ESPECIAL SEMANA 35 AÑOS
“Las instituciones han parado a Trump, por ahora”
Francis Fukuyama analiza la vigencia de su teoría sobre “el fin de la historia”, el peligro del populismo en el mundo y las perspectivas de Donald Trump en Estados Unidos, y el proceso de paz en Colombia.
En 1992, el politólogo Francis Fukuyama con su ensayo ¿El fin de la Historia?, sentenció que la lucha de ideologías había terminado. Hacía poco había caído el muro de Berlín y colapsado el mundo comunista. Hoy, un cuarto de siglo después, en entrevista con SEMANA repasa qué tanta vigencia tiene aquella tesis.
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SEMANA: Hace 35 años, cuando apareció esta revista, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan decía que “Había que volver a hacer grande a los Estados Unidos”, lo mismo que dice el presidente actual, Donald Trump. ¿Se parecen los dos?
Francis Fukuyama (F.F.): Ambos son nacionalistas y de cierta forma creen en los valores tradicionales americanos. Sin embargo, hay diferencias muy significativas: Ronald Reagan era un internacionalista y quería que Estados Unidos estuviera comprometido, económica y políticamente, con el mundo. Por eso, en el marco de la lucha contra el comunismo, durante la Guerra Fría, apoyaba a nuestros aliados democráticos y, aunque sospechara de Naciones Unidas en ciertos aspectos, estaba muy a favor de un mundo económicamente abierto. Donald Trump, no. Es un nacionalista y busca medidas económicas proteccionistas que beneficien a los trabajadores americanos.
SEMANA: Y ambos sucedieron a presidentes “liberales”: Carter y Obama. ¿Significa esto que las ideologías no desparecieron como muchos, incluido usted, creían luego de la Guerra Fría?
F.F.: Ya no existe la clásica división entre una izquierda que quiere más igualdad y un Estado más fuerte para redistribuir la riqueza y una derecha que enfatiza en la libertad dentro de un Estado más pequeño o menos activo. Ahora la división política está marcada por asuntos de identidad. De un lado está la izquierda: personas más cosmopolitas, internacionalmente orientadas, más liberales en el sentido clásico que quieren más libertad de movimiento (incluyendo la inmigración y el libre comercio), versus gente más nacionalista, que quiere una sociedad y una economía más cerradas y que enfatiza en la identidad, generalmente basada en la etnicidad o raza.
SEMANA: Eso pasa en Estados Unidos, pero ¿no es parecido a lo que ocurre en Europa y en otros continentes?
F.F.: Sí, creo que es un fenómeno generalizado. En Francia, Bélgica, Reino Unido, Alemania y otros lugares, pasa lo mismo. Los que votan por partidos no populistas viven en las ciudades, están conectadas con el resto del mundo y tienden a estar abiertas a la inmigración y al comercio. De otro lado, están los que viven en áreas rurales, que tienden a ser menos educados y, por ende, menos capaces de aprovechar las oportunidades económicas ofrecidas por la globalización. Esos votan por los populistas.
SEMANA: ¿El populismo es una amenaza para la democracia?
F.F.: Claro. Democracia no es solo votar cuando hay elecciones. Es la combinación de tres instituciones: un Estado moderno y personal, el Estado de derecho y la rendición de cuentas. Y lo que está pasando es que los líderes de los movimientos populistas están usando su legitimidad democrática para atacar la imparcialidad del Estado y el Estado de derecho porque ambas cosas se anteponen a su deseo de acumular poder.
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SEMANA: ¿Qué se puede hacer?
F.F.: Es difícil de contrarrestar porque el populismo se acaba a sí mismo, con sus resultados a largo plazo. En Latinoamérica, por ejemplo, tuvieron el ascenso del populismo con Chávez y ahora está decayendo porque resultó desastroso. Y así hay muchos países que se están dando cuenta de que no es lo que esperaban.
SEMANA: Hablando de Venezuela, ¿existe alguna similitud entre el populismo venezolano, el de Rusia, e incluso el de Estados Unidos?
F.F.: Son casos diferentes. El populismo de Chávez está basado en apelar a la gente pobre en una sociedad altamente inequitativa. La base social son los pobres. En Escandinavia, o en Estados Unidos, el target no es la gente pobre. Estamos hablando de personas que pertenecen a la clase media y que perdieron tierras por la globalización, perdieron trabajos por el incremento de las importaciones y, por ende, se sintieron desplazadas. En un sentido más amplio, perdieron el control de su cultura. Por eso es que allí cala el lema de “estamos perdiendo a nuestro país” o “hagamos a Estados Unidos grande otra vez”, en el caso de Trump. En Venezuela fue un asunto mucho más clásico, de izquierda versus derecha: los pobres querían una mayor redistribución de la riqueza a través de una forma de socialismo y por eso Chávez nunca apeló a la identidad nacional.
SEMANA: ¿Quiere decir que Venezuela no cumple lo que usted previó en su ensayo El fin de la historia y el último hombre (1992)?
F.F.: Yo nunca dije que no fuera a haber excepciones y Venezuela es una de ellas. El chavismo es un completo fracaso. Nadie en Latinoamérica va a tratar de imitar lo que hizo Chávez porque así como pasó con el socialismo de la Unión Soviética y el de otros lugares, hacerlo conduciría a ese país a la catástrofe. Entonces, de hecho, Venezuela confirma mi tesis: después de la caída del comunismo las revoluciones sangrientas no tienen cabida en un mundo dominado por la democracia liberal.
SEMANA: ¿Es Macron, en Francia, un punto de quiebre luego del triunfo de Trump en Estados Unidos y del resultdo del Brexit en el Reino Unido?
F.F.: El rechazo de la sociedad francesa a Marianne Le Pen y a su alternativa populista sin duda es un signo positivo pero creo que es un poco apresurado cantar victoria con Macron. Todavía tiene una postura muy tenue y pese a que tiene el nuevo partido, lo cual es impresionante, ha perdido popularidad rápidamente. Su éxito realmente dependerá de qué tantas reformas pueda hacer y, especialmente, de qué tanto libere el mercado laboral.
SEMANA: ¿Lo ve como un potencial líder global?
F.F.: Eso va a estar un poco más difícil porque la elección en Alemania no le favorece.
SEMANA: ¿Cómo ve las probabilidades de que haya cooperación global con este tipo de líderes populistas y nacionalistas?
F.F.: Son mucho menores, obviamente. Primero porque el rol de Estados Unidos de mantener el orden liberal del mundo es realmente importante: sin la influencia y el poder de este país, el capital del mundo nunca se habría creado. Pero lo que es más interesante es que en este momento hay dos gobiernos paralelos en Washington. Por un lado está la burocracia, que incluye a muchos ministros de Trump, como el de defensa, al embajador ante la ONU, al jefe del gabinete -todos internacionalistas que quieren mantener el apoyo a los aliados- y del otro lado está Trump, que difiere mucho de esa agenda. Por eso pasan cosas como ir a la OTAN y reasegurar aliados y que, al día siguiente, el presidente tuitee algo completamente diferente. No creo que eso ayude mucho a la estabilidad mundial.
SEMANA: En una conferencia reciente usted dijo que el ascenso de Trump va a poder chequear si quienes crearon la Constitución tuvieron éxito en su propósito de construir un blindaje contra personajes como Trump…
F.F.: Hasta el momento, Trump ha sido satisfactoriamente contenido por varias razones: las cortes se han opuesto con contundencia a su política migratoria, el Congreso no ha cedido fácilmente ante su agenda legislativa y los medios de oposición están más fuertes que nunca. Entonces, aunque intente usar los poderes especiales para lograr las cosas, hay límites que ofrece la democracia misma.
SEMANA: ¿Cree que las instituciones podrán contrarrestar la amenaza del populismo?
F.F.: Depende del país, porque si bien en Colombia hay rasgos positivos como que la Corte Constitucional haya invalidado el tercer periodo presidencial, o que en Brasil, a pesar del colapso del sistema político, haya un sistema judicial mucho más independiente que el de muchos otros países latinoamericanos, existen casos como Nicaragua, Honduras y Guatemala donde las instituciones son muy débiles y los gobiernos violan descaradamente las leyes que limitan su poder.
SEMANA: ¿Cree que el periodo de Trump será tan convulsionado como han sido sus primeros meses de mandato?
F.F.: Todos quisiéramos saber la respuesta a esa pregunta pero es difícil porque cada vez que creemos que se está calmando, hace algo desconcertante. Entonces no creo que las cosas vayan a cambiar. Así es su personalidad y punto. Por eso no voté por él: no creo que necesitemos un presidente irresponsable e inconsistente en su política.
SEMANA: ¿Cómo ve a Colombia después del acuerdo de paz con las Farc?
F.F.: Me parece muy grave el alto grado de polarización que hay en torno al tema. Siempre apoyé al presidente Santos porque, a pesar de los problemas que podía haber con la implementación del acuerdo, pensé que Colombia estaría mejor sin guerra. Sin embargo, tengo amigos a lado y lado del debate y entiendo la insatisfacción de la gente. Lo más urgente, para mí, es acabar con esa polarización porque en otros aspectos Colombia va bien: tiene una economía estable y es uno de los países con mejor desempeño en América Latina.
*Director editorial de SEMANA.