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La ciudad que el régimen de Siria destruyó a punta de bombazos

La Guerra Civil ha dejado a Siria reducida a escombros. El fotógrafo Mauricio Morales estuvo en Alepo, una ciudad de más de 2 millones de habitantes que hoy no es ni la sombra de lo que era.

Mauricio Morales (fotos)
11 de julio de 2014
Siria | Foto: Mauricio Morales

Alepo es la segunda ciudad de Siria. O lo era hasta antes de la Guerra Civil que ha devastado ese país desde 2011, cuando comenzaron las protestas de la primavera árabe. Tras más de tres años de combates, más de 160.000 muertos y más de 2,6 millones de desplazados a escala nacional, las calles de esta urbe –una de las más castigadas por el conflicto– muestran los efectos de los incesantes bombardeos de las fuerzas del gobierno de Bashar al-Asad, a los que se han sumado los exabruptos del grupo terrorista Estado Islámico (EI), antes conocido como ISIS por sus siglas en inglés.



Después de los golpes de artillería los cadáveres yacen despedazados en las calles. Allí pueden pasar varios días, pues los socorristas saben que los ataques se pueden repetir en el mismo lugar. Las miradas al cielo de los pocos que quedan se fijan inútilmente en tratar de ver los helicópteros o los aviones MIG que sobrevuelan las zonas controladas por los rebeldes. Todos temen las devastadoras bombas de barril. “Son armas baratas, con TNT, benzina, aceite y basura, escombros de la calle, latas”, dice el director de la recién creada Defensa Civil de la ciudad. “Ya ni siquiera invierten dinero para matarnos, morimos gratis”, sentencia.



En la primera semana del Ramadán (la fiesta sagrada de los musulmanes) la temperatura alcanza los 42 grados a la sombra. A las siete de la tarde los mercados abren rápidamente para que las personas hagan las compras de comida. Pero con la misma rapidez, cierran, pues los peores bombardeos comienzan tras el atardecer y duran hasta bien entrada la madrugada. El suministro de agua es escaso, no hay electricidad y es imposible suplir las necesidades básicas, por lo que cualquier charco en la mitad de la calle se convierte en un improvisado lavadero de ropa.



La situación humanitaria de esta antigua y –hasta antes de la guerra– vibrante ciudad es desesperada. Quienes permanecen, tratan mal que bien de seguir con sus vidas. El director de la Defensa Civil describe esta etapa de la guerra en Alepo afirmando: “Esta ya no es una guerra de los rebeldes contra el régimen. Tampoco es de religión. Es de supervivencia: es por la humanidad”. Las calles cada vez mas vacías, la poca actividad de batallas en los frentes, todo se resume a unas personas esperando que ese día no les toque a ellas.



El paso de EI recuerda las peores pesadillas del Medioevo, como la reciente crucifixión de nueve combatientes rebeldes. Ese grupo tiene un domino casi absoluto del este del país, desde donde ha lanzado ataques al vecino Irak, donde ha logrado espectaculares avances –como la toma de la ciudad de Mosul, de un millón y medio de habitantes–, además de prácticamente haber borrado la frontera entre ambos países.




Alepo está hoy aislada del resto del planeta, con sus habitantes abandonados a su suerte. Pero los crímenes de guerra y el dolor de todo un pueblo no se irán de la historia. Tampoco las consecuencias de un conflicto que pudo haber dado un giro hace dos o tres años, cuando Occidente prefirió mirar para otro lado. Nuevas guerras vendrán para Oriente Medio.