Historia
Los verdaderos vándalos: el pueblo con la peor reputación de la historia occidental
“Vándalo” es la palabra más buscada y repetida en internet por estos días, debido al uso que le han dado las autoridades y el Gobierno en el marco del paro nacional de Colombia. Sin embargo, su etimología lleva a descubrir un relato muy distante al que se ha vivido en las calles, una historia más relacionada con la construcción de una nación que con la de su destrucción.
Hubo un tiempo, ya hace siglos, en el que ser llamado vándalo era motivo de orgullo y no de desprestigio. Los vándalos ayudaron a darle forma al actual mapa sociocultural europeo –con invasiones y sangrientas campañas, todo sea dicho–, pero su imagen se fue desdibujando por la acción del tiempo y la “romanización” de la moral y las costumbres.
Para empezar, los vándalos fueron un pueblo de origen germano que habitó un territorio de Europa Central, entre Alemania y Polonia. Durante su existencia, recorrieron e invadieron múltiples naciones y se establecieron en el norte de África, en la actual Túnez.
La primera referencia escrita sobre esta tribu data del año 77 d. C., cuando el historiador y filósofo romano Plinio el Viejo mencionó a los Vandilii. Se cree que migraron a la actual Alemania desde Escandinavia. Es posible que también incluyeran a miembros de la cultura Przeworsk, una tribu de la Edad del Hierro que vivía en la actual Polonia. Los historiadores creen que eran agricultores y pastores. Otra teoría menciona que este pueblo tomó su nombre del condado de Vendel, en Suecia. También eran llamados “lugiones”.
La palabra vándalo parece tener un doble significado: “los que cambian” y “los hábiles”. La palabra “lugiones”, igualmente, tomaba un doble significado: “mentirosos” y “confederados”. Desde su ingreso en la historia escrita ya estaban bajo sospecha.
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Tuvieron su propio idioma: el vándalo, además de contar entre su gente con un famoso rey (Genserico, del cual se han escrito varios libros, pues llevó a su pequeño pueblo a ser una potencia militar), tenían fama de guerreros, atrevidos, enjundiosos y rapaces. Su temeridad no tenía límites.
En el siglo II d. C. los vándalos empezaron a enfrentarse al Imperio romano. Participaron en varias guerras en la frontera romana, como las guerras marcomanas del río Danubio, que se prolongaron desde la década del 160 d. C. a la década del 180 d. C.
Hay que añadir que el pueblo vándalo también resulta asociado a otro término claramente vilipendiado: el de los “bárbaros”. Los pueblos germánicos que se extendían por las riberas del Rin hacia Bohemia (actual República Checa) y más al este, fueron conocidos como bárbaros. El nombre provino de los griegos, pues según ellos, no hablaban de manera civilizada, sino por medio de “balbuceos” incomprensibles (bar-bar), como los de los niños.
También equivalía a “extranjeros” que no hablaban una lengua civilizada, como el latín o el griego. Llegaron en tribus nómadas de blancos europeos y amarillos asiáticos. Ya en la Roma imperial, la connotación lingüística pasó a ser peyorativa. La “barbarie” señalaba un estadio inferior en la evolución de las sociedades humanas.
El declive de los vándalos
Mientras viajaban por el este y centro de Europa, los vándalos peleaban con los lugareños, capturando su territorio conforme avanzaban. En el año 406 d. C., atravesaron el río Rin y comenzaron a invadir la Galia (actual Francia), después Hispania (España) y el norte de África. Uno de sus mayores logros fue capturar Cartago (actual Túnez) en el 439 d. C.
Genserico, el rey más exitoso que conocieron los vándalos, convirtió a Cartago en la capital del reino –que para ese entonces era una provincia romana más tras la muerte de Aníbal Barca– y conquistó más territorios pertenecientes al imperio en los años posteriores.
Su ubicación estratégica en el Mediterráneo proporcionó una ventaja a los vándalos, que se convirtieron en una potencia naval formidable. Desesperado, el Imperio romano se vio forzado a reconocer a los vándalos como interlocutores legítimos y firmó un tratado que garantizaba que dejarían a Roma en paz. Los vándalos adoptaron muchas facetas de la cultura romana, incluidas sus prendas de vestir y sus artes. El momento que transformaría el término “vándalo” al de poseso destructor de vidas y bienes estaba a punto de llegar.
Genserico era un astuto observador y pudo prever la progresiva y eventual desintegración del Imperio romano. En el año 455 d. C., Petronio Máximo asesinó al emperador romano Valentiniano III. El rey vándalo vio ahí su oportunidad y declaró la invalidez del tratado entre los vándalos y los romanos. Pocas semanas después marchó con un enorme ejército hacia la Ciudad Eterna.
Los anales de la época retrataron el saqueo de los vándalos a Roma como una orgía de sangre y muerte, llena de toda clase de atrocidades que llevaron a que la población aterrorizada se refugiara en las catedrales de San Pedro, San Juan y San Pablo. Historiadores modernos consideran que no fue tan violento como se ha plasmado.
Aunque la Iglesia consideraba a los vándalos unos herejes, decidieron negociar con ellos. El papa León I “Magno” los convenció para que no destruyeran Roma. Saquearon las arcas de la ciudad, pero dejaron intactos los edificios y volvieron a casa.
A esto le siguieron años de enfrentamientos. Entre los años 460 y 475 d. C., los vándalos rechazaron un intento de ataque por parte de Roma, que trataba de recuperar lo que había perdido. El declive de esta efímera civilización vino con la muerte de Genserico en 477 d. C. Hunerico, su hijo, Trasamundo, Hilderico y Gelimer no supieron conservar el legado. Gelimer, bisnieto de Genserico, en marzo de 534 d. C. perdió el reino vándalo en manos del general Belisario y Justiniano I, pertenecientes al Imperio bizantino (mejor conocido como el Imperio romano de oriente).
Roma regresó al norte de África y recuperó sus graneros y las rutas comerciales del Mediterráneo occidental, antes dominadas por la flota vándala. Por su lado, la Iglesia católica nicena recuperó gran parte del cristianismo que había perdido con el arrianismo, reconstruyó sus jerarquías en alianza con la nobleza norafricana y recuperó los despojos del templo de Jerusalén, que estaban en poder de los vándalos.
Su reino fue finalmente destruido por los bizantinos hacia el año 534 d. C. y los vándalos fueron expulsados del norte de África.
De vándalo a “vandalismo”
El saqueo de Roma en 455 d. C. ilustra el accionar violento de los guerreros vándalos, que hasta el día de hoy se relaciona en nuestra mente con el frenético y desordenado ataque de los ciudadanos dentro de una urbe, quienes montados en cólera destruyen los bienes públicos, saquean o agreden a otros. El problema es que esta definición se ha visto deformada con el paso de los siglos, para acomodarse a la conveniencia de las clases dirigentes, para desligitimar los levantamientos populares.
Más de mil años después de la caída del reino vándalo, ese nombre volvería a resignificarse de la mano del religioso francés Henri Grégoire, quien se encargaría de hacer universalmente famosos a los vándalos en plena Revolución francesa. Grégoire escribió el Informe sobre la destrucción traída por el vandalismo y los medios para acabar con ella, un controversial texto en el que denunciaba los ataques a los monumentos franceses por parte de los enemigos de la República. A Grégoire le gustaba repetir que solo los bárbaros y los esclavos eran capaces de destruir los monumentos artísticos como los museos, los palacios, las catedrales, los castillos: “Los hombres libres los aman y conservan”.
A partir de ese informe en el que el obispo Henri Grégoire usó por primera vez la palabra vandalismo, se produjo su expansión y generalización en el mundo entero. Por su parte, los historiadores alemanes del periodo del Romanticismo rechazaron la asociación hecha por Grégoire, pues consideraron que ofendía el legado de los ancestros bárbaros del pueblo germano y le recordaron que en 1734 John Theophilus Desaguliers, amigo de Isaac Newton, había denunciado a Descartes y otros críticos del pensamiento del físico, como “un ejército de godos y vándalos del mundo filosófico”. Incluso, en 1517 Rafael Sanzio de Urbino –el célebre pintor Rafael, del Renacimiento– acusó a los constructores de su época de saquear los restos arqueológicos de Roma para embellecer sus casas. Los llamó “vándalos y godos” arrasadores.
En pleno siglo XXI el vandalismo sigue siendo tomado como algo negativo, delictivo y poco fiable. Ha sido grande la desgracia de los vándalos, puestos en peor lugar que los propios hunos de Atila. El mismo diccionario es poco amable con pueblos como los vándalos, los godos (similares a los que tenemos en Colombia) y los bárbaros, definidos como “referentes a la barbaridad: dicho o hecho necio o temerario, atrocidad, demasía; la de “barbarie”: rusticidad, falta de cultura, fiereza, crueldad; de “barbarismo”: vicio del lenguaje, impropiedad; la de “bárbaro”: fiero, cruel, arrojado, temerario, inculto, grosero, tosco, sanguinario, rústico”.
Las precisiones hechas son necesarias porque la palabra “vándalos” se escucha y lee todos los días en Colombia, sobre todo en el marco del actual paro nacional. Dado que la protesta social abunda y a veces se torna violenta, es allí cuando medios de comunicación, gobernantes y sectores más conservadores la usan reiteradamente, no siempre con fortuna.
Un poco de justicia para reivindicar a los guerreros vándalos del pasado.