Marruecos han marcado buena parte de la historia reciente y no tan reciente en España.
Durante el siglo XX la gestión de los asuntos con Marruecos influyó de manera directa en la política española. Un vecino complejo que no se puede evitar porque la geografía manda en la política internacional. Por no remontarnos al desastre de Annual, Alfonso XIII, los militares africanistas y las derivadas que ello causó, conviene siempre tener presente en este complejo puzle “La Marcha Verde” y las históricas reivindicaciones de la supuesta marroquinidad de Ceuta y Melilla.
Las reivindicaciones de Marruecos sobre estos territorios han sido utilizadas por la Monarquía alauí como un recurso dialéctico al que recurrir cuando su situación interna se ha complicado. Desde luego, siempre sabiendo aprovechar favorables situaciones externas y la debilidad del enemigo al que derivar la atención pivotando entre España, Argelia y, en menor medida, Mauritania.
En 1975 la situación política de España era extraordinariamente débil con la agonía del régimen franquista y las tensiones propias de la incertidumbre que la situación generaba en España. Marruecos aprovechó el contexto para lanzar una estrategia militar, que ahora denominamos estrategia híbrida, y que consistió en crear lo que se llama una zona gris.
Esta estrategia radica en crear condiciones para obtener réditos políticos, militares o económicos, que generen una situación de conflictividad que no traspase las líneas del derecho internacional y que no llegue a ser una guerra abierta, pero que condicione las decisiones internacionales en favor de quién despliega dicha estrategia.
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Un territorio que nunca formó parte del reino de Marruecos
Al respecto, la marcha emprendida por miles de marroquíes sobre el territorio que ni entonces, ni antes, ni nunca, había formado parte del reino de Marruecos, generó las condiciones para articular aquella reivindicación “histórica”.
De los errores de entonces, España, los saharauis y la comunidad internacional no se han repuesto y las resoluciones de Naciones Unidas nunca se han cumplido, de modo que el abandono del derecho y la política internacional han fermentado en la consolidación de un “derecho” a la consideración del Sahara occidental como parte de Marruecos que ya ha sido respaldado por varios países.
Pero lo que definitivamente ha reactivado esta posición alauí fue el reconocimiento por parte del expresidente estadounidense, Donald Trump, el 10 de diciembre del pasado año, de la soberanía marroquí sobre el territorio reclamado, con el claro propósito de que Marruecos, a cambio, normalizará sus relaciones con Israel.
Una vez más, al margen del derecho internacional, la fuerza de los hechos reactivó un asunto de la agenda global que estaba enquistado.
La política de Biden no cambia con respecto a la de Trump
La política del nuevo presidente, Joe Biden, en lo que a Marruecos se refiere, no ha cambiado. Es más, ha reforzado su apoyo con unas maniobras militares conjuntas al más alto nivel el pasado mes de marzo y con la actitud mostrada por su secretaría de Estado certificando el respaldo a la reivindicación de Marruecos sobre el Sahara occidental ante los acontecimientos en la frontera europea de Ceuta.
En el actual escenario, para Estados Unidos es más importante conservar un aliado musulmán en su postura de apoyo a Israel que defender la aplicación de las resoluciones de Naciones Unidas sobre el Sahara.
Marruecos es consciente de ello y en apariencia actúa con el apoyo implícito y explícito de Washington. Ahora ha creado de nuevo una zona gris, ha bajado la guardia en su frontera con España y Europa para favorecer un éxodo masivo de desesperados migrantes que buscan un futuro mejor en Europa.
Bordea el cumplimiento de los acuerdos con España para la vigilancia de fronteras como represalia por haber acogido en un hospital de Logroño al líder del frente Polisario Brahim Ghali. Basta con leer las declaraciones de algún ministro marroquí y de su embajadora en España.
No tenemos datos para saber si el gobierno español ha medido suficientemente bien el peso que hoy día tiene la posición marroquí en relación con el Sáhara occidental, ni si conocía con detalle, supongo que sí, la explosiva situación que vive el norte de Marruecos, que se ha visto agravada con la crisis económica generada por la pandemia y con catastróficos resultados en la ya de por sí débil juventud marroquí.
Con Mohammed VI, sí, con Pedro Sánchez, no
Hay un hecho incontrastable, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, aún no ha mantenido una conversación con el presidente norteamericano desde el pasado 20 de enero. En su ronda de salutación tras su llegada a la Casa Blanca, España no ha estado incluida en la agenda a pesar de ser la cuarta economía de la UE y una de las destacadas economías medias del mundo.
Otro hecho de la reciente historia: Biden sí ha celebrado en el pasado algún encuentro con Mohammed VI a propósito del Sahara, poniendo aquel a Marruecos como ejemplo de progreso democrático. Sectores influyentes del partido demócrata apoyan la postura del rey alauita, aunque también otros congresistas se han mostrado favorables al statu quo de Naciones Unidas. En todo caso, Marruecos guarda silencio en relación con los bombardeos sobre Gaza.
La reivindicación de Ceuta y Melilla
Una vez más Marruecos ha empleado la estrategia de la zona gris como ya aventuraba Josep Baqués en noviembre pasado. Esta estrategia puede ser de más largo alcance y no limitarse al Sahara, sino pretender a largo plazo una aventura de anexión sobre las dos ciudades de soberanía española.
Ni el derecho internacional, ni la historia, ni las relaciones de buena vecindad le avalan, pero el objetivo marroquí de convertirse en la gran potencia del norte de África y consolidar la autoridad de su monarquía frente a cualquier síntoma de debilidad interna (y podría haber muchos) le empujan en esa dirección.
Si ese es el camino, el escenario puede favorecerle. La falta de reacción de Europa con rapidez y rotundidad adoptando medidas equilibradas de sanción y respuesta para defender sus fronteras a la actitud transigente de Marruecos, la debilidad y polarización de la política española aquejada de falta de consenso en las cuestiones de estado, incluso las más elementales, política internacional incluida, la fragilidad de la propia estructura territorial interna española, el apoyo norteamericano a un aliado musulmán en favor de la causa israelí y el manejo de los flujos migratorios y el control del integrismo y las rutas del tráfico de drogas, son todos ellos factores que juegan a favor de ese empeño.
Marruecos no tiene prisa, pero sí condiciones y voluntad para fortalecer su zona gris.
Por: Manuel Torres Aguilar
Catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones y director de la Cátedra UNESCO de Resolución de Conflictos, Universidad de Córdoba
Publicado originalmente en The Conversation