BRASIL

Jair Bolsonaro, el Duterte brasilero

El atentado contra el ultraderechista Jair Bolsonaro agita el tablero de las elecciones de octubre y podría convertirlo en un mártir ganador. ¿Quién es este homofóbico, racista y nostálgico de la dictadura, a la que solo critica no haber fusilado más opositores?

8 de septiembre de 2018
Jair Bolsonaro, un capitán retirado de paracaidistas, tiene una fórmula para mejorar el sistema educativo brasileño: ponerlo bajo la supervisión de los militares. El jueves recibió una puñalada en el abdomen en el estado de Minas Gerais.

En la tarde del jueves en la localidad de Juiz de Fora, Minas Gerais, los seguidores de Jair Bolsonaro lo llevaban en hombros, como acostumbran tras sus manifestaciones. De un momento a otro, un desconocido se abalanzó por encima de su anillo de seguridad y le propinó una puñalada en el abdomen.

Sus colaboradores se apresuraron a decir que el candidato solo había recibido una herida superficial, pero luego se supo que tenía afectados el intestino y un riñón, por lo que fue operado de inmediato y al cierre de esta edición se recuperaba en cuidados intensivos. Pero el hecho produjo reacciones encontradas. Los partidarios del Partido de los Trabajadores sospechaban una farsa; mientras los suyos, enfurecidos, sostenían que, ante el atentado, nada detendría al candidato en su carrera al palacio de Planalto. Tal es la polarización con que los brasileños esperan las elecciones más inciertas de su historia.

En contexto: En video: Jair Bolsonaro, candidato a la presidencia de Brasil, fue apuñalado

El episodio desató una ola de preocupación. Como dijo a SEMANA Paulo Sotero, director del Brazil Institute en el Wilson Center de Washington,“El atentado contra el diputado Jair Bolsonaro hiere la democracia y es inédito en elecciones presidenciales en Brasil. Ello tiende a aumentar aún más la polarización, y a envenenar el ambiente político, introduciendo una dosis aún mayor de odio y de violencia, que no es de la tradición brasileña en disputas nacionales. De inmediato, hace aún más imprevisible la elección al Palacio del Planalto.”

El hecho sucedió justo en la misma semana en la que el Poder Judicial confirmó lo que tanto temían los seguidores del socialista Partido de los Trabajadores: Luiz Inácio Lula da Silva no podrá participar en las elecciones de octubre. Ante ese veredicto, los ojos de los brasileños no solo se dirigieron hacia su reemplazo, el hasta ahora candidato a la vicepresidencia Fernando Haddad. También lo hicieron hacia el candidato que permanecía en el segundo lugar de las encuestas: el exmilitar extremista Jair Bolsonaro.

Defiende la familia, pero ha tenido tres matrimonios y, que se sepa, cinco hijos.

Bolsonaro saltó al primer plano el 18 de abril de 2016 con la moción de censura que prosperó en la Cámara de Diputados contra la presidenta Dilma Rousseff, que terminó en su destitución y en un proceso que ha envuelto también a Lula, su viejo tutor y aliado.

En esa jornada, Bolsonaro supo que sus agravios servían, aparte de provocar, para empezar una carrera a la presidencia a nombre de la ultraderecha. En medio del ambiente de feria que se apoderó del recinto del Congreso, el capitán retirado mostró su visión ante millones de televidentes. Cuando llegó su turno dijo con voz grandilocuente: “(Voto) por la familia, (por) la inocencia de los niños en las aulas, que el Partido de los Trabajadores nunca tuvo (en cuenta), contra el comunismo, por nuestra libertad en contra del Foro de São Paulo, por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, por el pavor de Rousseff, (por) el ejército de Caxias, (por) las Fuerzas Armadas, por Brasil y por Dios por encima de todo, mi voto es sí (por la moción de censura)”.

La encendida soflama a la larga lo graduó como el Trump de Brasil y el Duterte brasileño. Y dichos y hechos no le faltan para estar en consonancia con ellos. La justicia privada (“el mejor delincuente es el delincuente muerto”), los excesos de la fuerza pública (“policía que no mata no es policía”), la homofobia, el racismo y el machismo se suman en el ideario del personaje. 

Ante la decisión de descalificar a Lula, quien permanece preso, asumiría la candidatura del Partido de los Trabajadores su fórmula a la vicepresidencia Fernando Haddad, pero nada garantiza que reciba todos sus votos.

La defensa de la familia encabeza sus prioridades, así no corresponda con su vida. Tiene tres matrimonios y, que se sepa, cinco hijos. Pero no se deja meter en esos terrenos en sus pocas entrevistas. Salta a otros escenarios para esquivar el tema, como a su fórmula para mejorar la educación: que las Fuerzas Armadas supervisen las escuelas.

También menciona entre sus objetivos luchar contra la corrupción. Para ello, nada mejor que acusar a los demás y, en particular, al Partido de los Trabajadores (PT), al que achaca los males de Brasil.

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Los estudios de opinión dicen que tiene sintonía en sectores de una clase media hastiada de violencia y corrupción. A ellos les habla en tono de outsider, a pesar de que lleva 27 años en el Congreso sin que haya presentado un solo proyecto de ley importante. Aparte de que tres de sus hijos han aprovechado el ejercicio político con dineros del Estado, también evita mencionar los escándalos en que se ha visto envuelta su colectividad, el Partido Progresista.

También apuesta al respaldo de los jóvenes. Cansados de la falta de oportunidades y de la inseguridad, las nuevas generaciones (62 por ciento según encuestas) sueñan con marcharse al exterior. Muchos de ellos –sin preguntarse por sus antecedentes ni por los horrores de la dictadura– ven en este hombre de 63 años la mano dura que piden.

Como Trump, Duterte y Vladimir Putin, entre otros, Bolsonaro pesca en el río revuelto de la historia reciente. Brasil está marcado con el sello de Petrobras y Odebrecht, y por una violencia que golpea sin distingos las capas sociales y la institucionalidad. En 2017 murieron violentamente, en promedio, 175 personas al día, según el Foro Brasileño de Seguridad Pública. Revertir esa tendencia no será fácil. Los enfrentamientos entre pandillas y los ajustes de cuentas tienen el mismo motor de México y Colombia: la guerra entre carteles del narcotráfico cada vez más atomizados.

Tal panorama, más el de grandes urbes como Río de Janeiro, donde es común ver unidades del Ejército en plan de vigilancia callejera, sirve para proponer medidas radicales al Mito, como lo llaman sus fanáticos. Una, armar a los ciudadanos, al estilo de Estados Unidos. Y dos, dar vía libre a la Policía para (en la línea Duterte) disparar primero y preguntar después. El candidato también promete recompensar a quienes arrojen resultados en términos de delincuentes muertos.

Ahora bien, Bolsonaro tiene su propia definición de lo que pasa en Brasil. O sea, sobre lo que se esconde en las favelas, la violencia en cada esquina, los 13,2 millones de desempleados y el clima convulsionado. Según él, “los comunistas” tienen la culpa de todo. A sus ojos, la única falla de la dictadura militar que gobernó entre 1964 y 1985 consistió en haberlos dejado vivos. “Deberían haber fusilado a otros 30.000, incluido usted”, le dijo hace algún tiempo al entonces presidente Fernando Henrique Cardoso.

Bolsonaro excluye de esa crítica al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, al que citó al motivar su voto contra Dilma. Solo Brilhante Ustra fue condenado por el cargo de “torturador”, cuando dirigió en São Paulo el Destacamento de Operaciones de Informaciones (DOI). Por sus manos y las de sus hombres pasaron 502 presos políticos, de los cuales 45 perdieron la vida.

Bolsonaro, además, detesta a los afros y a los indígenas. Por eso, dice que la suerte de Brasil sería otra si no hubiera tenido que heredar “la indolencia de la cultura indígena” y “el engaño de los africanos”. En cuanto a la población LGTBIQ, dice que preferiría muertos a sus hijos varones antes que verlos gais, mientras asegura que usar drogas vuelve homosexual al usuario. Y sostiene que tener hijas es síntoma de “debilidad”.

¿Cómo piensa sacar Bolsonaro a Brasil de la crisis actual? Aparte de anticipar que Paulo Guede será su hombre de confianza, y con él la Escuela de Chicago, los especialistas esperan más privatizaciones y menos presupuestos para políticas sociales, una de las banderas del PT.

Hasta esta semana, plantear un escenario con Bolsonaro presidente podía sonar exagerado. Analistas en Brasil lo consideraban un candidato excéntrico sin posibilidades reales. Para Sotero, “las encuestas mostraban hasta esta semana que Bolsonaro, aunque lideraba las intenciones cuando quedó descartada la candidatura de Lula, tendría dificultad para ganar en segunda vuelta, dada la alta tasa de rechazo que generaba su candidatura”.

Pero el mismo analista advierte que “ese escenario quizá prevalece. Pero el ataque puede generar simpatía por Bolsonaro y llevar a un aumento de los votos nulos, blancos y del abstencionismo. Ante la fragmentación del cuadro electoral, eso podría abrir espacio para una victoria de Bolsonaro en la primera vuelta”.

En todo caso, el personaje dará de qué hablar en las próximas semanas, con sus 5 millones de seguidores en las redes sociales, pocos comparados con el potencial de Brasil, que supera los 140 millones de votantes. Quizás, como van las cosas, al menos obligue a una segunda vuelta, lo que ya sería una victoria de esa expresión brasileña de las tendencias ultraconservadoras y a veces delirantes que amenazan a las democracias en el mundo entero.

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