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Guerra en Ucrania | ¿Kaliningrado podría convertirse en escenario de enfrentamiento entre Rusia y la OTAN?
La zona sigue estando especialmente militarizada, sobre todo con la presencia de una flota rusa en el mar Báltico, aprovechando la presencia estratégica de un puerto sin hielo.
El estallido de la guerra en Ucrania y la intensificación de las tensiones entre Rusia, por un lado, y la OTAN, la UE y, más recientemente, Lituania, por otro, han puesto en el punto de mira el exclave ruso de Kaliningrado, situado entre Polonia y Lituania.
A mediados de junio de 2022, Vilna, en aplicación de las sanciones de la UE, bloqueó el tránsito de carbón, metales y herramientas tecnológicas que abastecen a la región de Kaliningrado (oblast) desde la metrópoli. Estas mercancías constituyen la mitad de las importaciones de Kaliningrado. A partir de diciembre de este año, el petróleo y el gas también podrían estar bloqueados. Como resultado de este bloqueo, Kaliningrado ha comenzado a redirigir el tránsito de mercancías sancionadas por mar mientras que Moscú ha anunciado represalias sin especificar su contenido exacto.
En el contexto actual, las declaraciones de Moscú no han dejado de suscitar preocupación entre algunos observadores: ¿podría Kaliningrado convertirse en el escenario de un enfrentamiento directo entre las fuerzas rusas y las de la OTAN?
Las particularidades de un exclave
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El óblast de Kaliningrado es un territorio de 15.100 kilómetros cuadrados que limita con Lituania al noreste, Polonia al sur (ambos miembros de la UE y la OTAN) y el Mar Báltico al noroeste. Está geográficamente a 360 km del resto de Rusia. Es el único exclave entre las 83 entidades federadas del país (85 incluyendo la República de Crimea y la “ciudad de importancia federal” de Sebastopol, anexionada ilegalmente en 2014). Con una población de cerca de un millón de habitantes, el óblast es el 50º más poblado de la Federación Rusa.
Herencia de la Segunda Guerra Mundial, este territorio que antes formaba parte de Prusia Oriental fue asignado a la URSS tras la conferencia de Potsdam en 1945. La zona fue entonces el centro de importantes movimientos de población y fue repoblada por rusoparlantes –en detrimento de las poblaciones germanoparlantes expulsadas a Alemania–, hasta el punto de convertirse en la región más soviética del país en los años 80.
Mientras que durante la URSS el oblast se convirtió en una fortaleza militar y se cerró a los países vecinos, más tarde se abrió con Boris Yeltsin para atraer la inversión extranjera.
A principios del siglo XXI, la región se consideraba incluso un laboratorio para la cooperación entre la UE y Rusia, sobre todo con el establecimiento de una zona de libre comercio con el estatus de zona económica especial –estatus retirado por Moscú en 2016–. A pesar de ello, Kaliningrado no se ha integrado bien en el espacio económico del Báltico y ha seguido dependiendo en su mayor parte del resto de Rusia, que envía unos 100 trenes de mercancías al exclave a través de Lituania y Bielorrusia cada mes (Lituania no tiene frontera directa con el resto del territorio ruso).
En 2015, las encuestas indicaban que la población de Kaliningrado se identifica mayoritariamente como rusa, y quiere que el oblast sea considerado una región separada de Rusia. No parece haberse desarrollado un sentimiento específico de independencia en esta región, a pesar de su posición geográfica como exclave y su relativamente reciente vinculación al territorio ruso. En las elecciones presidenciales de 2018, el oblast votó en un 76 % a favor de Vladímir Putin, es decir, en la misma proporción que el conjunto del país (aunque, como en el resto de Rusia, el escrutinio se caracterizó por múltiples irregularidades).
Una región altamente militarizada
Al mismo tiempo, la zona sigue estando especialmente militarizada, sobre todo con la presencia de una flota rusa en el mar Báltico, aprovechando la presencia estratégica de un puerto sin hielo. El posicionamiento de misiles tierra-tierra, tierra-aire y antibuque en la región, que podría obstaculizar una posible intervención de la Alianza en el Báltico, también crea tensiones con la OTAN –especialmente desde el despliegue en 2016, reforzado en 2018, de sistemas de misiles balísticos Iskander con una potencial carga nuclear–. A ello se suman las maniobras militares Zapad (Oeste) organizadas conjuntamente con Bielorrusia cada cuatro años y que simulan un conflicto militar en ese territorio.
Esta militarización del territorio de Kaliningrado, en un contexto marcado por la anexión de Crimea, varias operaciones rusas de desestabilización en el Báltico y, desde febrero de 2022, el ataque a gran escala contra Ucrania, ha provocado un sentimiento de inseguridad en Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, todos ellos miembros de la OTAN y vecinos cercanos de Rusia. Las ciudades de Narva (Estonia) y Daugapvils (Letonia), así como la región de Latgale (Letonia), de mayoría rusa, son descritas a menudo por los medios de comunicación como posibles “nuevas Crimeas”, lo que hace temer un ataque ruso con la coartada de proteger a las poblaciones rusoparlantes que viven allí.
Tras la guerra en Ucrania, los países bálticos fueron los primeros estados europeos en dejar de importar gas ruso y en señalar firmemente su apoyo a Ucrania. Para contrarrestar esta inseguridad y marcar la solidaridad atlántica con los Estados bálticos, la OTAN ha desplegado desde 2017 tropas de forma rotativa en el Báltico con “presencia avanzada reforzada” en el flanco oriental de la Alianza. En 2022, en respuesta a la guerra en Ucrania, los aliados aumentaron individualmente su presencia de tropas, buques y aviones, y la OTAN también mejoró la capacidad de respuesta de su Fuerza de Respuesta, haciendo más rápida su activación en caso de amenaza.
El corredor de Suwałki
La presencia de la OTAN en el Báltico y en Polonia, y el reciente bloqueo lituano al tránsito de mercancías rusas, han reavivado además el temor a una anexión por parte de Rusia del corredor de Suwałki, que conecta Bielorrusia con el territorio de Kaliningrado a lo largo de la frontera entre Lituania y Polonia.
Este corredor de 70 km de longitud ha sido considerado durante mucho tiempo el talón de Aquiles de la OTAN. Este espacio, que consiste principalmente en pantanos, dos carreteras y una única línea de tren que conecta Polonia con Lituania, representa la distancia más corta entre Bielorrusia y Kaliningrado. A pesar de los intentos rusos, tras el colapso de la URSS, de asegurar esta zona estableciendo un acuerdo que permitiera la presencia continua de soldados, sólo se firmó un acuerdo más general con Lituania que permitía el tránsito de pasajeros y mercancías con la UE en 2003.
La toma del corredor de Suwałki permitiría a Rusia aislar geográficamente a los Estados bálticos del resto de los miembros de la OTAN, al tiempo que se aseguraría el paso, a través de su aliado bielorruso, a su enclave. Una anexión de este tipo pondría en marcha el artículo 5 de la OTAN, que compromete a sus miembros a prestarse asistencia mutua en caso de que uno de ellos sea atacado.
En la época de la caída de la URSS, Kaliningrado se veía como una oportunidad de cooperación entre la Unión Europea y Rusia, pero hoy su territorio está en el centro de las crecientes tensiones en el continente. La zona se ha convertido en una cuestión estratégica y geopolítica.
Este artículo fue publicado originalmente en francés en The Conversation
Por:
Cindy Regnier
Doctorante FNRS en Relations Internationales, Université de Liège