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La guerra en Afganistán, una causa perdida
Los talibanes le respiran en la nuca al Gobierno afgano. Cuando se conmemoran 20 años del peor ataque terrorista de la historia, Estados Unidos se pregunta si su esfuerzo por contener el extremismo islamista solo dio como resultado la pérdida de la vida de 2.000 estadounidenses y al menos 40.000 afganos.
El principal temor del Gobierno afgano se materializó este viernes. Los insurgentes talibanes se apoderaron de Zaranj, población fronteriza con Irán, provincia de Nimroz. Si bien desde mayo los extremistas ganan terreno en zonas rurales, esta sería la primera ciudad que cae bajo su control. Con el retiro de las tropas aliadas, que culminará este 31 de agosto, parece cuestión de meses para que tomen el poder por las malas y cobren su principal botín: Kabul, la capital afgana.
Hace 20 años, cuando se inició esta guerra con el fin de erradicar a los grupos terroristas que atacaron a Nueva York, Pensilvania y Washington, dejando 3.000 muertos, se creía que los talibanes serían un blanco fácil para los ejércitos de la Otan. Nada más equivocado. Dos décadas después, lo que tienen para contar los aliados es el dolor de 3.500 militares fallecidos y más de 20.000 heridos, en un conflicto que el mismo Joe Biden reconoce como sin sentido. “Fuimos a Afganistán por un horrible ataque hace 20 años. Eso no justifica que sigamos ahí en el año 2021”, dijo el mandatario.
Poco a poco, el grupo terrorista se fue reagrupando en territorios rurales y, con los años, voltearon el panorama. Se dice que controlan entre 40 y 85 por ciento del país. A pesar de lo escalofriante de los vínculos con Al Qaeda, el verdadero terror de los talibanes se ha impuesto con la población civil. Desde los años noventa, se ha denunciado que en los territorios controlados por los talibanes hay castigos como ejecuciones públicas y amputaciones para los culpables de robo. Libres de pecado no están, pues hay registros de graves violaciones a los derechos de las mujeres: se han denunciado lapidaciones o el estremecedor caso, en 2012, de una mujer acusada de adulterio y fusilada, a pesar de haber sido violada por dos talibanes. Caso que se ha repetido en por lo menos tres ocasiones más.
En el marco de la guerra, el grupo insurgente tampoco ha tenido piedad con nadie. Esta semana, en Kabul, hubo un atentado suicida dirigido al ministro de Defensa del Gobierno. El resultado: ocho muertos y 20 heridos. Los talibanes también muestran su cara más vengativa, asesinando y amenazando a todo aquel que colaboró con Estados Unidos y la Otan. Ya son varios los casos de traductores asesinados; de ahí que Washington y algunos países europeos comenzaron el traslado de hasta 50.000 colaboradores a sus territorios, donde les ofrecerán una nueva vida y protección.
Los colaboradores son los más afortunados, pues se estima que 30.000 afganos dejan el país semanalmente sin un rumbo fijo. Por lo menos 330.000 abandonaron esa nación desde que Estados Unidos anunció su retirada. Según Naciones Unidas, salen más de 450 carros diariamente por sus fronteras, un aumento de 40 por ciento comparado con el año pasado. Las ONG en el terreno denuncian tráfico ilegal de personas y campamentos de refugiados, que se reproducen con el paso de las horas y en condiciones inhumanas.
Al drama de los desplazados se suma la muerte diaria de civiles, que ya se cuentan por más de 160.000 desde el inicio del conflicto. Por su parte, el Gobierno afgano ha intentado un diálogo de paz con los talibanes, pero no han demostrado intención alguna en administrar el país junto con ellos, y los diálogos no son más que contentillo para la comunidad internacional. Según análisis de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, y a pesar de su fallido esfuerzo por evitarlo, entre seis y 12 meses tardarán los extremistas en tomar el país en su totalidad.