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En Europa, muchos grupos neonazis funcionan como contracultura. La moda y la actitud irreverente sirven de cebo para captar jóvenes en busca de popularidad.

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Fábricas de extremistas: así operan los grupos radicales y terroristas en internet

Infiltrada en grupos radicales, Julia Ebner desentraña en ‘La vida secreta de los extremistas’ cómo reclutan, entrenan y atacan en la era digital. ¿El resultado? Un coctel de reuniones clandestinas, ataques cibernéticos, terrorismo y desinformación.

6 de febrero de 2021

No puedes deshacerte de todo el mundo que se te pone en medio, y aunque pudieras, no sería muy inteligente. Es mejor que venzas a tu enemigo sin pegar ni un tiro”. Así aconsejaba Nikolai Alexander, comandante supremo del grupo de extrema derecha Reconquista Germánica, a los nuevos miembros de su red virtual. Les hablaba en Discord, la popular plataforma para gamers utilizada por millones de jóvenes en el mundo, en la que los grupos radicales han encontrado refugio para organizar sus ataques cibernéticos. No dicen palabras tópicas de su movimiento, como ‘nazismo’, ‘Hitler’ o ‘supremacista’, para no ser rastreados por los reguladores de la plataforma. Tampoco usan símbolos que delaten su ideología. Sí tienen cuidado, pasan lejos del radar y pueden coordinar y lanzar sus ataques, desde hacer memes racistas, xenófobos o misóginos hasta desacreditar los medios tradicionales o hackear instituciones públicas. Se mueven en el caos, pero su actitud es la de un grupo de internet común y corriente, en el cual empatizan con los otros integrantes y comparten sus inquietudes e inseguridades personales.

Julia Ebner forma parte del Instituto para el Diálogo Estratégico de Londres y fue testigo de la actividad de varios grupos extremistas, como Reconquista Germánica, durante dos años. Decidió, como ella dice, convertirse en el ratón e infiltrarse en los movimientos que hacen temblar los sistemas democráticos y son la principal amenaza terrorista de la era digital. Ebner conoció a fanáticos recalcitrantes, quienes, a pesar de su ideología, estaban lejos del arquetipo de locura irracional que muchos creen de los extremistas. Encontró grupos con un orden casi obsesivo, adolescentes que quieren pasar un rato divertido, mujeres en busca de consejos para reconducir sus relaciones, y personajes que, de pasar por la calle, nadie pensaría que vindican el fascismo, la misoginia o el terrorismo.

El testimonio de Ebner es aterrador. En Europa, miles de jóvenes forman parte de grupos neonazis. Los llaman “nipters”, término compuesto de ‘nazi’ y ‘hípster’. Visten a la moda, se mantienen en forma y cuidan sus cortes de cabello. Sus líderes, como Martin Sellner, son estrellas de las redes, y la mayoría, universitarios con carreras prometedoras. En definitiva, lo suficientemente interesantes para atraer a jóvenes que quieren estar en la onda. Pero, cuando se reúnen periódicamente en una cafetería o alquilan un Airbnb, no esconden su ideología: están convencidos de la teoría de conspiración en la que los musulmanes están apoderándose gradualmente de Europa. Aborrecen las políticas inclusivas y multiculturales, y quieren repatriar a los migrantes. En una de las reuniones en las que se infiltró Ebner, Sellner aseguró que “necesitamos acciones polarizantes. A nadie le gustan porque te obligan a escoger bando, pero son necesarias para provocar un cambio”. No quieren forzar a nadie a entrar a su movimiento, solo esperan “desplazar la gama de ideas que se consideran aceptables en el discurso público hacia la derecha”.

Julia Ebner adoptó cinco personalidades diferentes y penetró las estructuras de 12 grupos extremistas. Asistió a conciertos neonazis y a reuniones de esposas yihadistas.

Los nuevos integrantes de los grupos extremistas llegan por su cuenta. Como Ebner descubrió, “Algunos se unen por razones ideológicas, otros son totalmente apolíticos cuando se involucran por primera vez. A veces, su primera motivación es formar parte de una comunidad exclusiva, una contracultura atractiva”. Pero no deja de sorprender que en su refugio terminen siendo grupos radicales, a lo que Ebner le encuentra una explicación. “Un tema recurrente entre los nuevos miembros es la identidad: una imagen problemática de sí mismos o una autoestima dañada”, que se suma al conocimiento de estos grupos de las redes. “Usan tecnologías para proporcionar a los individuos lo que la tecnología les ha quitado: sentimiento de pertenencia, confianza en sí mismos e identidad. O la ilusión de todo ello”, sentencia.

Los extremistas atraen a quienes están con la guardia baja. Ebner se infiltró en grupos antifeministas, como Red Pill Women, mientras superaba una ruptura amorosa. Confiesa que por momentos dudó sobre sus principios. Sus compañeras de chat le pedían que olvidara sus logros profesionales y se dedicara a mejorar su valor de mercado sexual, como llaman allí a la apariencia física. También conoció a decenas de trad wives (abreviación de mujeres tradicionales en inglés); ellas siguen retorcidos consejos. Justifican que un hombre las golpee: solo está frustrado por perder poder en la relación. Una lanzó el “reto de los bebés blancos” para preservar la raza. “Yo he tenido seis. Iguálalo o mejóralo”, decía.

Pero este es solo un lado de la comunidad alt-right, como se conoce a los grupos de extrema derecha y nacionalistas estadounidenses. También están los conspiranoicos de QAnon, fanáticos de Donald Trump convencidos de que existe una red de pedofilia que controla al mundo entero. No esconden sus insignias y, en su nombre, trabajan a destajo. El problema es que lo hacen desinformando, generando ‘migas’, o lo que otros grupos supremacistas llamarían red pills (una deformación del concepto de la píldora roja de la verdad, referencia a la película Matrix). Muchos de ellos participaron en la insurrección motivada por Trump en el Capitolio.

Con la llegada de Donald Trump al poder y la irrupción de la pandemia, grupos conspiranoicos, como QAnon, acogieron a inconformes que no pueden explicar los fenómenos que los rodean.

La radicalización de estos grupos funciona a la par con otras dinámicas modernas. “Características específicas de los juegos, como las insignias, las clasificaciones y las gráficas de rendimiento, pueden ser poderosas a la hora de maximizar la participación del cliente y su lealtad”. La cuestión es que ahora “las organizaciones extremistas y terroristas han hecho lo mismo: utilizan cada vez más sistemas de puntuación y recompensa competitivos, además del lenguaje y la imaginería característica de los juegos”. La promesa de ascender en una comunidad virtual incentiva la radicalización y llena otros vacíos.

La moda complementa esa sensación de pertenencia. Ebner asistió al festival neonazi Schild und Schwert, en Ostritz, Alemania. Allí ofrecen las artes marciales mixtas como parte del estilo de vida, y hay marcas, como Ansgar Aryan, con sutiles referencias al nazismo. En Estados Unidos, los neonazis se han apropiado por su cuenta de las zapatillas New Balance como su símbolo.

Lo cierto es que las tácticas de los extremistas funcionan y se aprovechan de sus propias contradicciones. Como señala Ebner, “Los extremistas abrieron la caja de Pandora de las paradojas: venden el regreso a las relaciones tradicionales de poder como empoderamiento de la mujer, construyen redes transnacionales para hacer avanzar sus planes nacionalistas y demandan la liberalización absoluta de las tecnologías para difundir ideas antiliberales”. Y el problema crece en el mundo real. Los incidentes de Charlottesville en 2017 (que unieron a toda la ultraderecha, desde libertarios hasta miembros del Ku Klux Klan) y el asalto al Capitolio son prueba de una fuerza dormida, catalogada por el FBI como la mayor amenaza de terrorismo interno.

Aún más preocupantes son los ataques terroristas de yihadistas y supremacistas. Brenton Tarrant, quien perpetró los atentados contra dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelanda, en 2019, con 51 personas asesinadas, transmitió en vivo las escenas en 8chan. Así como hay ataques organizados en grupo, el nuevo terrorismo lo cometen fanáticos que se preparan en la intimidad. John Earnest, terrorista estadounidense, les pedía a sus partidarios antes de atacar: “Necesitamos mártires. Si no quieres que te pillen porque tienes hijos, puedes limitarte a atacar un objetivo y luego volver subrepticiamente a tu vida normal”.

El desafío es mayúsculo. Ebner cree que “un mundo donde nuestras calles no estén iluminadas y los trenes no funcionen, donde no podamos fiarnos de que los cajeros emitan dinero o que los ordenadores almacenen datos de forma segura está más cerca de lo que parece”. Cuesta reconocerlo, pero los extremistas están a la vanguardia, y, si llevan sus ataques en gran dimensión a la vida real, podrían ocasionar una catástrofe. El libro de Ebner es una advertencia acerca del futuro que se avecina.