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La izquierda regresó a Brasil con Lula, pero la derecha se consolidó a pesar de todo
Así, ha emergido en el lado derecho del espectro político un nuevo fenómeno, una fuerza de derechas desacomplejada, abiertamente defensora de valores ultraconservadores, asociada en a las bancadas parlamentarias de las tres B.
La democracia es un sistema en que el partido de gobierno, o simplemente el gobierno, pierde elecciones. Bolsonaro ha perdido la reelección y habrá alternancia en Brasil. Finalmente ha ganado la dupla Lula-Alckmin. No ha terminado todavía el proceso, pues Lula asumirá la presidencia de la república el 1 de enero de 2023.
En Brasil se habla de direita envergonhada (derecha avergonzada) para describir un fenómeno que consiste en que élites y partidos de derecha rehúyen de esa etiqueta, usualmente optando por afirmar que son de centro. Aun décadas después del fin de la dictadura militar que sufrió el país (1964-1985) ha persistido esa vergüenza. Es una faceta notablemente duradera de la cultura política de la élite en Brasil. O, al menos, esto ha sido así hasta las elecciones de 2018, cuando ganó Bolsonaro, y las de 2022 lo han confirmado.
Desde el juicio político (impeachment) a la presidenta Dilma Rousseff, del izquierdista Partido dos Trabalhadores (PT), en 2016, el sistema de partidos brasileño ha sufrido una reconfiguración ideológica considerable. Es importante remarcar que esta reconfiguración se ha dado en el campo de la derecha, porque del lado izquierdo el PT sigue siendo la principal fuerza de izquierda, la que mejores resultados electorales tiene y mayores espacios de poder ocupa.
Una derecha desacomplejada
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Así, ha emergido en el lado derecho del espectro político un nuevo fenómeno, una fuerza de derechas desacomplejada, abiertamente defensora de valores ultraconservadores, asociada en a las bancadas parlamentarias de las tres B: Biblia, bala y buey. Y la B que mejor ha articulado esa nueva fuerza, hasta el punto de darle su propio ismo, ha sido Bolsonaro.
El tradicional partido de centro derecha, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), se ha visto reducido a la mínima expresión. Este partido, que llegó a ocupar la presidencia con Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y quedó en segundo lugar en las elecciones de 2002, 2006, 2010 y 2014, en 2018, después del impeachment a Rousseff y el inicio de la espiral polarizadora que vive el país, obtuvo menos del 5 % de los votos, y en la primera vuelta de 2022 algo más del 4 %. El auge de Bolsonaro y el bolsonarismo han hecho desaparecer prácticamente las opciones de centro-derecha o derecha.
Brasil cuenta ahora con un parlamento más fuerte y más escorado a la derecha y con un bolsonarismo más fuerte, a pesar de todos los problemas, errores y críticas durante el mandato de Bolsonaro (2019-2022). Desde la mala gestión de la pandemia hasta la deforestación del Amazonas.
La gran candidatura de Lula
La campaña de Lula jugó con la opción de construir una gran candidatura a modo de frente amplio que aglutinara desde la izquierda hasta el centro-derecha y vencer en primera vuelta. A modo de ejemplo: Geraldo Alckmin, candidato a vicepresidente con Lula, ha desarrollado toda su carrera política con el PSDB desde hace más de 50 años, lo cual incluye haberse enfrentado al propio Lula en las elecciones presidenciales de 2006. Antiguos rivales ahora unidos en una fórmula presidencial en 2022 para derrotar a Bolsonaro. Ese era el potente mensaje de la candidatura.
En cuanto a la campaña para la segunda vuelta, ha sido muy tensa, con fake news (desde que Lula había pactado con el diablo hasta la hipótesis de una tercera vuelta electoral), la policía siendo poco imparcial en la jornada electoral y un Tribunal Superior Electoral bastante intervencionista. Todo esto no ha hecho más que poner en tensión a la democracia brasileña, ya bastante tensionada estos últimos años. Un 6 de enero a la brasileña, en referencia al asalto al Capitolio, es una amenaza real.
El cuestionamiento de los resultados electorales, las urnas electrónicas y hasta las previsiones de las encuestas han sido constantes desde el equipo de Bolsonaro y posiblemente continúen.
El bolsonarismo, una fuerza consolidada
El bolsonarismo ha mostrado mucha fuerza en estas elecciones, no solo por el 49 % de voto en segunda vuelta, sino también en el Senado, Cámara y diferentes estados. Figuras clave del gobierno han obtenido puestos de representación con muy buenos resultados. El bolsonarismo es la nueva fuerza consolidada de la derecha brasileña.
Independientemente del resultado, el 30 de octubre de 2022 en Brasil ya estaba destinado a ser una fecha histórica: o bien la resiliencia exitosa de Jair Bolsonaro y el bolsonarismo después de un mandato presidencial de 4 años (2019-2022) o el regreso exitoso de un político como Lula da Silva después de haber sido presidente en dos ocasiones (2003-2006, 2007-2010).
Desde una perspectiva comparada a nivel latinoamericano, conviene tener presente que desde 2018 ningún oficialismo ha ganado una elección a nivel nacional. Brasil confirma esta tendencia de giro a la oposición, más que de giro a la izquierda. Así, Bolsonaro ha perdido. De hecho, es el primer presidente brasileño que pierde la reelección, pero sigue siendo la principal fuerza de la derecha brasileña, y ha obtenido más del 49 % de los votos en la segunda vuelta. La tercera presidencia de Lula no lo tendrá fácil, con un parlamento más fuerte y más bolsonarista.
Las elecciones han dejado un país dividido en dos mitades. Brasil es un claro ejemplo de las dinámicas perversas a las que puede llevar la polarización, no solo ideológica, basada en diferencias programáticas, sino también la afectiva, donde cada mitad del país vive de espaldas a la otra mitad, con un fuerte rechazo, por no decir odio, hacia el otro.
La siguiente fecha clave es el 1 de enero de 2023. Ahí comenzará un nuevo ciclo político en Brasil marcado por la consolidación electoral del bolsonarismo, el fin de la direita envergonhada y, sobre todo, por el regreso a la presidencia de Lula da Silva y el PT después de 7 años de gobiernos de derecha y ultraderecha.
Por: Asbel Bohigues
Profesor de Ciencia Política, Universitat de València
Artículo publicado originalmente en The Conversation