Covid-19
El virus de la desigualdad: cómo la pandemia aumentó la brecha entre ricos y pobres
Con la pandemia, la brecha entre ricos y pobres alcanzó cotas históricas. Los Gobiernos han tenido que lidiar solos con el coronavirus, mientras que los millonarios mantienen o incrementan sus fortunas.
Cuando la pandemia obligó a los Gobiernos de todas las latitudes a tomar medidas drásticas, como cerrar sus fronteras y decretar cuarentenas, nadie ignoraba que llegarían horas duras para la mayoría de la humanidad. La actividad se detuvo de golpe en muchos sectores y con ello el desempleo y la pobreza se dispararon. Los países y organizaciones internacionales buscaron la manera de detener el golpe, con aperturas controladas y desbloqueando ayudas millonarias sin precedentes. Sin embargo, mientras que miles intentaban contener los estragos del virus, unos pocos aumentaban sus riquezas exponencialmente. Es el elefante en la habitación que muchos han decidido ignorar.
No es un asunto de percepción. Esta semana, la ONG Oxfam advirtió que las grandes fortunas mundiales han salido indemnes e inclusive reforzadas, poniendo en evidencia un problema mucho más longevo: el virus de las desigualdades.
Con el final de la pandemia todavía lejos, los índices de pobreza toman tintes preocupantes, y, en contraste, la riqueza de unos pocos pulula en medio de la crisis. De acuerdo con el informe anual de Oxfam, “En tan solo nueve meses, las mil mayores fortunas del mundo ya habían recuperado las pérdidas económicas originadas en esta crisis”. En cambio, el panorama para los más desfavorecidos es desolador. En el documento publicado con motivo del inicio del Foro Económico Mundial, llevado a cabo en línea (y no en Davos, como de costumbre), se señaló que los más pobres “necesitarían más de una década para recuperarse de los impactos económicos del coronavirus”.
A escala mundial, los multimillonarios vieron incrementar su fortuna en 3,9 billones de dólares entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020. Los datos de Forbes y Credit Suisse señalan que los adinerados en Estados Unidos, China y Francia fueron los más favorecidos. En el país galo, por ejemplo, magnates como Bernard Arnault, con la tercera fortuna más grande del mundo, “Ganaron cerca de 213.000 millones de dólares en ese periodo”. Los dueños de las redes sociales y la tecnología, como Jeff Bezos (Amazon), Elon Musk (Tesla), Bill Gates (Microsoft) y Mark Zuckerberg (Facebook), forman parte de la selecta lista de intocables que ahora disfrutan de una fortuna cada vez mayor.
La conclusión es clara, pero nadie quiere tomar la decisión de regular las fortunas, tal vez para no incomodar a los poderosos. Frente a este incremento de las desigualdades, Oxfam retoma las proposiciones de los economistas Thomas Piketty y Gabriel Zucman en favor de un alza de la fiscalidad para los más pudientes. Por ello, la organización advirtió que la crisis “debe significar un giro en la tributación de las personas y las empresas más ricas. Nos ofrece la oportunidad de establecer por fin una fiscalidad justa. Esto puede tomar la forma de un aumento del impuesto sobre la riqueza, de las tasas sobre las transacciones financieras, y medidas de erradicación de la evasión fiscal”. Como señala Jayati Ghosh, profesora de ciencias económicas de la Universidad de Massachusetts Amherst, “La cooperación internacional es la única clave para implementar los cambios necesarios para frenar la desigualdad sistemática”.
Mientras tanto, son pocos los que buscan reducir la enorme brecha de desigualdad. Argentina, por ejemplo, adoptó en diciembre una ley con un impuesto extraordinario sobre las grandes fortunas. Gracias a esta medida, se espera que el país cuente con alrededor de 3.000 millones de dólares más para financiar la lucha contra los efectos de la pandemia.
Algunos de los estragos de la pobreza reforzada por la crisis sanitaria se han enfocado en ciertos sectores sociales y raciales. En Reino Unido, los barrios más afectados han sido aquellos con apartamentos y casas pequeñas, y con más personas viviendo por metro cuadrado. En Francia, España o India, las zonas más pobres tienen tasas de mortalidad y de contagio más altas. En Estados Unidos y Brasil, la pandemia se ha ensañado especialmente con las minorías raciales. En particular, en el país suramericano, los afrodescendientes tienen 40 por ciento más de probabilidades de morir a causa de la covid-19 que las personas blancas.
También en el Foro Económico, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que la pandemia ha provocado la pérdida del equivalente a 255 millones de empleos en 2020, cuatro veces más que durante la crisis financiera de 2009.
El organismo, parte de Naciones Unidas, cree que la recuperación en 2021 será “lenta, desigual y aleatoria”, sobre todo si los responsables políticos no toman las medidas adecuadas.
La cifras en el sector laboral tampoco tienen precedentes. De acuerdo con la OIT, en 2020, “Se perdieron 8,8 por ciento de las horas de trabajo en todo el mundo en comparación con 2019”.
Ante este paro involuntario, las ayudas económicas se vuelven más relevantes. Si no se toman en cuenta los planes de apoyo económico, estas pérdidas masivas provocarán una caída de 8,3 por ciento de los ingresos laborales mundiales, es decir, 3,7 billones de dólares o 4,4 por ciento del PIB global. A pesar de las evidencias, la OIT cree que el impacto de la pandemia en el desempleo está subestimado. Los datos de la OIT indican, además, que 71 por ciento de las pérdidas de empleos ocurrieron debido a una disminución de la fuerza de trabajo más que a la desocupación propiamente dicha: muchas personas no pudieron salir a trabajar no tanto por la falta de vacantes, sino por las restricciones mismas de la pandemia. Como era de esperar, las mujeres se han visto más impactadas que los hombres, pues ellas, en particular, tienen muchas más probabilidades de dejar de formar parte de la fuerza laboral, dado que también tienen a su cargo la llamada economía del cuidado. Los trabajadores más jóvenes también han sufrido las consecuencias, ya sea por la pérdida de empleo, la salida del sector activo o la incorporación tardía al mismo. Hay quienes ya hablan de un riesgo muy elevado de una generación perdida.
Con el rastro de pobreza dejado por la pandemia a su paso, ahora es probable que el virus de las desigualdades termine por socavar la época de la vacuna. En el primer mundo algunos países compraron más dosis de las que necesitan. En cambio, las naciones más necesitadas se ubican en la periferia, expectantes de que aquellos acaparadores de los recursos para salir de la crisis dejen de mirar para otro lado.