BRASIL

¿Quiénes son los polémicos hijos de Bolsonaro?

La familia de Jair Bolsonaro vive envuelta en numerosos escándalos. Vínculos con paramilitares, espionaje a los opositores y corrupción harían parte de los delitos que incluso salpicarían al presidente.

27 de junio de 2020
Flávio Bolsonaro, Senador por Río de Janeiro, y su padre, Jair Bolsonaro. Con tantos enemigos fraguados con justa razón, e incluso ante la posibilidad de ser destituido por los procesos en su contra, Bolsonaro ha volcado su poder para proteger a su familia. Pero esta tampoco está exenta de polémicas y graves acusaciones. | Foto: Afp

Con cada día que pasa, Jair Bolsonaro se queda más solo. A los constantes enfrentamientos con el Legislativo de Brasil se suman las reiteradas disputas con miembros de su gabinete, a los que ha despedido o han renunciado por sus políticas radicales e inapropiadas. En las regiones, los gobernadores no confían en él, y lo han demostrado durante la pandemia al implantar políticas sanitarias ante la inoperancia del presidente. Con tantos enemigos fraguados con justa razón, e incluso ante la posibilidad de ser destituido por los procesos en su contra, Bolsonaro ha volcado su poder para proteger a su familia. Pero esta tampoco está exenta de polémicas y graves acusaciones.

De sus cuatro hijos, tres se han ganado una reputación infame en la escena política de Brasil. Eduardo, Flávio y Carlos Bolsonaro, de extrema derecha como su padre, promueven el racismo, están a favor del uso de la fuerza y secundan el cuestionable manejo del presidente durante la crisis del coronavirus. Con los años, han cobrado especial influencia política y han estado en puestos privilegiados.

Flávio Bolsonaro, primogénito del mandatario, es senador desde 2019, luego de 16 años como diputado de Río de Janeiro. En 2018, el Organismo de Control de Movimientos Financieros (COAF, por sus siglas en portugués) encontró movimientos atípicos en una cuenta de Fabrício Queiroz, exasesor y presunto testaferro de Flávio. Esas cuentas habrían servido, según las autoridades, para desviar dinero público destinado a financiar grupos paramilitares de ultraderecha involucrados en el asesinato de la concejala Marielle Franco en 2018, y a blanquear dinero en el sector inmobiliario de Río de Janeiro.

Entre 2016 y 2017, de las cuentas de Queiroz habrían salido 1,2 millones de reales (unos 376.000 dólares para 2017), plata que la Policía Federal considera que conduce al hijo de Bolsonaro. En 2019 allanó varios inmuebles a Flávio y a sus exasesores de la Asamblea, e incluso investigó a la segunda exesposa del presidente, sospechosa de formar parte del esquema fraudulento.

Hace unas semanas, las autoridades capturaron a Queiroz, lo que abrió la posibilidad de desentrañar un entramado de corrupción en la familia Bolsonaro. Para algunos, como Tulio Milman, periodista de Hora Zero en São Paulo, la bomba de tiempo que supone Queiroz no tendrá mayores repercusiones. “Es parte de un juego político, pero es poco probable que diga algo que pueda comprometer al presidente y a su hijo”, advierte el analista.

Pero si Flávio tiene injerencia en la política, Carlos Bolsonaro ejerce la mayor influencia en el Palacio de Planalto. Concejal de Río de Janeiro, estuvo detrás de la campaña presidencial de su padre, y con el triunfo de Bolsonaro, se ha mantenido a su lado. Apodado como el Ministro del Odio, a Carlos lo acusan de liderar campañas de difamación y amenazas por medio de las redes sociales. No obstante, su participación en este polémico grupo le ha valido el escrutinio de la justicia. Al igual que con Flávio, la Policía Federal adelanta una investigación en su contra, esta vez por propagación del odio.

De acuerdo con esta autoridad, comanda un equipo encargado de difundir noticias falsas con el fin de atacar violentamente a los opositores en las redes sociales. A pesar de su cargo menor en Río, es uno de los hombres de confianza del presidente, y hasta hace poco contaba con un despacho en la sede del Ejecutivo. Promotor de la agenda que comparte con su padre, ha manifestado que “la transformación que Brasil necesita no sucederá a la velocidad que queremos de manera democrática”.


Eduardo Bolsonaro, Diputado por São Paulo, y Carlos Bolsonaro, Concejal de Río de Janeiro. Los Bolsonaro se han ganado una reputación infame en la escena política de Brasil.

Con las dos investigaciones en marcha, el presidente Bolsonaro no ha dudado en usar su poder para sacar a sus hijos del aprieto. Con absoluto descaro designó a Alexandre Ramagem, amigo de su hijo Carlos, director de la Policía Federal. Ante la polémica escogencia, el mandatario respondió: “¿Por qué, si puedo cambiar a un ministro, no puedo cambiar al director de la Policía Federal? No tengo que pedirle autorización a nadie para cambiar al director ni a ninguna otra persona que se encuentre en la pirámide jerárquica del Poder Ejecutivo”.

El asunto hizo que Sergio Moro, el famoso juez del caso Lava Jato, renunciara a su cargo de ministro de Justicia, tras acusar al presidente de atentar contra el Estado de derecho. Pero como si le importara lo más mínimo, Bolsonaro aprovechó para poner a Jorge Oliveira, su secretario general, al frente de la cartera de Justicia, de la cual hace parte la Policía. Ahora, al mandatario lo investigan por interferir en la Policía Federal e impedir las investigaciones contra sus hijos.

Solo resta Eduardo Bolsonaro, diputado federal por São Paulo, afiliado al Partido Social Cristiano y miembro de la Cámara desde 2014. A diferencia de sus hermanos, no tiene investigaciones en su contra, por lo que podría ser una pieza clave en la estrategia política de su padre. Como en 2019, cuando el presidente lo anunció para el cargo de embajador de Brasil en Estados Unidos, incluso con el beneplácito de Donald Trump.

Muchos brasileños recuerdan el momento en que Eduardo, en 2014, apareció armado con una pistola para amenazar a quienes protestaban contra el proceso de destitución de Dilma Rousseff. Se defendió diciendo: “Soy un policía federal las 24 horas del día”. Son famosos sus nexos con los grupos ideológicos más radicalizados y sus polémicas declaraciones como uno de los promotores de la agenda de ultraderecha en Brasil.

Ante el escrutinio público sobre los Bolsonaro, intensificado tras la desastrosa gestión del presidente durante la pandemia, el mandatario ha optado por reducir su núcleo de confianza a su familia y amigos. Desde que comenzó su mandato en enero de 2019 teme que la oposición le impida llevar a cabo su plan ultraconservador. Por eso, conformó desde el primer día un servicio de inteligencia paralelo, que además de impulsar el ‘ministerio del odio’ de su hijo Carlos, sigue los movimientos de su gabinete relacionados con su familia. En una reunión con sus ministros, aseguraba: “Tengo a la Policía Federal, que no me pasa información. Tengo las inteligencias de las Fuerzas Armadas, y no tengo información. En cambio mi sistema de información, el mío particular, funciona. Los que tengo oficialmente me desinforman”.

Joice Hasselmann, líder del Partido Social Liberal en la Cámara, le contó a la revista Carta Capital cómo los Bolsonaro gestaron su sistema de espionaje: “Al comienzo del Gobierno, Carlos trató de estructurar, junto con su padre, una agencia de inteligencia personal, precisamente para hacer sus propias investigaciones, producir archivos ilegales para perseguir a sus oponentes y proteger a los familiares del presidente. Para entonces, Flávio ya estaba acusado de enriquecimiento ilícito en Río. En ese momento, la iniciativa fue bloqueada tanto por el general Santos Cruz (ministro de la Secretaría de Gobierno) como por Gustavo Bebianno (ministro de la Secretaría General de la Presidencia). Y vimos lo que les sucedió: el presidente los echó a los dos. Y así se quedó con las manos libres para armar su propia agencia de información”.

Otros expertos piensan que esta misma agencia es la responsable de distorsionar los datos relacionados con la pandemia en Brasil, de los cuales dudan incluso el Congreso y la Cámara de Diputados. A pocos sorprendería que, con sus procedimientos seudomafiosos, la familia Bolsonaro estuviera escondiendo una catástrofe.