EUROPA
Las elecciones de la Unión Europea, ¿se prepara un asalto antieuropeísta?
Los nacionalistas buscan una victoria histórica en las elecciones del Parlamento Europeo. Su éxito sería una mala noticia para el progresismo.
El día de los trabajadores, Florian Philippot, cabeza del partido populista francés Los Patriotas, se acercó a la fachada del edificio del centro de impuestos de la ciudad de Forbach, retiró la bandera de la Unión Europea, la lanzó al suelo y la reemplazó por un estandarte bleu-blanc-rouge. Qué ironía que un político tire al piso un símbolo de paz en una ciudad que los galos perdieron en el conflicto de 1870 ante Alemania y recuperaron al final de la Gran Guerra, antes de que los nazis la ocuparan en 1940. Para la extrema derecha del continente, las 12 estrellas doradas sobre un campo azul no representan la concordia que siguió a esas querellas sanguinarias, sino un obstáculo para la soberanía de las naciones, sus fronteras y banderas.
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El parlamento de esa institución que genera tanta desconfianza entre los partidos populistas será renovado en los comicios del 23 al 26 de mayo. Los ciudadanos de 28 Estados deberán escoger a los 751 miembros del órgano legislativo de la Unión Europea, en medio de uno de los peores momentos de la historia de esta organización transnacional. La crisis migratoria y social, los escándalos financieros y la desindustrialización causada por la competencia económica han diezmado las certezas políticas del continente y han alimentado a los extremistas.
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En los últimos años, los partidos radicales se han fortalecido en los comicios nacionales. En Austria, Bulgaria, Finlandia, Grecia, Hungría, Italia, Eslovaquia y Polonia gobiernan líderes populistas o coaliciones conformadas, en parte, por la extrema derecha. Francia, España y Alemania han resistido a esta ola, pero las últimas elecciones de estos países muestran una progresión preocupante. Todo esto sin mencionar que el brexit va a debilitar aún más la institución.
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Estos movimientos tienen ahora el objetivo de desestabilizar la composición del órgano legislativo europeo. Según los últimos estudios que reagrupan las encuestas de los países, los radicales podrían obtener hasta 190 diputados, 20 más que en la actualidad. El Partido Popular Europeo (PPE) y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D), la cual suma 404 miembros, perderían la mayoría absoluta. Según las previsiones, estos dos grupos obtendrían solo 330 escaños en la legislatura de 2019-2024.
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Esa progresión significa, para los extremistas, conquistar una tribuna política a gran escala. Esta estrategia no es nueva. Gracias a su victoria en los comicios europeos de 1984, Jean-Marie Le Pen, fundador del partido francés Frente Nacional, hoy rebautizado Reagrupamiento Nacional, obtuvo una visibilidad continental. Nigel Farage, británico elegido por primera vez en ese órgano en 1999 por el movimiento UKIP, utilizó el Parlamento para vilipendiar durante 20 años la Unión Europea y promover el brexit.
Sin embargo, más allá de la visibilidad que ganaría en el hemiciclo, si las previsiones se cumplen, la extrema derecha se vería obligada a adaptarse a la lógica de esa gran máquina democrática. Eso implica tener una verdadera estrategia para ganar influencia en la Unión Europea. El Parlamento solo vota los textos y el presupuesto establecidos por la Comisión Europea, pero no puede proponerlos. Por eso, quien quiera liderar la política continental debe tomar el poder en este órgano ejecutivo, lo que parece imposible para los nacionalistas. ¿Las razones? El Consejo Europeo, compuesto por los Gobiernos de los países miembros de la Unión, la mayoría de ellos proeuropeos, elige al presidente de la Comisión.
Los partidos populistas quieren desestabilizar el órgano legislativo europeo.
Sin la esperanza de obtener una mayoría en la Comisión, los nacionalistas deberán intentar crear un grupo parlamentario homogéneo. Pero, a pesar de la unidad que muestran en sus discursos contra la inmigración, entre las corrientes de la extrema derecha existen diferencias importantes, e incluso irreconciliables.
La economía es el primer tema de discordia. El Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), que ya ha gobernado ese país, propone medidas neoliberales, mientras otros, como el francés Reagrupamiento Nacional, defienden el intervencionismo estatal. Este movimiento, por su parte, renunció a su idea de abandonar el euro, pero otros, como la Alternativa para Alemania (AdF), todavía estudian salir de la unidad monetaria.
Hay otra gran diferencia en cuanto a la visión sobre la Unión Europea. Los países con Gobiernos nacionalistas del este, como Hungría, no se oponen abiertamente a esa organización, pues gracias a la solidaridad financiera común reciben hasta 4 por ciento de su PIB. Partidos como VOX, en España, críticos de la institución, no quieren abandonarla, mientras otros, como los Demócratas de Suecia, se han mostrado tradicionalmente favorables a un divorcio.
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Además, el FPÖ, Nueva Alianza Flamenca (N-VA, belga) o el Ley y Justicia (PiS, Polonia) no quieren trabajar con el Partido de la Libertad (PVV, Países Bajos) o el Vlaams Belang (Bélgica), considerados organizaciones aún más extremistas. Por otro lado, la cercanía del Reagrupamiento Nacional con los rusos disuade a los populistas suecos y polacos de aliarse con el movimiento francés.
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En estas diferencias reside la razón por la que en el Parlamento actual existen tres grupos que reúnen a los partidos radicales vencedores de las elecciones de 2014: Europa de naciones y de libertades, Europa de la libertad y de la democracia directa, y Conservadores y reformadores europeos. Eso, sin contar con los no inscritos, cuya generalidad de miembros pertenece a la extrema derecha.
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En ese contexto, resulta muy probable que los populistas ganen una mayoría en el nuevo Parlamento, pero sin lograr constituir una unidad. En esas condiciones, conservadores moderados, liberales y sociodemócratas lograrán mantener el timón.
Sin embargo, como le recuerda a SEMANA Gilles Raveaud, especialista de la Unión Europea de la Universidad París 8, la configuración del Parlamento no significa mucho si los partidos progresistas que lo ocupan no luchan contra las causas del progreso de la ultraderecha. “Durante años, los políticos europeos mintieron al decir que el neoliberalismo solo producía ganadores. Ignoraron por años a los perdedores de la globalización, como los miles de desempleados que causó la desindustrialización de algunas regiones europeas. Si no nos ocupamos de ellos, el panorama va a seguir oscureciéndose”.
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