Pandemia
La urgencia de vacunar ante el avance de la variante delta
El mundo hoy se divide en dos: los vacunados y los no vacunados contra la covid-19. A medida que avanza la variante delta, mucho más contagiosa que las anteriores, es más evidente la urgencia de inocular en países pobres y aislar a quienes rechazan ser inmunizados.
Esta semana, el planeta alcanzó 4 millones de muertos por coronavirus, una cifra agravada por la presencia de la contagiosa variante delta, que ya está en más de 100 naciones. La mayoría de las vacunas disponibles protegen contra esa nueva cepa, lo que significa que las personas no vacunadas son vulnerables. Con casi 25 por ciento de la población mundial inmunizada, el mundo aún no logra la inmunidad de rebaño.
Según el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, casi todas las vacunas han sido distribuidas en naciones de ingresos altos o medianos. “Demasiados países en todas las regiones del mundo están experimentando picos agudos en casos y hospitalizaciones, agravados por las variantes y la desigualdad impactante de la vacunación”, dijo el funcionario.
Las zonas más atrasadas están en África, donde países como Somalia o Yemen han inoculado a menos del 1 por ciento de la población. En nuestro continente, Haití no ha iniciado aún su vacunación, y las cifras son bajas en Nicaragua, Venezuela, Honduras y Paraguay. Al cierre de esta edición, en Colombia ese porcentaje era de 22,56 por ciento.
Pero el reto no es solo económico. En los países más desarrollados la inmunización se ha visto retrasada o del todo paralizada por los movimientos antivacunas, que incluyen desde cuestionamientos sobre su seguridad hasta objeciones políticas, religiosas y morales. En Estados Unidos, 47 por ciento de los miembros del partido Republicano dijeron en una reciente encuesta del Washington Post y ABC News que no se vacunarán. Su planteamiento es semejante al del expresidente republicano Donald Trump, quien acusaba a los medios de comunicación de exagerar sobre el peligro del coronavirus y rechazaba las medidas necesarias para evitar el contagio.
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A su vez, para muchos es una absurda realidad que el mandatario demócrata Joe Biden no haya logrado su meta de vacunar al 70 por ciento de la ciudadanía antes del 4 de julio porque el partido opositor no cree en la estrategia.
En esa nación, la más afectada por el virus en el mundo con casi 35 millones de contagios y 622.000 muertos, también ha habido resistencia de grupos religiosos, como los evangélicos, que creen que la vacuna contiene partes de feto, a pesar de que las farmacéuticas han aclarado que si bien se usaron células de fetos abortados hace 40 años durante la investigación, dichas células no forman parte de la fórmula de la inyección.
Aunque mucho se habla del movimiento antivacunas, lo cierto es que no se han organizado de manera homogénea. La oposición a las vacunas nació desde que fue creada la primera, en 1796, para contener la viruela. En ese entonces se cuestionaba si era ética por ser desarrollada experimentando con animales, o si era moral por poner en duda la protección divina por encima de la humana. Los argumentos más serios hoy giran en torno a la industria farmacéutica y el beneficio económico que obtendrá por cuenta de la crisis sanitaria. Uno de los discursos más populares es que al ser la única industria en el mundo que no se puede demandar, podría desarrollar y producir inyecciones en un tiempo récord y, en muchos casos, sin el escrutinio al que se someten otros productos médicos.
Quienes cuestionan la ética con que se elaboró la vacuna anotan, por ejemplo, que ante la urgencia por la propagación de la covid, los laboratorios no probaron los efectos en animales ni en personas con condiciones médicas existentes o en posibles futuras madres, y no tuvieron tiempo de observar sus efectos secundarios a largo plazo. Algunos de los laboratorios que hoy la venden, como Moderna, no habían producido vacunas antes. En el caso de Johnson & Johnson, sí cuentan con una vacuna contra el ébola, pero ha sido poco comercializada. Otras farmacéuticas, como Pfizer y AstraZeneca, tienen demandas ganadas y perdidas por la venta de otros productos que, a pesar de haber salido al mercado, no eran aptos para todos los públicos. También hay jóvenes que dicen que para qué arriesgarse a enfermar por una mala vacuna si el índice de mortalidad por covid es de 0,28 por ciento en menores de 70 años.
El debate sobre las libertades civiles ha logrado impedir que los líderes del mundo declaren obligatoria la vacuna. Por ahora, las medidas son localizadas y específicas. En naciones como Italia, Francia y Reino Unido exigen a los empleados del sector salud que se vacunen.
En otros, como Emiratos Árabes, los que trabajan en la industria hospitalaria deben estar protegidos, y en la ciudad de San Francisco, en California, les piden carnet de vacunación a todos sus empleados públicos. No se sabe si algún otro país tomará la misma decisión que el Vaticano. Allí, el papa Francisco dejó desde hace mucho afianzada su postura: “Es una elección ética porque estás jugando con tu salud, con tu vida; pero también estás jugando con la vida de los demás”, dijo en un mensaje que comparten otros jefes de Estado. Sin embargo, no en todas las naciones será fácil seguir esta recomendación.