LA CABEZA DE HUSSEIN
A punto de ganar la guerra, Khomeini pide el derrocamiento revolucionario del presidente de Irak
"Sus hermanos iraníes han tenido que entrar en su país para salvar la nación iraquí de la dominación del partido Bass. Aprovechen para sublevarse"
El ayatollah Khomeini anunciaba así claramente, en un mensaje dirigido al pueblo iraquí, el objetivo de la ofensiva "Ramaddam": terminar con el régimen del presidente Saddam Hussein. En realidad, el ataque iraní no sorprendió.
Desde hace varias semanas, las autoridades de Teherán habían hecho comprender que el receso de las operaciones militares no se debía a su indecisión de proseguir la guerra, sino al estudio del momento y del lugar, adecuados para lanzar su ofensiva.
El ataque, que moviliza unos 80.000 soldados, se produjo el martes 13 de julio, principalmente sobre la región de Basora, uno de los centros económicos más importantes de Irak y punto estratégico para su comercio con el Golfo Pérsico.
Basora era, según los cálculos de Teherán, la primera etapa de un vasto plan que debía llevarlos a Karbala y Nadjaf, lugares santos del chiísmo, e incluso "hasta Bagdad si nuestras reivindicaciones no son atendidas"
Irán reclama, además de la destitución del presidente iraquí, el reconocimiento de su soberanía sobre el canal de Chat el-Arab y el pago de los perjuicios causados por la guerra desde septiembre de 1980.
La ofensiva iraní cuyo frente abarcaría unos 50 kilómetros de largo y veinte de profundidad, encuentra una viva resistencia. Sus efectos, aseguran los observadores, son tangibles en los partes militares iraníes, que insisten, no ya en la dimisión de Saddam Hussein, sino en el establecimiento de una línea sólida de protección, capaz de protejer la población iraní del alcance de la artillería iraquí y de garantizar la integridad de su territorio.
Las recriminaciones formuladas por el ministro de petróleo iraní, en la reunión de la OPEP en Viena, en contra de los países de la región y en particular contra Arabia Saudita, acusados de haber incitado y financiado el ataque iraquí en septiembre de 1980, han incrementado la intranquilidad. Esos países, dijo el señor Gharazi, tendrán que pagar no financiera sino políticamente; sus regímenes se derrumbarán.
La pérdida de 100.000 hombres por parte del ejército iraquí (42.000 prisioneros) en 23 meses de guerra --cuando era considerado el más fuerte y el mejor equipado de la región-- hace pensar en las capitales árabes que si Khomeini logra establecer un eje Teherán-Bagdad, otros países serían inmediatamente amenazados: Kuwait, por ejemplo, que ya ha sufrido dos ataques desde 1980, y Barhain, al que el mismo Sha reivindicaba. Los gobiernos árabes estiman por otra parte que un triunfo del integrismo islámico contaminaría rápidamente la región, que cuenta con innumerables comunidades chiítas, favorables a la revolución de Khomeini.
De ganar, el guía espiritual de la revolución podría encarnar una alternativa ante la Juventud Arabe, decepcionada por la "pasividad de sus gobiernos" durante el conflicto del Líbano.
De hecho, la guerra irano-iraquí ha logrado dividir nuevamente a los países árabes: en efecto, los países moderados (Arabia Saudita, Egipto), juzgan prioritario este conflicto. mientras que el "Frente de la Firmeza" (Libia, Argelia y Siria) sigue considerando que "la tarea de la nación árabe es defender a los Palestinos".
Las posiciones de las capitales occidentales parecen inspirarse en el deseo de frenar la expansión de la revolución islámica hacia la zona del Golfo Pérsico, que representa el 25% de la producción mundial de petróleo y contiene el 54% de sus reservas.
Eso podría explicar la prudencia y la "impotencia" de las dos superpotencias ante este conflicto.