CIENCIA

La pareja de científicos turcos detrás del éxito de la vacuna de Pfizer/BioNTech

Ugur Sahin y Ozlem Tureci, pareja de inmigrantes turcos, dedica su vida a la ciencia.

12 de diciembre de 2020
BioNTech es propiedad de Ugur Sahin y Ozlem Tureci. Desde el principio de la pandemia sabían que sus estudios para enfrentar el cáncer serían decisivos para encontrar la vacuna contra el coronavirus.

Cuando Margaret KeEnan abrace a sus hijos en año nuevo, tendrá que agradecer a una pareja de migrantes turcos radicados en Alemania por permitirle terminar con casi un año de encierro. Ella, de 90 años, se convirtió en la primera persona en Reino Unido y en el mundo en ser inoculada contra el coronavirus gracias a la vacuna desarrollada por el laboratorio estadounidense Pfizer y el alemán BioNTech, propiedad de Ugur Sahin y Ozlem Tureci. Keenan, a quien sus amigos llaman Maggie, dedicó su vida adulta a cuidar a sus dos hijos y a atender una joyería. Ahora es parte de la historia. Su ejemplo lo seguirán 400.000 personas en Reino Unido en las próximas semanas y otros 20 millones el año entrante.

Los creadores de este milagro científico son una pareja de oncólogos que le ganaron la carrera a docenas de empresas. “Brindaremos con té”, así contestó el profesor Sahin cuando le preguntaron cómo él y su esposa Ozlem celebrarían el inicio de la campaña de vacunación. Los científicos, él musulmán y ella exaspirante a monja católica, dejaron claro desde su boda que su alianza era de amor, pero que su compromiso era con la ciencia. Una vez terminada su ceremonia civil, se quitaron sus vestidos de gala para enfundar la bata blanca y regresar al laboratorio del Centro Médico Universitario de Mainz, donde enseña el profesor Sahin y buscan la inmunización contra el cáncer.

Hijos de migrantes turcos, se establecieron de pequeños en Alemania gracias a programas especiales de trabajo para sus padres. En 2008, junto con el oncólogo austriaco Christoph Huber fundaron BioNtech, donde marido y mujer son director ejecutivo y directora científica. Sahin es una de las 450 personas más ricas del mundo, según Bloomberg, con una fortuna valorada en 5.500 millones de dólares. Sin embargo, sigue viviendo con su mujer y su hija adolescente en un modesto apartamento en Mainz, y se transporta en bicicleta, pues no posee un carro.

En enero, un artículo sobre covid-19 en China publicado en la revista The Lancet cambió la vida de la pareja. Sabían que venía una pandemia y suspendieron las investigaciones sobre el cáncer para asignar a sus más de 1.300 empleados una tarea que ordenaron cumplir “a la velocidad de la luz”: buscar una vacuna contra el nuevo virus. Cancelaron vacaciones y, en su sede principal en Maguncia, no se trabajó en otra cosa hasta que en noviembre confirmaron que su vacuna era 95 por ciento eficiente. Pfizer se convirtió en el productor de la vacuna desarrollada por BioNTech, y aseguraron suministrar al mundo 1.300 millones de dosis a mediados del año entrante.

Su vacuna tiene el respaldo de la FDA en Estados Unidos, y funciona gracias al método ARN mensajero, que previene el cáncer y consiste en una molécula que le da instrucciones a las células del cuerpo para que produzcan la proteína que las hace inmunes al virus. Tiene retos, como una refrigeración a -70 grados centígrados para su conservación, y puede desatar reacciones alérgicas. A pesar de eso, Canadá y el Reino de Baréin también autorizaron su uso, y al cierre de esta edición se esperaba que Estados Unidos hiciera lo mismo para empezar a vacunar la semana entrante.

La alianza Pfizer-BioNTech tiene un componente adicional. Albert Bourla, griego judío y director ejecutivo del laboratorio estadounidense, reconoce que su condición de inmigrante ha sido un punto en común con Sahin, y que por eso su relación ha sido cercana. La saliente canciller alemana, criticada por su apertura a la migración, fue la primera en felicitar a la pareja turca, y el miembro del parlamento alemán Johannes Vogel fue más allá al trinar que si fuera por la extrema derecha, en su país no existiría BioNTech. En Alemania se jactan de que allí viva la pareja de inmigrantes que salvó al planeta.