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Fin de la era isabelina: cuando la reina Isabel II subió al trono habían transcurrido apenas siete años desde la Segunda Guerra Mundial
A Isabel II le tocó gobernar la expansión tecnológica y el cambio sociopolítico más rápidos de la historia reciente.
Cuando la reina Isabel II subió al trono en 1952, habían transcurrido apenas siete años desde la Segunda Guerra Mundial. Los trabajos de reconstrucción del país seguían en marcha y el racionamiento de productos clave como el azúcar, los huevos, el queso y la carne continuaría durante aproximadamente un año más.
Pero la austeridad y la contención de los años 40 estaban dando paso a unos años 50 más prósperos. No es de extrañar, entonces, que la sucesión de la Reina fuera aclamada como la “nueva era isabelina”. La sociedad estaba cambiando y había una reina joven y hermosa para ponerse al timón.
Setenta años después, Gran Bretaña tiene un aspecto muy diferente. A Isabel II le tocó gobernar la expansión tecnológica y el cambio sociopolítico más rápidos de la historia reciente. Una mirada retrospectiva a la vida de Isabel II plantea cuestiones clave no solo sobre cómo ha cambiado la monarquía, sino también sobre cómo se ha transformado la propia Gran Bretaña a lo largo de los siglos XX y XXI.
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Si el reinado de Isabel I fue un periodo de expansión colonial, conquista y dominación, la “nueva era isabelina” estuvo marcada por la descolonización y la pérdida del Imperio.
Cuando Isabel II accedió al trono, los últimos vestigios del Imperio Británico seguían intactos. La India había obtenido la independencia en 1947, y otros países no tardaron en seguirla a lo largo de las décadas de 1950 y 1960. Aunque existía desde 1926, la actual Commonwealth se constituyó en la Declaración de Londres de 1949, que hace a los Estados miembros “libres e iguales”. La Commonwealth tiene un barniz de poder colonial, dado que comparte una historia con el Imperio, y sigue invistiendo al monarca británico de poder simbólico.
La Commonwealth tuvo un gran protagonismo en la ceremonia de coronación de 1953, desde los programas de televisión que mostraban las celebraciones a lo largo de la Commonwealth hasta el vestido de coronación de la reina, decorado con los emblemas florales de los países de la Commonwealth. La reina continuó celebrando la Commonwealth durante todo su reinado.
La historia colonial de la Commonwealth se reproduce en los valores del Brexit, y en los proyectos nacionalistas relacionados que sufren de lo que Paul Gilroy llama “melancolía postcolonial”. La reina era la encarnación viva del estoicismo británico, del “espíritu Blitz” y del poder imperial global, del que pende gran parte de la retórica del Brexit. ¿Cómo afectará la pérdida de la monarca más longeva de Gran Bretaña a la nostalgia de la que se nutre la política contemporánea de la derecha?
Los medios de comunicación y la monarquía
Ante la coronación de Isabel II, el primer ministro británico, Winston Churchill, supuestamente respondió a las propuestas de retransmitir la ceremonia en directo por televisión que “los arreglos mecánicos modernos” dañarían la magia de la corona, y “los aspectos religiosos y espirituales no deberían presentarse como si fueran una representación teatral”. La televisión era una nueva tecnología en aquella época, y se temía que televisar la ceremonia fuera mostrar un acto demasiado íntimo. A pesar de estos temores, la retransmisión fue un gran éxito.
La imagen real siempre ha estado mediatizada, desde el perfil del monarca en las monedas hasta sus retratos oficiales. En el caso de Isabel II esto supuso una evolución radical: desde la aparición de la televisión, pasando por los periódicos sensacionalistas y los paparazzi, hasta las redes sociales y el periodismo ciudadano (procesos relacionados con la democratización y la participación). Gracias a ello, ahora tenemos más acceso que nunca a la monarquía.
En mi libro Running The Family Firm: How the monarchy manages its image and our money sostengo que la monarquía británica se basa en un cuidadoso equilibrio de visibilidad e invisibilidad para mantener su poder. La familia real puede ser visible en formas espectaculares (ceremonias de estado) o familiares (bodas reales, bebés reales). Pero el funcionamiento interno de la institución debe permanecer en secreto.
La búsqueda de este equilibrio por parte de la monarquía puede verse a lo largo del reinado de la reina. Un ejemplo es el documental de la BBC-ITV de 1969 Royal Family. Esta producción audiovisual utilizó las nuevas técnicas de cinema verite para seguir a la monarquía durante un año, lo que ahora reconoceríamos como un reality. Nos dio una visión íntima de las escenas domésticas, como las barbacoas familiares, y la reina llevando al príncipe Eduardo a una tienda de golosinas. A pesar de su popularidad, a muchos les preocupaba que el estilo voyerista rompiera demasiado la mística de la monarquía. De hecho, el palacio de Buckingham retiró el documental de 90 minutos para que no estuviera disponible para el público, y 43 horas de metraje quedaron sin utilizar.
“Las confesiones reales”, inspiradas en la cultura de los famosos y en las nociones de intimidad y transparencia, han perseguido a la monarquía durante las últimas décadas. La entrevista de Diana en Panorama en 1995 fue icónica. En ella, confesó a su entrevistador, Martin Bashir, el adulterio real, las conspiraciones de palacio contra ella y su deteriorada salud mental y física. Más recientemente, en el transcurso de una entrevista con Oprah Winfrey, el príncipe Enrique y Meghan Markle hablaron sobre lo que describieron como el racismo de The Firm (en referencia a corona británica), su falta de responsabilidad y su desprecio por la salud mental de Markle. Estas entrevistas pusieron al descubierto el funcionamiento interno de la institución y rompieron el equilibrio entre visibilidad e invisibilidad.
Al igual que el resto del mundo, la monarquía británica tiene ahora presencia en las principales plataformas de redes sociales del Reino Unido. La cuenta de Instagram del duque y la duquesa de Cambridge, gestionada en nombre del príncipe Guillermo, Kate Middleton y sus hijos, es quizá el ejemplo más evidente de familiaridad real en la era contemporánea. Las fotografías parecen naturales, improvisadas e informales, de tal modo que esta cuenta en Instagram se enmarca como el “álbum de fotos de la familia” de los Cambridge, lo que permite echar un vistazo “íntimo” a la vida de esta familia. Sin embargo, como toda representación real, estas fotografías están minuciosamente escenificadas.
Las redes sociales han dado a la monarquía acceso a nuevas audiencias: la generación más joven, que es más propensa a ojear las fotografías reales en las aplicaciones del teléfono que a hojear los periódicos. ¿Cómo responderá esta generación a la muerte de la monarca?
Figuras políticas
La reina Isabel llegó al trono durante un periodo de transformación política radical. Clement Atlee, del Partido Laborista, había logrado la presidencia en 1945 en unas sensacionales elecciones que parecían indicar el deseo de cambio de los votantes. El establecimiento del National Health Service (Servicio Nacional de Salud británico) en 1948 como institución central del estado de bienestar de la posguerra, prometía apoyar a los británicos desde la cuna hasta la tumba.
El partido conservador de Winston Churchill reanudó el parlamento en 1952. Churchill hablaba de una versión diferente de Gran Bretaña: más tradicional, imperialista y acérrimamente monárquica. Estos contrastes ideológicos fueron visibles en las respuestas a la coronación de la Reina en junio de 1953. La caricatura satírica de protesta de David Low The Morning After, publicada en el Manchester Guardian el 3 de junio de 1953, mostraba la basura de la fiesta (banderines, botellas de champán) y el texto “£100,000,000 spree” (“Una juerga de 100 millones de libras esterlinas”) garabateado en el suelo. La caricatura propició rápidamente 600 críticas cartas al director por ser de “mal gusto”, lo que llama la atención sobre el contraste de ideologías políticas.
En la década de 1980, el gobierno conservador de Margaret Thatcher inició el desmantelamiento sistemático del estado de bienestar nacido en la posguerra mundial, haciendo hincapié en el libre mercado neoliberal, los recortes fiscales y el individualismo. En los años de la Cool Britannia de Tony Blair, a comienzos del nuevo milenio, la reina Isabel II era una mujer mayor. La princesa Diana fue la famosa “princesa del pueblo” de la época, ya que su nueva marca de “autenticidad” amenazaba con poner en evidencia a una monarquía “fuera de onda”.
En el año 2000, tres años después de la muerte de Diana en un accidente de coche en París, el apoyo a la monarquía estaba en su punto más bajo. Se interpretó que la reina había actuado de forma inapropiada, sin responder al dolor público ni “representar a su pueblo”. El Express, por ejemplo, publicó el titular: “Muéstranos que te importa: los dolientes piden que la reina lidere nuestro dolor”.
Finalmente, dio un discurso televisado que mitigó su silencio enfatizando su papel de abuela, ocupada en “ayudar” a Guillermo y Enrique a afrontar su dolor. También hemos visto este papel de abuela en otros momentos: en sus fotografías del 90º cumpleaños en 2016, tomadas por Annie Leibowitz, estaba sentada en un entorno doméstico rodeada de sus nietos y bisnietos más jóvenes.
¿Y ahora?
Esta es la imagen de la reina que muchos recordarán: una mujer mayor, vestida impecablemente, agarrando a su icónico y familiar bolso. Aunque fue jefa de Estado a lo largo de los sísmicos cambios políticos, sociales y culturales de los siglos XX y XXI, el hecho de que raramente diera una opinión política significa que navegó con éxito la neutralidad política constitucional de la monarquía.
También se aseguró de seguir siendo un icono. Nunca tuvo una “personalidad” como la de otros miembros de la realeza, que han iniciado una relación de amor/odio con el público porque sabemos más de ellos. La reina siguió siendo una imagen: de hecho, es la persona más representada de la historia británica. Durante siete décadas, los británicos no han podido hacer una compra en efectivo sin encontrarse con su rostro. Esta banalidad cotidiana demuestra que la monarquía y la Reina se entrelazan en la piel de Gran Bretaña.
La muerte de la Rreina está destinada a provocar una reflexión de Gran Bretaña sobre su pasado, su presente y su futuro. El tiempo dirá cómo será el reinado de Carlos III, pero una cosa es segura: la “nueva era isabelina” ha quedado atrás. Gran Bretaña se está recuperando de las recientes rupturas del statu quo, desde el Brexit, pasando por la pandemia del covid-19, hasta las continuas peticiones de independencia de Escocia.
Carlos III hereda un país muy diferente al de su madre. ¿Qué propósito, si es que hay alguno, tendrá el próximo monarca para el futuro de Gran Bretaña?
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Conversation
Por: Laura Clancy
Lecturer in Media, Lancaster University