GEOPOLÍTICA

Cumbre: ¿Qué tan preparado está Trump para un encuentro con Kim Jong-un?

Nuevos acercamientos de Washington con Corea del Norte vuelven a cubrir los escándalos que rodean a la Casa Blanca.

21 de abril de 2018

Lo que en marzo era apenas una posibilidad, esta semana se convirtió en algo casi concreto. El encuentro Trump-Kim tomó un nuevo aire cuando se conoció que la desnuclearización de la península coreana sería el tema principal de un hipotético cara a cara que el mundo espera con ansias.

La noticia no podía haber llegado en un mejor momento para la Casa Blanca, teniendo en cuenta que James Comey, el exdirector del FBI que Trump despidió en mayo del año pasado, llenaba la prensa con titulares que arrojaban luz sobre los escándalos, los encubrimientos y la supuesta falta de liderazgo del presidente de Estados Unidos. Comey publicó el martes su libro Una lealtad mayor, pero lo que se proyectaba como una semana tormentosa para Trump y sus asesores más cercanos, se convirtió en una oportunidad más para desviar la atención gracias a la visita del primer ministro japonés, Shinzo Abe.

La Casa Blanca de Trump toma como chalecos salvavidas las noticias que le permitan capotear sus escándalos, sobre todo si involucran algún enemigo extranjero. Tras la bienvenida a Abe y a su esposa en Mar-a-Lago, su residencia en Florida, Trump pasó a uno de los principales temas de su agenda internacional: Corea del Norte. El presidente reveló contactos del “más alto nivel” entre Washington y Pyongyang, representados por Mike Pompeo, ex director de la CIA a quien Trump postuló a secretario de Estado.

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Según la prensa estadounidense, Pompeo se reunió secretamente con Kim Jong-un hace dos semanas. La noticia no deja de sorprender si se tiene en cuenta que hace solo tres meses Trump y Kim libraban una guerra verbal en torno al programa nuclear norcoreano y a las pruebas con misiles de largo alcance que, según Corea del Norte, podrían golpear cualquier ubicación en Estados Unidos.

En marzo, Kim se ofreció a mantener conversaciones con Washington, por medio de un mensaje que hizo llegar con el consejero de seguridad nacional de Corea del Sur. Para sorpresa de muchos, Trump aceptó. El viaje de un funcionario tan alto como Pompeo es otra prueba de que un apretón de manos entre ambos líderes es posible después de tanta retórica belicista. El encuentro, a llevarse a cabo entre mayo y junio, no tiene aún una sede definida.

Aunque el mismo Trump habló de “cinco posibilidades”, más adelante se supo que el gobierno estadounidense ya había descartado varias ubicaciones planteadas como Pyongyang, Beijing, Mongolia y Panmunjom. El valor simbólico de esta última auguraba una posibilidad no tan lejana, ya que allí se firmó el armisticio que suspendió la guerra de Corea en 1953 y hoy está ubicada la zona desmilitarizada, esa franja de seguridad que divide a las dos Coreas. Argumentando problemas de seguridad, los funcionarios norteamericanos buscan ahora lugares más neutrales como Suiza y Suecia.

Trump, novato en política exterior, ha tomado un camino poco convencional para lograr ese encuentro directo con el líder de Corea del Norte. Pasó de amenazas de “fuego y furia” sobre el régimen norcoreano a mostrarse conciliador frente a lo que puede ser la primera vez que un presidente en ejercicio se reúne con su par norcoreano. “Esperamos ver ese día en que toda la península de Corea pueda vivir en condiciones de seguridad y prosperidad”, dijo Trump sin alterarse ni gesticular de más, en medio de una conferencia de prensa que dio junto a Abe. Sin embargo, volvió a mostrar su inexperiencia cuando agregó que podría dejar plantado a Kim Jong-un si considera que el encuentro no favorece a Estados Unidos, “si cuando esté allí la reunión no es fructífera, la abandonaré”.

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Bajo esa condición, la esperada cumbre no durará mucho teniendo en cuenta que para Trump, una reunión fructífera con Corea del Norte es una en la que ese régimen se comprometa a renunciar a sus armas nucleares. Lo cual puede llegar a ser un problema porque la palabra ‘desnuclearización’ significa cosas distintas para ambas partes.

Para Trump representa que Corea del Norte renuncie unilateralmente a su programa de armas nucleares, desmantele sus instalaciones estratégicas y se someta a un sistema de verificación internacional. Aunque no es imposible que Kim acceda a esas peticiones, lo más seguro es que las venderá muy caras y pedirá algo a cambio. Analistas coinciden en que querrá asegurar la salida, antes o después, de los 63.000 soldados estadounidenses en Corea del Sur y Japón, lo cual sería inaceptable para Trump.

“Para Kim, la desnuclearización significa desmantelar toda la arquitectura de seguridad que Estados Unidos ha construido en el este de Asia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto es lo que significaba para su padre y su abuelo, y es lo que ahora le importa a él”, opinó para la cadena NBC Anish Goel, analista del centro de pensamiento New America. Y viceversa, Kim no aceptará, sin algo muy importante a cambio, salir de sus bombas atómicas, a las que considera la única garantía de supervivencia suya y de su régimen.

Nada indica que Trump, quien carece del todo de experiencia en ese tipo de reuniones, vaya a tener la paciencia necesaria para no levantarse de la mesa apenas escuche las primeras peticiones de Kim. Pero el solo hecho de cambiar el tono y acercarse al régimen norcoreano muestra que los lazos que tejió el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, no serán en vano. Kim Jong-un no comulga con el aislamiento que ha caracterizado a Corea del Norte durante más de medio siglo, por lo menos no con uno tan radical como el que mantenían sus antecesores. El enigmático líder entendió que acercarse a Occidente tiene sus ventajas más allá de invitar a jugar baloncesto a su país a la exestrella de la NBA Dennis Rodman. Hace poco, Corea del Sur permitió que una delegación norcoreana participara en los Juegos Olímpicos de Invierno. Los participantes norcoreanos salieron exhibiendo una bandera unificada, muestra de la calidez que de a poco van tomando las relaciones.

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Kim sabe que cuenta con varias maneras de ejercer presión sobre la región gracias a China, aliado incondicional de su régimen y protagonista silencioso del juego que ahora se desenvuelve en esa zona de Asia. No es casualidad que hace tres semanas, Kim visitó en Beijing a su homólogo chino, Xi Jinping, en su primera salida al extranjero desde que asumió el poder en 2011. Una vez se confirmó el rumor del encuentro, el mundo entendió que Corea del Norte se estaba preparando para la mesa con Trump en un futuro cercano. Y generó todo tipo de especulaciones sobre la posible injerencia de Xi en las ideas que el líder norcoreano le expondrá al presidente de Estados Unidos una vez lo tenga enfrente.

Desde que se instauró como República Democrática Popular en 1948, Corea del Norte no tiene relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El armisticio de 1953 puso fin a las hostilidades entre ambas Coreas, pero hasta hoy no se ha firmado un tratado de paz que termine técnicamente ese conflicto. El aislamiento de Corea del Norte a lo largo de las décadas y su programa de armamento nuclear preocupan al mundo entero, y en especial a los países de la región, incluido Japón. Por eso, la reunión que sostendrán los líderes de ambas Coreas el próximo viernes (la primera en 11 años) servirá de termómetro para el encuentro Trump-Kim, una de las cumbres más importantes de las últimas décadas; no solo por lo que está en juego en el ajedrez global, sino por el carácter volátil de sus protagonistas.

Comey al ataque

Mientras Siria y Corea del Norte están en la agenda internacional, en Washington los nuevos memos del exdirector del FBI siguen amenazando al presidente.

La opinión pública de Estados Unidos lleva ya dos semanas en vilo por cuenta del exdirector del FBI James Comey. A principio de semana, su libro Una lealtad mayor y una serie de entrevistas ponían los escándalos de Trump en el centro del debate. El presidente se libró de dichas acusaciones a su manera: negó todo y se refirió a Comey como “el peor director del FBI en la historia”. Pero el ambiente político de Washington se crispó aún más cuando el jueves llegaron al Congreso los memorandos que Comey redactó antes de que Trump lo despidiera en mayo pasado.

Minutos después, con los informes en la prensa, Trump acusó a Comey de filtrar información clasificada. Sin embargo, a excepción de algunos detalles, el contenido de los 15 memorandos corrobora información ya pública y resalta los detalles de la relación que ambos sostuvieron. En uno de ellos, el exdirector del FBI afirma que, durante una discusión privada en la Oficina Oval, el presidente le pidió que retrasara la investigación que tenía sobre el general Michael Flynn, a quien investigaban por sus estrechas relaciones con el gobierno ruso.Este elemento puede significar nuevos dientes para la investigación que adelanta el fiscal Robert Mueller sobre los vínculos de la campaña de Trump con funcionarios rusos y, por eso, se especula sobre el costo político que pueden tener estas nuevas revelaciones para el presidente de Estados Unidos, justo cuando el Comité Nacional Demócrata acaba de demandar a la campaña de Trump por las irregularidades en el triunfo del magnate. Con sus revelaciones, Comey pone el foco sobre los escándalos que acechan a la Casa Blanca. “Soy como la novia que no ha podido superar”, dijo hace poco sobre su relación con Trump. Parece que se está tomando ese papel en serio.