Su vida no es la de un político convencional. Sus padres no eran ricos, no fue a prestigiosas universidades y no siempre estuvo del lado correcto de la historia. Esta es la trayectoria de alguien cuya principal virtud es ser el rival del presidente más polémico de la historia de Estados Unidos.
Su vida no es la de un político convencional. Sus padres no eran ricos, no fue a prestigiosas universidades y no siempre estuvo del lado correcto de la historia. Esta es la trayectoria de alguien cuya principal virtud es ser el rival del presidente más polémico de la historia de Estados Unidos. | Foto: Revista Semana

Elecciones Estados Unidos

Joe Biden: los detalles poco conocidos del candidato presidencial de EE.UU.

Su vida no es la de un político convencional. Sus padres no eran ricos, no fue a prestigiosas universidades y no siempre estuvo del lado correcto de la historia. Esta es la trayectoria de alguien cuya principal virtud es ser el rival del presidente más polémico en la historia de Estados Unidos.

4 de noviembre de 2020

La tercera puede ser la vencida para Joseph Robinette Biden Jr., más conocido como Joe Biden. Luego de dos infructuosos intentos para llegar a la Casa Blanca (1988 y 2008), en esta ocasión las circunstancias políticas y sociales parecen alinearse a su favor. Su principal virtud: ser el oponente de Donald Trump. Paradójicamente, lo que más motiva a sus seguidores no son sus discursos o propuestas, sino la inmensa animadversión que les genera el actual presidente. De ganar, Biden se convertiría en el hombre con más edad en llegar al cargo de primer mandatario y sellaría así una vida entera dedicada al sector público.

Nació el 20 de noviembre de 1942 en Scranton, estado de Pensilvania, en el seno de una familia católica de origen irlandés. Fue el mayor de sus tres hermanos, dos varones y una mujer. Su padre, de quien heredó su nombre, había sido un exitoso vendedor de botes en la década de los 30, pero una serie de malas inversiones lo dejó en una delicada situación económica y sin otra opción que vivir con sus suegros, los abuelos maternos de Biden. En esas condiciones creció el ahora candidato que, como comentó al New York Times en 2008, recuerda con cariño los momentos en los que husmeaba el clóset de su padre y encontraba lujosas prendas y accesorios de lo que había sido su vida en el pasado. Asegura que jamás lo escuchó quejarse o evocar con nostalgia aquellos años.

Mi papá siempre me decía: ‘Campeón, la medida de un hombre no es qué tan seguido lo noquean, sino qué tan rápido se levanta’”, contó al diario neoyorquino. Esta filosofía la mantiene hasta el día de hoy y ha sido determinante en sus episodios más complicados.

En 1953, cuando la economía norteamericana pasaba por uno de sus momentos más dulces tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la realidad de la familia era opuesta. La imposibilidad de Biden padre para conseguir trabajo lo obligó a trasladarse cientos de millas al sur con su esposa e hijos. Más exactamente a Claymont, Delaware. Sería en ese estado en donde la familia recompondría sus finanzas y lentamente se integraría a la clase media.

Con mucho esfuerzo matricularon a su primogénito en la Archmere Academy, un colegio católico privado de la zona en donde Joe Biden se distinguió por sus dotes de liderazgo y no precisamente por su rendimiento académico. No era un estudiante de reprobar sus asignaturas, pero tampoco sobresaliente. En cambio, sí formó parte del equipo de fútbol americano y fue elegido como miembro del consejo estudiantil en sus últimos dos años de bachillerato. Allí comenzaría a trabajar en su tartamudeo —un asunto del que sus detractores se burlan al día de hoy— repitiendo una y otra vez discursos frente a un espejo.

Las dificultades para expresarse las superaría años más tarde en la Universidad de Delaware en donde estudió historia y ciencia política. Una investigación del Washington Post en 1987 encontró que Biden ocupó el puesto 506 en una promoción de 688 estudiantes y que su promedio de calificaciones estuvo entre el 70 y 79 por ciento. Eso no le impidió graduarse en 1965 y aplicar para un cupo en la Escuela de Leyes de la Universidad de Siracusa en Nueva York.

Fue admitido y en su primer año viajó con sus compañeros a Bahamas durante el receso reglamentario de primavera. Al viaje también asistió Neilia Hunter, una profesora del distrito de Siracusa, de la que cayó profundamente enamorado y a la que pidió matrimonio meses después. El principal obstáculo fueron los padres de Hunter que no querían dar el visto bueno a la unión debido a que Biden no era protestante. Finalmente accedieron y una iglesia de Skaneateles, Nueva York, fue el escenario de la boda.

Con el título de abogado bajo el brazo y habiéndose salvado de ir a Vietnam por sus problemas de asma, Biden y su esposa volvieron a Delaware. Fue entonces que apareció la política. Sin tener claro cuáles eran sus ideales, lo único que Biden sabía era que el presidente Richard Nixon no era de su agrado. Quizá por eso, en 1969, compitió como demócrata para ser consejero del condado de New Castle. Salió elegido, aunque el condado era históricamente conocido por sus posturas conservadoras, y se opuso a diferentes proyectos de infraestructura que amenazaban con perturbar la tranquilidad de los barrios en donde residían sus electores. Eso le bastó para darse a conocer.

Cuando en 1972 anunció que se postularía al Senado y competiría contra James Caleb Boggs, republicano que cumplía 12 años en el Congreso, lo llamaron loco. El mismo Partido Demócrata sabía que era altamente improbable que Boggs perdiera su curul y por eso le ofrecieron la candidatura a Biden. Necesitaban sacrificar a alguien y el joven de 29 años les calló la boca. Con los ahorros de sus familiares, quienes le sirvieron de voluntarios a lo largo de su campaña, promovió un programa que se enfocaba en el retiro de tropas de Vietnam, apoyo al movimiento de los derechos civiles y una redistribución más justa de la carga tributaria. Ganó con un estrechísimo margen: el 50,5 por ciento de los votos.

Y justo cuando aún continuaba en las mieles de la victoria, la vida lo sacudió trágicamente. Su esposa y sus tres hijos (Beau, Hunter y Naomi) se dirigían a comprar un árbol de Navidad para decorar su hogar cuando el vehículo en el que se transportaban fue embestido por un camión. Aparentemente, Neilia Hunter pasó por alto una señal de tránsito y esto ocasionó el accidente. Los servicios de emergencia atendieron prontamente a la familia de Biden. Sus dos hijos, Beau y Hunter, presentaron algunas lesiones, pero su esposa y su hija Naomi no sobrevivieron. Décadas después, Biden admitiría que eso lo llevó a entender a las personas que contemplan el suicidio.

Pensé en ello, no en hacerlo. Pensé en cómo sería ir al Puente Conmemorativo de Delaware, saltar y terminar con todo”, aseguró a CNN. “Pero nunca me subí al auto para hacerlo o ni siquiera estuve cerca”, agregó.

Etapa como senador

Quería renunciar al Senado y sus amistades lo disuadieron de hacerlo. Optó entonces por hacer lo que haría su padre: pararse en vez de seguir noqueado. Se posesionó como congresista en el centro médico en donde Beau y Hunter aún adelantaban su proceso de recuperación y todos los días, por más de 36 años, tomó largos trayectos diarios de tren para ir a Washington DC a trabajar y regresar por las noches a compartir tiempo en familia. Familia que, además, se extendería en 1977 cuando volvió a casarse con Jill Tracy Jacobs y en 1981 cuando nació su hija menor, Ashley. Nunca dejó que sus labores interfirieran en su papel de papá.

En el Capitolio, entre 1987 y 1995, Biden fue parte del Comité Judicial del Senado. Se le recuerda por su férrea oposición a la nominación de Robert Borke como juez de la Corte Suprema de Justicia en la presidencia de Ronald Reagan. Borke, en buena medida por las críticas Biden, no llegaría a ocupar la magistratura (58 senadores votaron en su contra) y su fallido intento se convertiría en un hito de la cultura jurídica norteamericana.

El Comité de Asuntos Exteriores fue otro espacio en el que Biden se destacó, especialmente cuando lideró la postura de Estados Unidos con respecto al conflicto en los Balcanes. Llegó incluso a viajar a Europa y reunirse con el serbio Slobodan Milošević, a quien calificó, sin ningún temor, como “criminal de guerra”. Abogó, tanto en la presidencia de George H.W. Bush como la de Bill Clinton, por la protección de la población kosovar.

Pero también hubo metidas de pata. Por ejemplo, en los 70 se opuso a la integración racial de los distritos escolares mediante el transporte. En aquella época, las escuelas ubicadas en barrios donde vivía la población afroamericana solían tener deficiencias a nivel académico y físico. Por lo tanto, se planteó la posibilidad de que algunos estudiantes afroamericanos pudieran asistir a mejores colegios, usualmente ubicados en lugares donde la población era mayoritariamente blanca. Era una propuesta de avanzada en esos años y Biden la criticó porque consideraba que el costo del transporte, el cual corría por cuenta del erario público, generaría un gasto innecesario. Hay que aclarar que nunca desaprobó la integración en sí, sino siempre y cuando hubiera que recurrir al transporte escolar para concretarla. Esta posición suya sería un tema en los recientes debates presidenciales cuando Kamala Harris, quien ahora es su formula vicepresidencial, lo señaló de trabajar con senadores racistas durante aquel tiempo.

¿Estaba equivocado? Sí, lo estaba. Lo lamento, y lamento el dolor de los conceptos erróneos que causé”, expresó con arrepentimiento en un evento de su campaña en Carolina del Sur.

También se le acusó de plagiar un discurso del laborista británico Neil Kinnock cuando buscó por primera vez la candidatura demócrata para la Presidencia en 1988. Pese a que su campaña pintaba para llegar más lejos, los señalamientos desinflaron sus aspiraciones y no ocultó su frustración. Según dijo, es común que los políticos se roben algunos frases de sus declaraciones y, en consecuencia, la reacción de rechazo que recibió la pareció exagerada. “Y no estoy menos frustrado por el entorno de la política presidencial que hace que sea tan difícil permitir que el pueblo estadounidense mida a Joe Biden en su totalidad y no solo con las declaraciones erróneas que he hecho”, expresó en septiembre de ese año.

Después de los atentados a las Torres Gemelas en 2001, Biden, al igual que 28 de sus colegas demócratas, aprobó la resolución que dio origen a la intervención militar estadounidense en Irak. La forma en la que se desenvolvió el conflicto lo llevaron a retirar su apoyo a la invasión, pero no ha dejado de ser un motivo para que muchos votantes lo piensen dos veces antes de depositarle su confianza.

Vicepresidencia

Días después de cumplir 35 años como senador, en enero de 2007, Biden hizo público su deseo de ser presidente. Su principal carta de presentación era su larga experiencia, pero no fue suficiente para cautivar al electorado. El hastío con el gobierno de George W. Bush direccionó el apoyo popular hacia Barack Obama. Por segunda vez, en enero de 2008, retiró su postulación y negó que existiera interés alguno en unirse a otra campaña. Sin embargo, en agosto fue claro que no hablaba en serio cuando Obama lo presentó como su vicepresidente. Demostró ser una excelente pareja porque, a pesar de tener que competir contra la popular Sarah Palin (formula vicepresidencial de John McCain), se mostró dúctil en los debates y, en opinión de los expertos, aseguró para Obama el voto de la clase obrera. El resultado fue mucho mejor del esperado: doblaron en delegados del colegio electoral a sus oponentes y los superaron por 10 millones de votos.

Sus ocho años en la Casa Blanca –en 2012 fueron reelegidos tras ganarle a Mitt Romney y Paul Ryan– fueron bastante positivos. Como vicepresidente, a Biden se le delegaron funciones como moldear la política militar en Irak (invasión que para entonces ya era vista como un fracaso) y ayudar a aprobar el presupuesto. El legado más grande de la administración Obama-Biden, sin duda, es la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, también conocida como Obamacare. Esta política garantizó atención médica a millones de personas que anteriormente, por cuestiones de costos, no tenían acceso al sistema de salud. Su tranquila forma de ser y sus posturas cada vez más liberales (como cuando se mostró a favor del matrimonio homosexual incluso antes que Obama) le consiguieron el cariño de las bases demócratas.

Y cuando esperaba culminar su periodo como vicepresidente sin ningún contratiempo, una vez más, el dolor tocó su puerta. Beau Biden, su hijo mayor, murió de un cáncer de cerebro contra el que luchó por más de dos años. “Prométeme que estarás bien”, fue una de las últimas cosas que le dijo a su padre. Su deceso fue el motivo por el que Biden desistió de perseguir una tercera candidatura en 2016.

Y ahora

Pero si bien dejó el Ejecutivo, los medios nunca descartaron que intentara regresar y con un rol más protagónico. La evolución de la retorica de Trump, a medida que avanzaba su gobierno, no le dejó más opción a Biden que dar un paso al frente. Desde 2018 proyectó su plataforma que, para su fortuna, encontró un impulso con la radicalización del espectro político norteamericano.

Al día de hoy, más allá de sus virtudes, las personas acuden a la urnas con el objetivo de poner fin a la presidencia de Donald Trump. Biden es percibido como la otra alternativa, un personaje considerablemente menos carismático que su rival, pero sí más mesurado y sensato. Esa imagen que se creó alrededor suyo fue la que lo llevó a ganar la primaria demócrata en la que su contendor principal fue Bernie Sanders, un autoproclamado “socialista” y la figura más visible de la izquierda estadounidense. Sanders, que contaba con un amplio apoyo en los jóvenes, no tuvo más opción que retirarse de la carrera electoral cuando los demás candidatos se unieron para dar su apoyo a Biden y su discurso de centro.

Hoy les pido a todos los estadounidenses, a cada uno de los demócratas, cada independiente, a muchos republicanos, que se unan a esta campaña para apoyar tu candidatura, que yo respaldo”, manifestó Sanders en una transmisión conjunta que hizo con Biden.

Ese fue el espaldarazo que le hacía falta. Las personas afines a la izquierda podrán no apreciar el discurso de Biden, pero entre él y Trump, su decisión es más que clara. De la misma forma sucede con el resto de minorías y aquellos votantes de derecha que no logran vincularse al extremismo que profesa el presidente. Este panorama al parecer fue advertido por el mismo Trump y sus asesores que en los últimos meses han recurrido a todo tipo de movidas que denotan su desespero. En los debates, por ejemplo, el primer mandatario mencionó la adicción a las drogas ya superada de Hunter, el hijo de Biden, y lo suele asociar con dictadores como Nicolás Maduro o Fidel Castro, a pesar de que no existe ninguna especie de lazo.

La suerte está echada y, salvo que algo extraordinario ocurra, en las próximas horas o días Joe Biden será anunciado como el 46.° presidente de Estados Unidos. Su historia, en la que abundan los episodios grises y en donde el dolor parece ser una constante, es la fiel prueba de un hombre incansable que aprovechándose de la coyuntura está a escasos momentos de llegar a la cima.