ORIENTE MEDIO
Irán, una bomba del tiempo
El rifirrafe entre Estados Unidos e Irán frente al ataque contra la refinería saudí patea el tablero, afecta el precio del petróleo y pone al mundo en peligro de una guerra que nadie quiere.
No es la primera vez que a Arabia Saudita la atacan con drones ni la primera que los hutíes yemeníes reclaman la autoría. Pero el ataque del 14 de septiembre estuvo lejos de ser como los otros. Dos docenas de drones y misiles lograron superar la defensa saudí y alcanzaron las dos mayores plantas de producción de la compañía petrolera Aramco. Fue un ataque tan sofisticado y preciso, que en segundos redujo la producción mundial 5 por ciento y disparó el precio del petróleo a una velocidad no vista desde 1991, cuando el iraquí Saddam Hussein atacó Kuwait en la primera guerra del Golfo.
El portavoz del Ministerio de Defensa saudí Turki al-Malki muestra los restos de los drones y los fragmentos de bomba que encontraron en los tanques.
Los hutíes de Yemen –aliados de Irán– se atribuyeron el ataque, pero Estados Unidos dirigió sus sospechas a Teherán. Dejó claro que la última palabra sobre la autoría del ataque la tenía Arabia Saudita, que días después aseguró que, si bien el patrocinio de Irán era innegable, no tenían certeza de que el atentado hubiera salido de territorio persa.
En la medida en que aumenta la presión económica de Estados Unidos contra Irán y crece la posibilidad de una confrontación, también progresa la certeza de que una guerra traería consecuencias catastróficas para el mundo, pero especialmente para países aliados de Estados Unidos y opuestos a Teherán, como Emiratos Árabes y Arabia Saudita. El profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Teherán Mohammad Marandi le dijo a SEMANA que “si pasa algo a Irán, ellos serían los primeros afectados; habría un colapso en su infraestructura, pues dependen del petróleo para la electricidad”.
Esta certeza quedó en evidencia esta semana después de la visita a Arabia Saudita del secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, quien advirtió que si bien existía un consenso de que Irán era el responsable, “nos gustaría una resolución pacífica; creo que lo hemos demostrado. Y esperamos que la República Islámica lo vea de la misma manera”, dijo. Irónicamente, un día antes había asegurado que este ataque era un “acto de guerra”.
Irán conoce bien estos temores y juega una sofisticada partida de ajedrez frente a unos contrincantes debilitados por su falta de credibilidad, por su vulnerabilidad en seguridad, como quedó demostrado con este ataque, y por la incertidumbre que despierta Donald Trump. “Trump sabe que apenas llegue el primer soldado muerto a Estados Unidos, él pierde la reelección. Por eso no atacará”, asegura Hussein Sheikoleslam, un diplomático iraní especializado en Oriente Medio. Este sentir existe entre las autoridades de la República Islámica, que en mayo cambiaron de estrategia y optaron por la “acción calculada” y no por la “paciencia” que pusieron en marcha un año antes cuando Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo Nuclear firmado e impuso fortísimas sanciones a Irán.
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Donald Trump lanza constantes amenazas a Irán. Sin embargo, sabe que las consecuencias de una guerra son nefastas, incluso para sus aliados.
El presidente iraní Hasán Rohaní anunció a comienzos de la semana pasada que está listo para una “guerra total”, en caso de que Estados Unidos lo ataque.
Y es que este ataque deja en evidencia el caos y el peligro que ha creado Trump con su política de presión. Después de retirarse de un acuerdo nuclear que hasta el momento funcionaba bien, intentó ahogar a Irán en todos los frentes, especialmente al prohibirle vender su petróleo.
La gota que rebosó el vaso llegó cuando Trump canceló los permisos a los ocho países que, para entonces, tenían licencia para comprar crudo iraní. Las sanciones venían golpeando al país y los iraníes estaban disgustados porque los países europeos firmantes del acuerdo nuclear no cumplían su promesa de compensar las pérdidas provocadas por las sanciones estadounidenses. Pero al prohibirle vender su petróleo, Trump cambió el escenario y desató el peligro de un conflicto regional.
Irán había advertido que si no podía beneficiarse del transporte del petróleo por el estrecho de Ormuz, ningún otro lo haría. Y si bien no lo ha hecho de frente, y no está comprobado que hubiera lanzado los ataques, sí pasó a mandar el mensaje de que no tenía nada que perder.
“No negociaremos bajo presión”, ha repetido el presidente Hasán Rohaní al responder a las invitaciones de Trump, que aseguró la semana anterior que se reuniría con los iraníes sin precondiciones. Irán, por el contrario, le dice que solo si levanta las sanciones podrán conversar en el marco del Acuerdo Nuclear.
Los rebeldes hutíes fueron los primeros en adjudicarse el ataque contra los saudíes. Sin embargo, todo apunta a que Irán, al menos, los financió. Abajo, Mike Pompeo se reunió con el príncipe saudí, Mohammed bin Salman, y le dijo que “apoyaba su derecho a defenderse”, pero que preferiría una salida negociada del conflicto.
Irán dio el primer paso en su nueva estrategia al comenzar a retroceder en sus compromisos del Acuerdo Nuclear. Después de haber puesto en marcha la tercera fase en estos retrocesos, Irán insiste en que puede volver a cumplir sus compromisos si los europeos logran poner en marcha un mecanismo que los ayude a vender su petróleo.
Pero el momento clave de esta etapa llegó cuando Irán derribó el RQ-A4 Global Hawk, el dron más sofisticado de los estadounidenses, que habría violado su espacio aéreo. El 20 de junio, Trump estuvo a punto de responder al ataque, pero cambió de decisión en último momento. El mandatario argumenta que un dron no valía los 150 iraníes que morirían. Pero en Irán dicen que en realidad entendió las consecuencias cuando captó que Irán respondería al ataque.
Sumado a este cauteloso movimiento de fichas en el tablero geopolítico actual del Golfo Pérsico, este nuevo escenario también ha servido para que el ala militar de Irán, especialmente los Guardias Revolucionarios que Washington considera terroristas, saquen músculo. Esta fuerza, que nació como una milicia durante la guerra con Irak, ha recordado que en aquel conflicto Irán no tenía misiles y nadie quería vendérselos. “Nuestra meta luego fue hacer misiles con el objetivo de alcanzar los portaviones estadounidenses que pasaban por la zona, pero haber llegado adonde estamos hoy nos parece imposible”, aseguraba semanas atrás el comandante de los Guardias Revolucionarios.
Por eso, esta semana en Teherán hay un tufillo de superioridad. En caso de que los hutíes hayan hecho el lanzamiento, como asegura Irán, la realidad es que la tecnología ha sido desarrollada estos años por los iraníes. Perforar el complejo sistema de defensa de Arabia Saudita, uno de los mayores compradores de armas del mundo y aliado de Estados Unidos, es todo un éxito. Irán insiste en que no quiere guerra, pero si lo atacan, responderá.
¿Qué busca Irán con esta estrategia que, de no resultarle, puede llevarlo a un conflicto fatal? Observadores locales mencionan tres objetivos. El primero, obligar a Trump a rebajar la presión y regresar a las negociaciones.
El segundo, lograr un consenso regional y trabajar en bloque por encima de las intervenciones –léase Estados Unidos–. Y con ese contexto, poner fin a la guerra en Yemen y empezar la negociación. Rohaní ha asegurado que este ataque era una advertencia de los hutíes a los sauditas y norteamericanos de que la guerra debe terminar.
Irán tiene desplegado en la mesa una compleja partida. A estas alturas nadie puede asegurar que la ganará, pero tiene puntos a favor que en el mundo actual el gobierno gringo peca por su ausencia: paciencia y estrategia.