LA CAIDA DE GARY HART

Comienza a esfumarse el efímero mito del candidato demócrata.

14 de mayo de 1984

Para un político como Gary Hart, que ha visto subir como espuma -en un primer momento- su candidatura a la nominación demócrata, para luego verla descender hacia un consolidado segundo lugar, cualquier milagro en la primaria de Pennsylvania era tan necesaria como posible. Ganar en Pennsylvania, Estado industrial de los más poblados e importantes de Estados Unidos, era un fuerte imperativo para él, empeñado como está en torcer favorablemente el curso de su campaña para poder igualar al menos, a su rival el ex presidente Walter Mondale. Pero para desilusión de Hart, la tendencia que lo viene persiguiendo desde su derrota en Illinois, se confirmó en Pennsylvania. Allí Mondale, el candidato de la maquinaria del partido, el hombre que le gusta a la gente de más de 50 años, se quedó, en efecto, con el 45% de los votos dejando a Hart sólo el 34% de éstos y a Jesse Jackson, el pastor bautista, con el 20% restante.
"Creo que (fue) un gran paso adelante", declaró jubiloso Mondale en la tarde del 10 de abril cuando se conocieron los resultados de la justa estatal. Gracias a ese triunfo, el ex colaborador de Jimmy Carter acumula hoy 1035 de los 1967 delegados que se necesitan para triunfar en la convención del 16 de julio próximo, quedando Hart, por ahora, con 575 delegados y Jackson con 152.
Es obvio que para Hart lo de Pennsylvania es algo más que un duro revés. De hecho los resultados lo ponen a punto de ingresar en la larga lista de lumbreras norteamericanas que después de una gran figuración han comprobado ser fenómenos efímeros.
En este decline tuvo mucho que ver lo que pasó en las primarias de Nueva York, en las cuales Hart fue casi que arrinconado por Mondale en los dos debates que ellos protagonizaron en la televisión. Esa fue la primera vez que en esta campaña, Gary Hart apareció como un candidato vacilante y a la defensiva ante preguntas sobre su personalidad, sus ideas sobre Centroamérica y el status de Jerusalén. Hart, quien había pronosticado que en estas primarias los norteamericanos votarían más por ideas y posiciones políticas que por la cantidad de dinero invertido en esa competencia vio, además, cómo el millón de dólares que su campaña gastó en anuncios de televisión para ese evento eran incapaces de detener a Mondale.
De hecho, Hart había conocido desde muy temprano que la televisión podía hacer maravillas. La sorpresa dada por él mismo en New Hampshire, magnificada por ese medio informativo, estuvo a punto de producir la bola de nieve que le hubiera permitido a él avanzar arrolladoramente por las restantes primarias estatales. En verdad al comienzo, esta teoría funcionó a la perfección. En cosa de semanas Hart se había vuelto, gracias a los resultados de New Hampshire, en una figura nacional en trance de desafiar no sólo las ambiciones de Mondale sino las perspectivas bastante sólidas de reelección del Presidente Reagan. Lo extraordinario de todo esto es que a esas alturas, de Hart se sabía casi nada, ni siquiera lo central de su programa de gobierno. Los famosos issues, o temas de campaña, siempre tan importantes en Norteamérica, parecían en esta ocasión eclipsados frente al desbordante magnetismo del senador por Colorado, quien aparecía como un flamante outsider, un hombre puro, ajeno al aparato del partido. El no ignoraba que esta imagen había sido muy rentable en las campañas de los dos últimos Presidentes norteamericanos, Carter y Reagan, quienes -desde posiciones diferentes- lograron representar ese papel de políticos solitarios y al margen de las maquinarias demócrata y republicana.
Pero el aparato partidista no es neutral; suele responder a veces contra esos outsiders, y aplastarlos. Es justamente lo que parece estar haciendo en estos momentos contra Hart. Fue lo que se vio en las primarias de Illinois donde la bien aceitada maquinaria que dejara el ex alcalde Daley de Chicago jugó un papel crucial en el triunfo de Mondale. Es lo que se vio en Nueva York y en Pennsylvania.
A esta revancha del aparato se le suma el papel de la prensa y el hecho de que en política estadounidense las cosas aparentemente más triviales suelen tener enorme trascendencia, especialmente si en esas "pequeñas cosas" se hallan algunos gramos de misterio. Cuando Hart se volvió un figurón, los periodistas corrieron a su pueblo natal, donde descubrieron tres cosas: que el senador por Colorado se había cambiado de nombre un día, que a los 30 años se había quitado un año de su edad (¿por qué a los 30?) y que se había separado en dos ocasiones de su esposa Lee, en 1979 y 1981, reconciliándose la última vez poco antes de que él anunciara su candidatura presidencial. La psicología amateur de muchos periodistas fue catapultada por esos "descubrimientos" y el mito de invencibilidad de Hart comenzó a ser reemplazado por un aura de que había algo raro en la vida de él. "No hay nada de siniestro en esto, ello no me beneficia en nada, no me ayuda política ni financieramente, tampoco favorece mi carrera. ¿Entonces qué? Si eso le parece misterioso a la gente es por que sólo es un misterio", diría Hart.
De todas formas el asunto era llamativo: el nombre completo del aspirante a la nominación demócrata es Gary W. Hartpence, apellido que viene de sus antepasados en el siglo 18, y su verdadera fecha de nacimiento era el 28 de noviembre de 1936,y no de 1937 como él escribió a fines de los 60 en diversos formularios oficiales. El origen de su nombre se remonta a un inmigrante alemán llamado Johannes Eberhart Pence (o Penz) de quien su familia heredó el apellido. Pero hace 25 años la familia del político decidió reducir, según Hart, el apellido "para facilitar su lectura" desechando el vocablo Pence, que significa peniques, centavos. A esto se sumó el hecho de que Hart cada 10 años ha cambiado de firma.
Estos cambios y sus explicaciones -consideradas como muy poco conclusivas- han hecho las delicias de sus oponentes (según Hart de la misma Casa Blanca están saliendo chismes al respecto) afectando de alguna manera su campaña.
¿Tiene aún Hart posibilidades de triunfo? Muy difícilmente, sin embargo él sigue siendo la encarnación del optimismo. Espera encontrar en las primarias del sur y el oeste norteamericano el repunte definitivo, especialmente en California -el Estado más populoso de Estados Unidos-, donde siempre ha existido un electorado independiente y antisistema. Pero allí, no obstante, también la temible maquinaria podría jugarle rudo.