RUSIA
“Llamé a mi asesino y me confesó todo”: la novela de Navalni
Al hacerse público que el gobierno de Putin trató de envenenar a su principal crítico, los rusos han salido a las calles a protestar por su detención. El hombre ha sobrevivido a dos intentos de homicidio y ha sido encarcelado más de 10 veces. Las cosas se complican en el Kremlin.
“Llamé a mi asesino y confesó todo”, así resume Alexéi Navalni una de las escenas más dramáticas de su novelesca vida. El más visible opositor del presidente ruso, Vladímir Putin, es una combinación de héroe, mártir, personaje célebre, enemigo del Estado y protagonista de una trama política que se lee como ficción. “Empieza como una novela de suspenso político, pero después parece más bien una comedia romántica”, dijo con el humor que lo caracteriza durante una entrevista con The Economist en Berlín, días antes de regresar a Rusia y de ser sentenciado a una condena de tres años y medio en un campo de trabajo forzoso. La llamada a su asesino es una de las escenas más impresionantes en la vida de Navalni, quien a sus 44 años ha sobrevivido dos intentos de homicidio y ha sido encarcelado más de diez veces.
El 14 de diciembre de 2020, desde algún lugar secreto en Alemania –donde pasó cinco meses recuperándose de envenenamiento–, se las ingenió para llamar al hombre a cargo de matarlo. Timbró en Moscú al teléfono de Konstantin Kudryávtsev, el agente del Servicio Federal de Seguridad que guardaba cuarentena en su casa y quien cayó en la trampa. Navalni se hizo pasar por un miembro del Consejo Ruso de Seguridad que llamaba para pedir un reporte del fallido intento de asesinato. “¿En cuál de las prendas hizo énfasis?”, preguntó, con un falso tono de molestia. Ya para entonces sabía que habían contaminado su ropa con el agente nervioso Novichok cuando viajaba de Tomsk a Moscú el 22 de agosto del año pasado. “En los calzoncillos”, contestó Kudryávtsev, y aclaró: “En la costura interior, en la entrepierna”. Si bien el opositor supo mantener la farsa durante los 49 minutos que duró la conversación, en el video en YouTube –que ha sido visto por más de 27 millones de personas– es evidente una frase que casi lo hace perder su compostura. “Si no hubiese aterrizado el avión, el resultado habría sido muy distinto”, dijo el agente, desilusionado. Del otro lado de la línea quedó claro que la decisión del piloto de aterrizar de emergencia en Omsk al ver que Navalni desvanecía, en vez de volar dos horas más hasta Moscú, le salvó la vida. “Aterrizaron demasiado pronto y en tierra los paramédicos lo esperaban”, se quejó el funcionario que llevaba tres años siguiendo a Navalni y que fracasó en la misión que se le encomendó.
El Kremlin dijo no tener nada que ver con el asunto, señaló a Navalni de ser agente de la CIA y el mismo Putin dijo que si la intención era matarlo, lo habrían hecho. Dos días después del intento de asesinato y en estado de coma inducido, Navalni fue trasladado a un hospital en Berlín. Mientras se recuperaba, siempre con su esposa Yulia a su lado, sus médicos confirmaron que en su cuerpo encontraron rastros de Novichok, el agente nervioso desarrollado por la inteligencia de la antigua Unión Soviética y que solo existe en laboratorios estatales rusos, pues ni siquiera se encuentra en el mercado negro de químicos mortales. Dos semanas después de llegar a Berlín, el activista volvió a abrir los ojos y de inmediato anunció que su lucha contra la corrupción y el régimen autoritario de Putin continuaría, y que regresaría a Rusia apenas estuviera en condiciones de hacerlo.El 17 de enero retornó, y con él volvieron las denuncias y las manifestaciones que mortifican al Kremlin. Apenas aterrizó en Moscú, fue detenido por un caso que, al mejor estilo Navalni, parece sacado de una película de comedia o terror.
Alexéi fue sentenciado en 2014 a tres años y medio de arresto por el desvió de dinero de una sociedad de cosméticos francesa. Acusación que él niega y que la Corte Europea de Derechos Humanos considera políticamente motivada. Ya había cumplido un año de detención domiciliaria, y ante la figura de libertad condicional, debería presentarse periódicamente frente a las autoridades. El activista no cumplió con ese requisito por un motivo de fuerza mayor: estaba en coma. Es válido preguntarse si no habría sido más conveniente para el Gobierno ruso mantener las condenas cortas a Navalni (la mayoría por convocar protestas) y no abrir la caja de pandora que significó su nueva sentencia. Tras su arresto, el opositor publicó un documental de dos horas con tomas aéreas de un palacio que, según él, pertenece a Putin. Se trata de una propiedad a orillas del mar Negro con 7.800 hectáreas, que se calcula costó 1.370 millones de dólares y que, de acuerdo con la oposición, es resultado del “peor soborno de la historia”. Fue entonces cuando se dieron los elementos para una tormenta perfecta. La detención de Navalni, la indignación por el palacio, el índice de pobreza del 14,3 por ciento y los 21 millones de personas que viven con lo mínimo desataron la furia de miles que desafiaron la nieve y la pandemia y salieron a protestar.
El domingo pasado se dio la mayor detención de ciudadanos en un solo día en la historia de ese país. Más de 5.400 fueron arrestados, hubo marchas en 100 ciudades, y el 42 por ciento de los que se sumaron reconocieron que era la primera vez que protestaban y que lo volverían a hacer. Este viernes, el alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, dijo que las relaciones entre Rusia y el bloque atravesaban uno de sus momentos más difíciles. Horas más tarde, el Kremlin expulsó de Moscú a varios diplomáticos de Alemania, Suecia y Polonia por expresar su apoyo a Navalni. El mandatario además arrancó con pie izquierdo su relación con el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quien pidió la liberación inmediata del activista. En el ámbito nacional, el costo político de encarcelarlo, y de paso de convertirlo en mártir, se conocerá después de las elecciones parlamentarias de septiembre.
El partido oficialista Rusia Unida tiene amplia mayoría en el parlamento, con 335 de los 450 representantes, y si bien no se espera un cambio drástico, sí hará mella la campaña de Navalni llamada ‘voto inteligente’, que consiste en viajar a las regiones y apoyar a los candidatos de otros partidos. Putin se rehúsa a pronunciar su nombre, tal vez para dar un aire de indiferencia o para evitar la vergüenza que, en calidad de exagente de la KGB, le puede producir el fallido atentado a su principal enemigo político. Navalni, en cambio, no tiene problema en mencionarlo y en burlarse del mandatario. Durante el juicio en el que se conoció que sería enviado a campos de trabajo forzado, fue dramático al decir que Putin jamás lo callaría, y gracioso al declarar que el presidente pasará a la historia como “el envenenador de calzoncillos”.