MÉXICO

“Ser político en México equivale a ser corrupto”

La escritora mexicana Elena Poniatowska habla sobre la violencia que se ha apoderado de su país, su percepción de la política y las posibilidades de que se haga justicia.

8 de noviembre de 2014
| Foto: A.P.

SEMANA: ¿Por qué México parece haber tocado fondo desde el 26 de septiembre?

Elena Poniatowska: Porque desde entonces hay 43 muchachos de Ayotzinapa que no aparecen. Son todos estudiantes muy pobres. Su única oportunidad para adquirir educación superior es en las escuelas normalistas, a las que se les destina muy poco presupuesto. La situación de esos centros es un ejemplo de la desidia del gobierno, sobre todo del estado de Morelos, donde hay una corrupción rampante, con políticos sin la menor conciencia social, ni amor por los jóvenes o su país.

SEMANA: ¿Por qué las personas que llevaron a cabo este crimen pensaron que podían salirse con la suya?

E. P.: En nuestro país la muerte, asesinar, las armas y la agresión son hoy lugares comunes. Son tan banales como decir ‘flores’, ‘pan’, ‘lodo’, o como decir ‘tráfico en la calle’. Entonces parece muy fácil desaparecer a 43 muchachos, e incluso asesinarlos. Al buscarlos se han encontrado muchas fosas con muchos cadáveres.

SEMANA: Y si es tan común y tan frecuente, ¿qué se puede esperar de un país que asesina a su gente de esta manera?

E. P.: Pues estamos todos muy indignados, hay mucho dolor. Y no solo entre los viejos, también entre los padres de familia, las madres, los jóvenes y los muchachos que van a la escuela. Yo creo que también entre miembros del gobierno. Por fortuna, tenemos aquí a un sacerdote excelente que se llama Alejandro Solalinde. Él se ocupa de los migrantes desde hace varios años y denuncia su situación a manos de otros mexicanos despiadados.

SEMANA: ¿Cómo se explica la reacción de algunos padres de familia en Ayotzinapa, que hace poco no dejaron al padre Solalinde dar misa y prácticamente lo echaron del pueblo?

E. P.: No es eso. Él recibió noticias y estuvo con personas que le dijeron que ya no había nada qué hacer por estos muchachos. Le dijeron que los habían asesinado y que ya estaban en las fosas. Él dijo eso, e incluso suministró datos, como que habían sido descuartizados y quemados. Semejante información a un padre de familia le produce una gran rabia, una gran indignación, que se manifiesta contra quien le da la noticia. Solalinde iba a dar la misa, pero ¿qué misa remedia el asesinato de 43 muchachos? Porque también las rabias se tienen que manifestar, ¿no cierto? No creo que este sea el consuelo que la gente necesita

SEMANA: ¿Y qué necesita la gente?

E. P.: Quieren encontrarlos con vida. Hemos hablado de los estudiantes en presente, para evitar pensar que ya no están. Pero estamos a seis semanas de su desaparición. Y son 43 muchachos. Es muy difícil encontrarlos con vida.

SEMANA: ¿Qué tiene este evento que despertó a la sociedad civil mexicana? ¿Se debió a que fue el narco, a que Iguala (donde se desarrollaron los hechos) queda a tres horas de la Ciudad de México...?

E. P.: Pues la protesta se ha generalizado en los 32 estados del país. Yo creo que hay un rechazo a lo que es la Policía, el Ejército y en general a las fuerzas del orden. No se trata de lo que hagan o no los Guerreros Unidos o el resto del narco. Se trata de los que están en el poder y se aprovechan de él. En el Zócalo el 26 de octubre hubo una gran manifestación, pero también hubo una marcha extraordinaria el miércoles 22, una marcha espontánea, fuera de serie, organizada por los ciudadanos y por los estudiantes.

SEMANA: En su discurso en el Zócalo usted leyó 43 perfiles, uno por cada desaparecido. ¿Por qué?

E. P.: Porque cuando se dicen y repiten muchos nombres, el resultado es una ensalada. Y resulta que cada uno de los desaparecidos tiene una particularidad. Aquel tenía una cicatriz, otro tenía el pelo chino, a otro le gustaba comer muchas galletas, a este escuchar grupos de rock, otro más tocaba la guitarra. Todo eso es muy importante porque nos los acerca. Todo esto hay que recordarlo, porque son parte de nosotros. Es como si fueran nuestros hijos. Yo creo que no hay otra alternativa que exigir una respuesta, ¿no? Es obvio que en donde hay que estar ahora es con ellos. Pero también hay que buscar gente más joven que yo, que ya tengo 82 años.

SEMANA: ¿Qué tan profundas son las fibras que ha tocado este hecho en la sociedad mexicana?

E. P.: Espero que sean muy profundas. Ahora se acuerda lo que pasó hace 46 años, la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco. Uno se pregunta cuánto va a durar. Ojalá que dure. La vida es muy fuerte, y a veces borra un poco las cosas, las sepulta. Pero cuando hay otro golpazo, regresan.

SEMANA: ¿Qué ha cambiado en este último medio siglo en México? ¿Se pueden esperar otros 50 años de impunidad?

E. P.: México ha cambiado. Hay mucha más participación de los jóvenes, mucha más conciencia. Lo que sigue igual es la impunidad, porque somos un país donde la impunidad todo lo permea. No se entiende cómo los culpables siempre salen impunes. Y la gente en general tampoco siente que sea su responsabilidad. Hay muchos sectores que no se dan por enterados. Siguen su vida y no les importa, como si nada: ni siquiera se preocupan por enterarse. Se van a Acapulco a meterse al mar y a asolearse en la playa. Como decimos en México: ‘¡Que viva la virgen y qué bueno que me vaya bien!’.

SEMANA: El alcalde de Iguala y el gobernador de Guerrero eran del Partido de la Revolución Democrática (PRD). ¿Qué consecuencias pueden tener estos hechos para la izquierda mexicana?

E. P.: Eran del PRD habiendo sido del PRI. Hay políticos mexicanos que han pertenecido a cuatro o cinco partidos, que es lo mismo que no tener partido. Y cuando los críticos y los politólogos dicen que es lo mismo pertenecer al PRI o al PRD, pues... tienen algo de razón. Ser político ahora en México equivale a ser corrupto, a estar adentro de un agujero negro lleno de mierda.

SEMANA: ¿Qué sigue?

E. P.:
Lo que puede seguir es que la población tenga más conciencia de lo que está sucediendo. Como saben, yo he estado desde 2006 cerca de Andrés Manuel López Obrador. No tengo mucha malicia ni mucha experiencia. Solo le puedo decir por instinto o por intuición que hay gente en la que creo y otra gente de la que digo, bueno, ‘a este es obvio que no le importa el país’. Eso no lo creo de López Obrador, creo profundamente que a él le importa México. Pero para mí el tejido de la política es incomprensible.