ANIVERSARIO
Especial Semana: 30 años de la inevitable caída del muro de Berlín
Hace tres décadas cayó el Muro que dividía a la capital alemana, lo que marcó el comienzo del fin de la Guerra Fría. Sus efectos perduran en una Alemania que no deja atrás al fascismo y en un mundo que se empeña en construir murallas.
El sábado cumplió 30 años la caída del Muro de Berlín. La República Democrática Alemana (RDA), la comunista, lo había construido en 1961 para impedir a sus ciudadanos transitar libremente hacia el “bastión del fascismo”, como sus dirigentes llamaban a su vecina, la República Federal de Alemania. Para muchos, con su derribo, el 9 de noviembre de 1989 a las once de la noche, comenzó el final de la Guerra Fría.
Alemania había resultado dividida tras el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética (URSS) y las potencias occidentales no lograron un acuerdo sobre el destino de los derrotados.
Konrad Adenauer asumió la difícil tarea de reconstruir Alemania después del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Y en su mandato tuvo que enfrentar la crisis causada por la construcción del Muro.
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Helmut Kohl era el canciller de la RFA durante la caída del Muro. Se le conoce como el arquitecto de la reunificación de Alemania.
Varias décadas más tarde, la RDA atravesaba su peor crisis, pero nadie, ni los propios guardias fronterizos del lado oriental, esperaban que la que habían considerado su patria se desmoronara de esa forma tan catastrófica. Atónitos, se vieron obligados a retirar las barreras cuando miles de sus conciudadanos intentaron cruzar, en sus carros o a pie, el puente Bornholmer Strasse para entrar a Berlín occidental.
No tenían otra opción. La multitud, extasiada de esperanza por ver a sus allegados que quedaron del otro lado del Muro, no iba a ceder. Habían visto por televisión las confusas y nerviosas declaraciones del ministro Günter Schabowski, portavoz de la RDA, cuando dijo, erróneamente, que la frontera quedaría abierta “de forma inmediata”. La historia demostró que su declaración anunciaría el comienzo del fin de la Unión Soviética y, con ella, el de sus Gobiernos satélites.
La crisis venía creciendo, pero muy pocos en el mundo imaginaban que el Muro caería casi de un momento a otro.
Durante 28 años, 2 meses y 27 días, miles de personas vivieron separadas por una muralla que medía 155 kilómetros de largo y parecía infranqueable, incluso cuando cientos lograron pasar por túneles, carros con compartimentos secretos o cuerdas que atravesaban de un lado a otro.
Los guardias de la frontera oriental tenían permiso para disparar a quien intentara pasar, “siempre y cuando no hubiera manera de efectuar un arresto”, diría el Ministerio de Defensa. Pero la realidad es que muchos de estos soldados eran de gatillo fácil. Entre 1961 y 1989 al menos 140 personas habrían muerto al intentar cruzar el Muro. El ministerio prohibió disparar siete meses antes del final, pero ya era demasiado tarde.
“Nadie tiene la intención de construir un muro”, dijo en marzo de 1961 el líder de la RDA, Walter Ulbricht. Pocos meses después, los berlinenses amanecieron separados por una barrera de 155 kilómetros.
Erich Honecker pasó a la historia como el dirigente terco que se negó a hacer reformas. Nunca imaginó que tendría que dimitir, agobiado por las protestas. Murió exiliado en Chile, donde vivía una hija suya.
Egon Krenz prometió realizar reformas, pero pocos le creyeron y las protestas siguieron. El Muro cayó bajo su mirada y el 7 de diciembre tuvo que renunciar.
En ese entonces, Mijaíl Gorbachov, el último gobernante de la Unión Soviética, llevaba ya tiempo de impulsar su perestroika, la ‘reestructuración’ económica, y su glásnost, la transparencia, mientras le hacía guiños al presidente norteamericano, Ronald Reagan. Y había advertido al obstinado líder de la RDA, Erich Honecker, que adelantara sus propias reformas y no esperara, como en años anteriores, la llegada de los tanques soviéticos a salvarlo. Gorbachov se hizo a un lado e incluso le dijo en la celebración de los 40 años de la República Democrática que “quien no se adapta a su tiempo termina derrotado”. Además, dos años antes Reagan ya le había expresado, en tono de orden, “Mr. Gorbachov, tear down this wall!”. Aun así, la desaparición del Muro de Berlín era impensable en ese momento.
De hecho, el propio Honecker había dicho en enero de ese año: “El Muro permanecerá 50 años e incluso 100 mientras no se eliminen las razones que lo hacen necesario”, es decir, el capitalismo. Pero lo cierto es que desde 1949, cuando quedaron definidas las dos Alemanias, la RDA siempre sufrió la fuga masiva de sus ciudadanos al lado occidental. De ese año hasta 1961, más de 2 millones de alemanes huyeron, lo que supuso una fuga de cerebros sin precedentes en la zona y, por supuesto, una pésima propaganda para el régimen. De ahí que en ese año, el entonces líder Walter Ulbricht decidió levantar el Muro.
Casi 30 años después, el deterioro de la economía de la RDA había llegado a un punto de no retorno, y el descontento social crecía. Algunos indicios señalaban que las cosas darían un vuelco. Por ejemplo, la marcha del 9 de octubre de 1989 a la que asistieron 70.000 personas en la ciudad de Leipzig para pedir más libertad. O las continuas expresiones culturales y artísticas que develaban el creciente descontento y socavaban el régimen desde adentro (ver infografía). Sin embargo, nada podía vaticinar lo que vendría más adelante. Ni siquiera la intempestiva renuncia de Honecker, acosado por las protestas y la crisis económica, dejaba ver que el mundo, tal y como lo conocían hasta ese momento, se desvanecería solo un mes después con la caída del Muro y, al año siguiente, con la disolución de la Unión Soviética.
John F. Kennedy dijo en 1963, cuando visitó la RFA,“Ich bin ein Berliner” (soy un berlinés). Con eso quiso mostrarse solidario con el pueblo alemán separado por el Muro. Muchos le reprochan su ‘falsa dicotomía’ antes de su construcción cuando dijo que prefería una frontera a una guerra.
“Mr. Gorbachov, tear down this wall”, le exigió Ronald Reagan al mandatario soviético en la Puerta de Brandemburgo en 1987. Muchos lo consideran el verdadero artífice de la caída del Muro.
Así lo confirmó a SEMANA Luis Eduardo Bosemberg, profesor de Historia de la Universidad de los Andes, que vivió en Berlín poco antes de la caída de la muralla. “La vida del lado occidental no estaba tan determinada por el Muro. Empezando porque uno podía pasar al oriental por el Checkpoint Charlie. Los del lado comunista no podían cruzar. Pero, por supuesto, apenas uno entraba a la Alemania de la RDA sentía el choque: otros edificios, otra cultura, otro Gobierno, otra ideología. Cuando el Muro cayó, fue muy fuerte en Colombia, porque nosotros también estábamos viviendo transformaciones. Pero nunca imaginamos que eso iba a ocurrir y que en 1991 la Unión Soviética iba a desaparecer. Fue una profunda experiencia histórica. Pasamos de la Guerra Fría, que para los que vivíamos en Alemania era totalmente tangible, a un mundo sin división tajante”.
Egon Krenz reemplazó entonces a Honecker y fue él, después de todo, quien tuvo que lidiar con la caída del Muro. Todavía muchos lo ven como uno de los grandes culpables de ese episodio, pero otros insisten en que recibió un país en ruinas, imposible de rescatar. De hecho, es difícil saber si el portavoz Schabowski informó sobre la apertura de la frontera sin preguntarle primero a Krenz. Lo que, de ser cierto, sería una clara señal de su debilidad. El hecho es que a las pocas horas del anuncio el Muro cayó y con él toda una forma de concebir el mundo.
Y quienes por tantos años tuvieron que sufrir su presencia no quisieron conservarlo como símbolo de memoria. Con picas, martillos y palos, jóvenes rompieron cada bloque con rabia contenida. Lo poco que quedó es lo que todavía preserva la ciudad como museo y lo que algunos turistas se llevan de souvenir. Sin embargo, sus efectos sí perduran trágicamente.
Mijaíl Gorbachov, último gobernante de la Unión Soviética, se hizo a un lado cuando la RDA le pidió ayuda. Gorbachov estaba impulsando su perestroika y no estaba dispuesto a enemistarse con sus nuevos amigos occidentales. Más tarde insistiría en que solo quería evitar que se siguiera derramando sangre. Muchos, como Vladímir Putin, culpan a Gorbachov por su ‘sumisión’ con los estadounidenses y por precipitar la caída de la URSS.
El Muro no logró contener el fascismo, pues ahora hay unos 13.000 neonazis solo en Alemania. La mayoría de ellos proviene, paradójicamente, del lado oriental. Tampoco logró simbolizar tanto el horror como para evitar la construcción de nuevas divisiones alrededor del mundo. Acnur estima que en el planeta hay 70 murallas fronterizas que repelen a más de 71 millones de migrantes.
Por si fuera poco, la reunificación de Alemania tampoco salió como esperaban. Todavía las desigualdades económicas entre el lado oriental y el occidental son enormes. Algunos historiadores apuntan que la República Federal, liderada por Helmut Kohl, priorizó el triunfo de una ideología sobre otra y dejó de lado el diálogo.
Aún persisten los problemas, pero también la esperanza que renació para miles de familias que se reunieron después de muchos años esa noche de 1989.
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