PANAMÁ

Los crímenes de Noriega

Los asesinatos por los que debe responder el ex hombre fuerte panameño parecen los de un dictadorzuelo del siglo XIX. Estos son algunos de ellos.

24 de diciembre de 2011
Noriega fue un estrecho colaborador de la CIA, cuando George Bush padre dirigía la agencia. Bush terminó derrocándolo en 1989, cuando 27.000 soldados estadounidenses invadieron Panamá.

Salvo por su cara picada por la viruela, el 13 de diciembre pasado en el aeropuerto de Tocumen en Panamá, no parecía quedar mucho de aquel general Manuel Antonio Noriega que aterrorizó a su país entre 1983 y 1989. Ese todopoderoso agente secreto de la CIA que manejaba los hilos de la diplomacia centroamericana, el militar sin escrúpulos que trató con Pablo Escobar, Fidel Castro y los sandinistas, el brutal cacique formado en la Escuela de las Américas. El hombre fuerte que, sin ejercer jamás formalmente la Presidencia de Panamá, gobernó de facto el Istmo con la violencia de un caudillo decimonónico, brutal y populista al mismo tiempo.

Postrado en una silla de ruedas, con parte de su cuerpo paralizado por un derrame, hipertensión y la cabeza medio calva, el Noriega que vuelve después de haber pasado 20 años en una cárcel en Florida por narcotráfico y dos en una prisión francesa por lavar dinero del cartel de Medellín es un anciano de 77 años. Tiene que cumplir seis condenas de 30 años por homicidio, asociación ilícita y privación de libertad, corrupción y peculado y enfrentarse a un juicio por desaparición.

Caso Hugo Spadafora

En junio de 1985, el médico, político y guerrillero Hugo Spadafora escribió una denuncia de frente sobre la corrupción, la decadencia y el narcotráfico del Noriegato. Ahí dejó claro que su nombre iba a ser el próximo en la larga lista de asesinatos políticos.

Solo esperó dos meses para que su vaticinio se hiciera realidad. El 14 de septiembre, en la frontera entre Costa Rica y Panamá, un campesino encontró una pesada tula. Cuando la abrió, surgió un cadáver decapitado, con heridas profundas en el cuello, las costillas fracturadas, lesiones en los genitales y una misteriosa marca en la espalda: F-8. Por una larga cicatriz entre el tobillo y la rodilla, a la familia de Spadafora no le quedó duda de que aquel cuerpo era el de Hugo. Un día antes había salido de San José, Costa Rica, para volver a Panamá después de varios años de ausencia. Pasó la frontera y se subió a un bus. En el trayecto, Francisco González, alias Bruce Lee, un agente del régimen, lo obligó a bajarse. Fue la última vez que lo vieron con vida.

Spadafora nació en 1940 en una familia de origen italiano. Estudió Medicina en Bolonia y viajó a África donde se unió a la guerrilla independista de Amílcar Cabral en Guinea Bissau. Volvió a Panamá y, después del golpe de Estado de 1968, tomó las armas. Terminó acercándose al régimen y fue viceministro de Salud en el gobierno del general Omar Torrijos. En 1978 luchó en Nicaragua contra la dictadura de Anastasio Somoza. Insatisfecho por la corrupción de los sandinistas, terminó uniéndose a la Contra. Spadafora era una leyenda, un revolucionario mítico, culto, combativo y uno de los opositores más notorios. La indignación por su asesinato fue total.

La investigación provocó una fuerte crisis política. El presidente 'títere' Nicolás Ardito Barletta, que estaba en Estados Unidos, prometió crear una comisión para buscar la verdad. A su regreso, fue arrestado por secuaces de Noriega y obligado a renunciar. Cinco meses después el caso fue cerrado por falta de pruebas. El crimen fue tan despiadado y tan descarado que marcó un antes y un después para los panameños.

Después de la caída de Noriega, el proceso fue reabierto. La justicia condenó a 20 años de prisión a Noriega, a Bruce Lee y a Julio Miranda, alias Muñecón, otro militar.

Caso Moisés Giroldi y de la masacre de Albrook

En 1989, el ambiente en Panamá era insoportable. Las marchas de la Cruzada Civilista, una organización pacífica que se oponía a la dictadura, eran reprimidas a balazos. Unos militares habían tratado de dar un golpe de Estado un año antes. La economía estaba por el suelo. Y en Washington, la alianza que tenían con Noriega se desplomaba.

El 3 de octubre de ese año, el mayor Moisés Giroldi y varios militares arrestaron y desarmaron a Noriega. Los golpistas habían coordinado la asonada con el Comando Sur de Estados Unidos, con bases en el Istmo, que tenía que bloquear el avance de tropas leales y llevarse al dictador en un helicóptero. Nunca llegaron. Con el tiempo a su favor, Noriega convenció a Giroldi de que lo liberara y le prometió no tomar represalias. Pero la traición siempre fue una de las marcas de Noriega.

Al día siguiente, el mayor fue detenido. Suplicó: "No lo hagan, por mis hijos", pero lo callaron por siempre con ráfagas de fusil. Ciego de ira y de venganza, Noriega ordenó fusilar a nueve militares más en sus cuarteles, frente a la tropa. Después de horas de torturas, fueron asesinados los capitanes León Tejada, Juan Arza, Edgardo Sandoval y Eric Murillo, el teniente Jorge Bonilla, los subtenientes Ismael Ortega y Francisco Concepción y los sargentos Feliciano Muñoz y Deóclides Julio. Los acribillaron en predios de Albrook, una base controlada por la Fuerza Aérea de Estados Unidos.

En 1995, Noriega y cuatro militares más fueron condenados a 15 años de prisión por los asesinatos, pero uno de ellos fue indultado, otros dos están exiliados y solo uno está en la cárcel. La manera brutal como Noriega reprimió el golpe dividió al Ejército y precipitó su caída, 50 días después, derrocado por tropas invasoras de Estados Unidos.

Caso Heliodoro Portugal

Noriega aún no ha sido condenado por la desaparición del sindicalista Heliodoro Portugal, pero lo espera el juicio el año entrante. El 14 de mayo de 1970, cuando era jefe de los Servicios de Inteligencia y el hombre fuerte era el general Omar Torrijos, Portugal fue detenido en un café en la ciudad de Panamá por un grupo de civiles. Nunca más se supo de este tipógrafo de 36 años, militante del Movimiento de Unidad Revolucionara, quien ya había sido amenazado y detenido por el régimen. En ese época, según lo documentó la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Cidh), la desaparición forzada fue una práctica recurrente del Estado panameño para acabar con opositores que tildaba de "delincuentes, comunistas y terroristas".

Solo en 1990 sus familiares denunciaron el crimen y nueve años después los restos de Portugal aparecieron en una fosa en el cuartel de Los Pumas en Tocumen. Este crimen impulsó la idea de crear una Comisión de la Verdad que publicó testimonios de presos que recordaron haber visto al activista en centros clandestinos de detención y en bases militares. Por eso hay pruebas claras de la culpabilidad del gobierno en la desaparición. En 2008, la Cidh condenó al Estado panameño por ser responsable del crimen y ordenó reabrir la investigación y enjuiciar a Noriega. La ironía es que la hija de Heliodoro, Patria Portugal, quien ahora es defensora del Pueblo, tiene que asegurar que los derechos del verdugo de su padre sean respetados.

El asesinato de Hugo Spadafora, la masacre de Albrook y la desaparición de Heliodoro Portugal son tres crímenes simbólicos, pero solo son una fracción del horror que atravesó a Panamá, donde hay miles de familias que aún buscan un cráneo, una prenda, una pista de sus seres queridos.

Ya con el exgeneral encerrado en la cárcel de El Renacer, muchos se preguntan si vale la pena seguir escarbando el pasado y no son pocos los que piensan que en estos tiempos de bonanza económica lo mejor sea tal vez olvidar. Como lo dejó claro Roberto Henríquez, canciller de Panamá en una entrevista, "bastó con que Noriega pisase suelo panameño para que las heridas se abrieran y comenzaran a sangrar de nuevo". Pero huirle a la historia no es el camino. Tarde o temprano Panamá tendrá que enfrentar la dolorosa pregunta de Carmenza Spadafora, la hermana del médico guerrillero: "¿Dónde está la cabeza de Hugo?".