El presidente Rafael Correa tiene confianza en el triunfo de su candidato, Lenín Moreno, pero si la oposición apoya en bloque a Guillermo Lasso, este ratificaría el giro ideológico de la región. | Foto: A.F.P. / A.P.

ECUADOR

¿Termina la revolución?

Después de tres días de incertidumbre frente a los resultados de los comicios presidenciales, la segunda vuelta electoral deja al correísmo en la cuerda floja.

25 de febrero de 2017

Los 12 millones de ecuatorianos que asistieron a las urnas el domingo pasaron rápidamente de la expectativa a la frustración. En medio de rumores no confirmados de fraude electoral, los ciudadanos del país vecino tuvieron que esperar tres días para saber que habrá una segunda vuelta entre el candidato correísta por Alianza País, Lenín Moreno, y el conservador del Movimiento Creo, Guillermo Lasso. Moreno necesitaba el 40 por ciento de los votos y una ventaja de 10 puntos porcentuales por encima de Lasso para asegurarse la Presidencia en primera ronda. No obstante, al obtener solo el 39,5 por ciento de los votos, el candidato oficialista quedó a medio paso de la victoria y es probable que ese pequeño margen porcentual cambie radicalmente la cara de Ecuador durante los próximos cuatro años. Con ello, el gran perdedor de la jornada electoral fue el propio presidente Rafael Correa, pues quedó demostrado que la “revolución ciudadana” que lo mantuvo en el poder por diez años perdió su aliento.

Si bien Moreno se enfrentó a una oposición fragmentada en primera vuelta, no correrá con la misma suerte en la ronda definitiva, que tendrá lugar el 2 de abril. Lasso, que obtuvo el 28 por ciento de los votos, ya recibió el respaldo de Cynthia Viteri del Partido Socialcristiano, tercera en las urnas con el 16 por ciento de los sufragios. En la conferencia de prensa en la que Correa confirmó la segunda vuelta, el presidente se mostró confiado frente a la victoria de Moreno y dijo que Lasso es “el candidato más fácil de derrotar”.

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Sin embargo, el correísmo tiene motivos de sobra para preocuparse. Sumado a los escándalos de corrupción que han salpicado al gobierno, es diciente que la oposición ecuatoriana se juegue todas sus cartas con el candidato que se presenta como la antítesis de Correa. Lasso, miembro del Opus Dei y representante del Movimiento Creo, dirigió el Banco de Guayaquil y fue ministro de Finanzas en el gobierno de Jamil Mahuad, condenado por malversación de fondos en 2014. El candidato le frustró la victoria a Moreno al ofrecer una visión de Ecuador radicalmente distinta a la del gobierno correísta. Prometió abrir los mercados, bajar los impuestos, restaurar la independencia de los poderes y revisar el asilo que Correa le otorgó a Julian Assange, el fundador de WikiLeaks refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres.

Así, aunque Correa anunció que después de las elecciones piensa establecerse en Bélgica, dijo que en caso de una victoria de la oposición volverá a Ecuador para impedir que “destrocen” su legado. “Tendré que estar donde me exija la historia”, reiteró el mandatario.

No obstante, precisamente el personalismo que Correa le imprimió a su gobierno es lo que hoy parece condenar a Moreno a la derrota. Como dijo a SEMANA Felipe Burbano de Lara, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, (Flacso), “Un gobierno de la derecha intentaría ‘descorreizar’ el país, desmontar buena parte del modelo económico, la expansión del Estado, el diseño institucional de la revolución ciudadana. (...) Algunas organizaciones sociales han declarado que prefieren a un banquero que a un dictador, lo que plantea la segunda vuelta electoral, no tanto en términos de izquierda y derecha, sino del autoritarismo versus la democracia”. Por lo tanto, si una segunda vuelta golpea el ego del oficialismo, una victoria de Lasso ratificaría el giro ideológico en la región y dictaría la recta final para una generación de neocaudillos en América Latina.