ESTADOS UNIDOS

EE.UU.: La masacre y la campaña

La matanza de 50 personas en un bar gay de Orlando impactó de lleno la campaña presidencial estadounidense y puso en el centro del debate a los musulmanes, a la venta de armas y la homofobia.

18 de junio de 2016
Muchas de las victimas de la discoteca eran latinas, como muestra de solidaridad, sus familiares y amigos adaptaron la bandera de Puerto Rico con los colores LGBT. | Foto: A.F.P

Lo más triste de las matanzas que a diario se repiten en Estados Unidos es que solo logran conmover a la opinión pública cuando dejan un elevado número de víctimas, cuando contienen detalles escabrosos, o cuando tienen implicaciones políticas internacionales. La que el domingo dejó medio centenar de muertos y un número similar de heridos de gravedad en una discoteca gay al norte de Orlando no solo presenta esas características, sino que también reúne varias cuestiones polémicas de las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Es por lo tanto natural que ese asunto haya acaparado la atención de Hillary Clinton y de Donald Trump, los candidatos de los partidos Republicano y Demócrata, y que esta semana se haya convertido en el punto focal de sus campañas. De hecho, durante la toma de rehenes el asesino, Omar Mateen, llamó al número de emergencia 911 para jurar su lealtad a Estado Islámico (EI). De esa manera, vinculó el ataque con la guerra que ese grupo sostiene en Oriente Medio y, sobre todo, con su propósito de extender a todo el mundo el califato que su líder, Abu Bakr al Bagdadi, fundó hace dos años entre Siria e Irak. Aunque previsiblemente EI festejó el ataque y aceptó la lealtad de Mateen, con el transcurso de los días dejó de lado las celebraciones tras conocerse múltiples testimonios según los cuales Mateen era gay.

Aunque es claro que recientemente el grupo ha perdido una buena parte del territorio conquistado en 2014 y que desde hace algunas semanas sostiene una intensa batalla contra el Ejército iraquí por controlar Faluya, también lo es que esos reveses lo han llevado a intensificar sus ataques en el exterior, con atentados en lugares tan distantes como Bruselas, Beirut y Bamako. Y eso le ha dado munición a la campaña de Trump para atacar al gobierno de Obama. El mismo día de la masacre, el magnate se felicitó por Twitter con un trino reenviado 78.000 veces: “Gracias por las felicitaciones por estar en lo correcto sobre el terrorismo radical islámico. Pero no quiero que me feliciten, lo que quiero es firmeza y vigilancia”.

Era el abrebocas de lo que vendría. El lunes, en un discurso que leyó de un teleprompter, pero del que se alejó en ocasiones para agregar comentarios, Trump acusó a Clinton de “querer permitirles a los terroristas islamistas radicales entrar en masa a nuestro país”. También, describió a los musulmanes como una quinta columna de los yihadistas e insistió en su polémica propuesta de prohibirle la entrada a Estados Unidos a todo aquel que practique esa religión, ignorando el hecho de que –como él mismo– el autor de la masacre nació en Nueva York. “Sus ideas no son de acá, nacieron en otro lado”, sentenció en un mitin el martes en Atlanta, en el que fiel a su estilo apocalíptico, advirtió que de no ser elegido “vamos a perder nuestro país, no nos quedará nada”.

A su vez, insinuó que además de “no ser lo suficientemente inteligente y firme” Obama debía tener en la cabeza “algo distinto” por no usar –como él– la frase “terrorismo islamista radical”. De esa manera, conectó con habilidad su discurso nacionalista con la idea de que el presidente no es lo suficientemente estadounidense, lo que se enlaza con sus viejas acusaciones según las cuales el presidente no nació en Estados Unidos. De hecho, la principal consecuencia política de la masacre en la campaña del empresario ha sido confirmar que, lejos de adoptar una modulación presidencial, ha continuado con el mismo tono y las mismas ideas xenófobas de las primarias.

En efecto, como dijo a SEMANA Barry Burden, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Wisconsin y autor del libro Uncertainty in American Politics, “antes de la masacre, Trump había comenzado a abandonar su propuesta de prohibirles la entrada a todos los musulmanes, sugiriendo que solo se trataba de ‘una idea’. Tras una mala semana en la campaña, durante la que recibió múltiples críticas por haber insinuado que un magistrado nacido en Indiana no podía juzgarlo por sus orígenes ‘mexicanos’, retomó la idea para ganar tracción electoral”.

Esas salidas le valieron a Trump los predecibles reproches del presidente y de Hillary Clinton, que respondieron poniendo en duda su capacidad para liderar el país y que incluso lo describieron como un tipo “peligroso”. En particular, la exsecretaria de Estado marcó sus diferencias con el magnate al presentar un detallado plan antiterrorista que incluye todas las ramas del gobierno y los mejores especialistas tecnológicos de Silicon Valley. Y en una clara alusión al proyecto excluyente de su contrincante, dijo que “una sociedad abierta y diversa es una ventaja en la lucha contra el terrorismo, no un lastre. Es algo que nos fortalece y nos hace más resistentes a la radicalización”.

Sin embargo, al magnate también lo atacaron importantes figuras de Partido Republicano, como el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, el senador Lindsey Graham o el congresista Reid Ribble. Y es que aunque ha avanzado el respaldo de sus copartidarios de cara a las elecciones del 8 de noviembre, el divorcio entre sus elites y el magnate sigue siendo tan marcado como durante las primarias.

Curiosamente, Trump pareció entender la necesidad de moderar su postura al anunciar que se reuniría con la poderosa Asociación Nacional del Rifle para estudiar algunas restricciones a la venta de armas. El empresario la defiende y se ufana de andar armado, pero la masacre de Orlando volvió a poner sobre la mesa la libertad extrema con que cualquier ciudadano puede adquirir fusiles de gran calibre, incluidos aquellos que han sido investigados por vínculos con terroristas, como el propio Mateen.

Sin embargo, en ese tema los demócratas le llevan una ventaja insuperable, y el miércoles lograron que el líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, aprobara un debate para votar dos enmiendas a la ley sobre la compra y venta de armas.

Del mismo modo, tras la masacre el magnate ha tratado de presentarse como “la mejor opción para los gais” y trinó en Twitter que “luchará por ellos mientras que Clinton traerá más gente que amenaza sus libertadas y sus creencias”. Al respecto, sin embargo, la exsecretaria de Estado también está mucho mejor posicionada que él, pues desde que apoyó el matrimonio homosexual en 2013, ha gozado de un significativo respaldo entre la comunidad LGBT. Un sondeo realizado a principios de febrero por Community Marketing & Insights arrojó que el 48 por ciento la prefiere, seguida por el también demócrata Bernie Sanders, con el 41 por ciento de las preferencias. Según la misma medición, Trump apenas alcanza el 2 por ciento.

En buena medida Trump ha querido utilizar la masacre de Orlando para ampliar su base, compuesta principalmente por votantes muy conservadores. Sin embargo, para alcanzar nuevos públicos el republicano ha recurrido de nuevo a un discurso incompatible con el electorado general, y ha adoptado causas que no comparten sus seguidores tradicionales.

Mientras tanto, sin hacer grandes aspavientos ni mejorar su popularidad, Clinton le ha vuelto a sacar una importante ventaja en las encuestas. Según los cuatro sondeos efectuados tras la matanza, la exsecretaria de Estado le lleva al magnate entre 5 y 12 puntos de ventaja. Sin embargo, el peor error que podría cometer la candidata demócrata es subvalorar la capacidad de Trump de sacar votos del miedo y la demagogia.