MUNDO
¿La mano dura se impone en el mundo?
La victoria del “sí” en el referendo en Turquía, ese que le otorga poderes especiales a Erdogan, constituye el triunfo de una corriente que se ha consolidado en los últimos años en la política internacional.
Después de muchas idas y venidas el primer ministro Recep Tayyip Erdogan triunfó por un estrecho margen en un referéndum celebrado este domingo en Turquía, que había centrado la atención del mundo. Especialmente de Europa, donde incluso Holanda y Alemania habían impedido recientemente la entrada de un alto funcionario turco a reuniones internacionales, generando una fuerte reacción del primer ministro que calificó la medida de “nazi”.
El mandatario y su partido AKP disfrutan de un apoyo fuerte y leal entre la base conservadora y musulmana de votantes, mientras que en el extranjero ha sido criticado por la forma en la que ha silenciado a sus opositores, en algunos casos por la fuerza. Erdogan tiene un carácter combativo con el que simpatizan muchos turcos.
Esta nueva victoria del carismático presidente no puede verse ni entenderse como un evento aislado. De hecho, lo ocurrido este fin de semana en el referendo es solo una nueva demostración de que la ‘mano dura’ se está imponiendo en el mundo y que, en ciertos casos, cuenta con un apoyo popular mayoritario.
El fenómeno Erdogan en Turquía ha demostrado que las democracias no son inmunes a la tentación del hombre fuerte. Erdogan es instintivamente autoritario pero su ascenso al poder nunca se dio por la vía de las armas. De hecho, ha ganado todas las elecciones a las que se ha sometido.
Y es que sin importar el momento histórico en el que se encuentre el mundo, el fenómeno de la mano dura siempre ha estado allí y se ha presentado como la respuesta a los problemas de una población cansada de la falta de oportunidades y de la ineficacia de sus gobernantes. Y aunque se pensaba que la época de los líderes absolutos era una cosa del pasado, lo cierto es que el terrorismo, la crisis migratoria y el decrecimiento económico de la última década le han dado a las propuestas autoritarias un nuevo aire.
Aunque no puede señalarse una fecha exacta de cuándo comenzó el fenómeno, algunos medios como The Guardian y The Independent apuntan al 2012 como el punto de inflexión. En mayo de ese año, Vladimir Putin regresó al Kremlin como presidente de Rusia. Y unos meses más tarde, Xi Jinping, se instaló como secretario general del partido comunista de China.
Tanto Putin como Xi reemplazaron a líderes sin carisma —Dmitry Medvedev y Hu Jintao— y se movieron con rapidez para establecer un nuevo estilo de liderazgo, defendiendo el derecho de sus países a una postura propia y una opinión independiente en las relaciones internacionales.
Y esta tendencia que comenzó en Rusia y China se hizo rápidamente visible en otros países. En julio de 2013, en los días finales de la primavera árabe, hubo un golpe en Egipto, lo cual resultó en la destitución de la Hermandad Musulmana y la aparición de Abdel Fattah al-Sisi, el exjefe del Ejército, como el nuevo líder del país.
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El año siguiente, Recep Tayyip Erdogan, quien ya había servido 11 años como primer ministro, fue elegido el primer presidente de Turquía. Casi de inmediato, comenzó a fortalecer la presidencia, marginando a otros líderes políticos y reprimiendo a los medios de comunicación.
En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán ha desafiado en constantes ocasiones a la Unión Europea. “El Estado que vamos construyendo en Hungría no es liberal. No niega valores como la libertad, pero no los convierte en un componente central", dijo el político hungaro durante una charla a estudiantes en Rumania, según lo reseñó en su momento el periódico El País. Orbán, en el cargo desde el año 2010, ha propuesto como núcleo de su política algo que él ha denominado “el enfoque nacional”.
En Alemania, en donde ya se vivió la mayor tragedia imaginable por cuenta del nacionalismo exacerbado, se está levantando el Pegida, de Lutz Bachmann, con manifestaciones islamófobas y antirrefugiados, que recuerdan los años de insurrección de Adolf Hitler. El surgimiento de este movimiento en Alemania no ha sido obviado por la canciller alemana, Angela Merkel, quien luego de una serie de manifestaciones del grupo dijo a la Deutsche Welle que se comprometía con la lucha tanto contra los movimientos islamófobos como contra quienes predican el islamismo radical o se adhieren al yihadismo.
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Pero si hubo un año en el que esta tendencia tuvo un impulso importante fue en el 2016. El triunfo en las elecciones estadounidenses del candidato republicano, Donald Trump y la victoria del ‘sí’ en el referendo que decidía la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea mostraron al mundo que ninguna democracia está exenta del populismo.
Y es que todos se han comprometido a iniciar un renacimiento nacional a través de la fuerza de su personalidad y su voluntad de ignorar las sutilezas liberales. En muchos casos, la promesa de un liderazgo decisivo está respaldada por una voluntad — a veces explícita, a veces implícita — de ilegalmente utilizar la violencia en contra de los enemigos del Estado.
El freno del populismo en Europa
La derrota del candidato de extrema derecha holandés Geert Wilders en febrero de este año puso el freno a esta corriente del continente. Las urnas en Holanda dieron como ganador al actual primer ministro, el liberal Mark Rutte, y revelaron que las posiciones anti inmigratorias y xenofóbicas de Wilders no tuvieron el apoyo que se esperaba.
El estado actual del populismo europeo se pondrá a prueba en Francia este mes, aunque todo señala que esta corriente política atraviesa un mal momento en el país galo. El candidato presidencial de centro, Emmanuel Macron, ha logrado en las últimas semanas sacarle ventaja a la dirigente del Frente Nacional, Marine Le Pen.
La representante de la extrema derecha comparte la plataforma anti inmigración y euroescéptica de Wilders, y las encuestas siempre le habían otorgado la victoria en la primera ronda de las elecciones galas.
Con todo, aunque no conviene subestimar a los movimientos populistas, la presidencia de Donald Trump y las complicaciones del Brexit le han servido de escarmiento a los votantes europeos, que no quieren seguir los pasos ni de Estados Unidos ni del Reino Unido.