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Los ricos rusos también lloran: las sanciones contra el Gobierno Putin los tienen acorralados
La incautación de bienes, el aislamiento económico y la incertidumbre financiera han generado pánico en la oligarquía rusa, que empieza a romper filas respecto a la necesidad de la guerra.
Al declarar una ofensiva militar en Ucrania, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, declaró una guerra a Occidente en su totalidad. Los paquetes de sanciones implementados contra Rusia se han presentado como una de las armas más letales esgrimidas por la coalición de países occidentales y han dejado al descubierto los puntos más vulnerables de ese país. Entre las sanciones, hay algunas que resaltan en particular: aquellas dirigidas a personalidades e individuos rusos.
Estas fueron anunciadas por Joe Biden en su discurso del Estado de la Unión, en el que dijo que Estados Unidos y sus aliados van a “apoderarse de sus yates, sus apartamentos de lujo y sus aviones privados”. Por su parte, la Unión Europea anunció que aplicará sanciones a 23 personalidades y magnates, así como a 351 miembros de la Duma (Parlamento ruso).
Las personas que ocupan estas listas y que son objeto de estas sanciones no son simples multimillonarios. Son miembros de la oligarquía rusa, una élite que ha logrado amasar fortunas debido a sus profundas conexiones con el Kremlin, en una relación de beneficios recíprocos. Los multimillonarios reciben contratos y utilidades económicas a cambio de ofrecer apoyo y estabilidad política.
Los Estados Unidos y Occidente argumentan que estos oligarcas “se han enriquecido a expensas del pueblo ruso” y, además, han sido los “responsables de proporcionar los recursos necesarios para apoyar la invasión de Ucrania”, según se lee en un comunicado oficial de la Presidencia de los Estados Unidos. Es por esto que debilitarlos se ha convertido en uno de los principales objetivos de la guerra económica contra Rusia.
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Las sanciones no se han quedado en simples amenazas. Al cierre de esta edición, el Gobierno de Estados Unidos y Alemania habían tomado en su posesión los yates de Alisher Usmánov, uno de los hombres más ricos de Rusia, y de Dimitri Peskov, secretario de prensa del Kremlin y líder de la propaganda rusa.
Asimismo, el Gobierno francés incautó un lujoso yate perteneciente a Igor Sechin, uno de los asesores principales de Putin y su amigo personal, quien es dueño de una importante petrolera en el país.
Sumado a esto, el bloqueo de las transacciones internacionales del sistema Swift ha sido un duro golpe para la oligarquía. Estos empresarios, dueños de compañías energéticas y de materias primas, no pueden vender sus productos a los mercados internacionales. Sus multimillonarias empresas han quedado completamente aisladas de la fuente de sus ganancias. Aunque tienen los productos, no pueden acceder a los mercados para comercializarlos.
El pánico se ha esparcido de manera casi generalizada entre los oligarcas. Varios yates lujosos han dejado sus países de origen para desplazarse hacia destinos lejanos de Rusia, que en su mayoría se encuentran por fuera de la jurisdicción de los Estados Unidos y Occidente, mientras que otros han empezado a vender sus activos más preciados.
Un yate estimado en 100 millones de dólares y llamado Graceful, propiedad de Vladímir Putin, se movió de manera abrupta de una reparación en Alemania hacia las costas más seguras de Kaliningrado, luego de que se anunció el endurecimiento de sanciones contra personalidades. Putin y su ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, se encuentran en una de las listas.
Oleg Deripaska, jefe industrial del aluminio en Rusia, movió uno de sus lujosos yates a las Maldivas. Mientras tanto, el yate del magnate petrolero Vagit Alekpérov se habría desplazado hacia Montenegro luego del endurecimiento de las sanciones.
Deripaska ha sido uno de los primeros disidentes dentro de la oligarquía. El dueño de una de las empresas de aluminio más importantes de Rusia ya había sido objeto de sanciones en 2018 y mantiene una relación un poco lejana con Putin. Por medio de la red social Telegram, el magnate dijo que retrasar las negociaciones “es una locura” y que es necesario firmar la paz lo más pronto posible.
Mikhail Fridman, quien haría parte de los círculos cercanos de Putin y se encuentra incluido en las listas de sanciones, rompió filas con el Gobierno del Kremlin, argumentando, en una carta destinada a sus empleados, que quería que el derramamiento de sangre terminara lo más pronto posible.
El miedo de estos magnates rusos se hizo más evidente cuando el dueño del Chelsea Football Club, Roman Abramovich, tomó la decisión de vender su equipo. El empresario dijo que todos los dineros recibidos por la venta del club servirán para financiar una fundación destinada a ayudar a las víctimas de la guerra, al rechazarla, pero sin decirlo abiertamente.
Además, y sin estar explícitamente nombrado en alguna de las listas negras occidentales, el magnate puso a la venta varias de sus propiedades en Reino Unido, tal vez en una maniobra que busca prevenir una desgracia antes que lamentarla.
El miedo de Abramovich puede estar relacionado con las profundas relaciones que mantiene con el Gobierno ruso. A pesar de ser una figura que se caracteriza por su bajo perfil –a diferencia de colegas como Sechin y Peskov, cuyas conexiones con el Kremlin y el beneficio de sus políticas son evidentes–, el magnate tiene una relación de larga data con la política rusa.
Abramovich fue uno de los socios de confianza de Boris Yeltsin, expresidente de la Federación Rusa y antecesor de Putin. De la mano de Yeltsin compró acciones en una compañía petrolera, que luego serían vendidas a la compañía de gas Gazprom. Fue gobernador de la provincia de Chukotka, donde estableció fuertes vínculos con Putin, y luego realizó inversiones en aluminio y automóviles hasta amasar una fortuna de casi 13.000 millones de dólares, según la revista Forbes.
Abramovich es casi el ejemplo estelar de lo que es un oligarca ruso. Acumuló su fortuna gracias al mantenimiento de fuertes relaciones con los mandatarios de turno. En un momento Yeltsin y ahora Putin. Su miedo y las acciones defensivas hechas en los últimos días dejan ver que tal vez las relaciones entre los hombres de negocios y su principal socio no pasan por el mejor momento.
Los magnates pueden sentir que caminan por una delgada línea, en la que reina la incertidumbre sobre el futuro de sus riquezas. Es difícil todavía saber qué pasará con la oligarquía y qué tanto aguantará este duro golpe. Putin les había dicho que no tenía opción y había planteado una ofensiva rápida; sin embargo, hasta este momento la balanza no está inclinada hacia ningún lado. A pesar de que Putin dijo en los últimos días que la invasión va “de acuerdo a lo planeado”, la situación es aún muy incierta. Hay algo claro, y es que una guerra prolongada, con el endurecimiento de las sanciones y el pánico en los mercados, no es buena para los negocios.
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