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Del amor al odio, el vía crucis del expresidente de Brasil
Luiz Inácio Lula da Silva dejó de ser uno de los mandatarios más populares del país para ser considerado uno de los corruptos más odiados. El anuncio de su captura, ha polarizado el panorama político de Brasil.
Menos de 24 horas después de que el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil le negara el hábeas corpus al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de 72 años, el juez Sergio Moro ha emitido su orden de arresto. El exmandatario, condenado a 12 años y un mes por corrupción y lavado de dinero debe ingresar en la cárcel hasta el final de la tarde del viernes. Pero no será la primera vez que estará preso.
En 1980, el entonces líder del Sindicato de los Metalúrgicos de la región del ABC de São Paulo, al frente de una huelga que paralizó diversas montadoras, Luiz Inacio da Silva -el ‘Lula’, como pasaría a ser conocido en su vida pública- fue detenido y estuvo 31 días en prisión. Un año después, fue condenado a tres años por la Justicia Militar por “incitación al desorden colectivo”, pero apeló la sentencia y fue absuelto.
En aquella época, Lula ya era el dirigente del recién creado Partido de los Trabajadores (PT) y ya se perfilaba como un líder político más allá de las asambleas de obreros.
En los 38 años que separan aquella primera condena de la sentencia a la que se enfrenta ahora, el metalúrgico se convirtió en presidente, por dos periodos consecutivos, del mayor país de América Latina, se enfrentó a diversos escándalos políticos, se convirtió en el principal blanco de la mayor operación anticorrupción de Brasil y a tragedias personales, como el fallecimiento de su mujer, Marisa Letícia, a principios de 2017.
Hijo de padre y madre analfabetos, Lula nació en Garanhuns, en la zona más árida de Pernambuco, en el noreste de Brasil, el 27 de octubre de 1945. Cinco años después, se embarcó con su madre y siete hermanos en un viaje de camión hasta llegar al Guarujá, periferia de Sao Paulo, donde pasaron a vivir en una casa de una habitación. En 1969, con un diploma de torneado mecánico, Lula se eligió suplente en la dirección del Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo y Diadema, pero solo se hizo conocido nacionalmente en 1978, cuando comandó las primeras huelgas de metalúrgicos contra el régimen militar.
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Lula llegó a la vida política del país en 1986, como el diputado federal más votado, pero no le gustó lo que encontró en el Congreso. “Hay una minoría que trabaja por el país, pero hay una mayoría de unos 300 deshonestos que solo defienden sus propios intereses”, dijo en su discurso más famoso aquel entonces.
Tres años después, empezó su carrera hacia la Presidencia de la República, pero fue derrotado en los comicios de 1989, 1993 y 1998. La ascensión al cargo vino en el 2002, con el cambio de imagen de “rojo barbudo” por la de un político “paz y amor”, como él mismo lo definió. Después de una carta al pueblo brasileño en la que tranquilizaba el mercado financiero sobre los riesgos de que un socialista comandara el país, Lula llegó al Palacio del Planalto en Brasilia.
No abandonó, sin embargo, sus costumbres de siempre, como le gustaba contar a su mujer: la cachaça de los tiempos de metalúrgico seguía entre sus preferencias y el entonces jefe de Gobierno todavía lavaba él mismo sus calcetines y calzoncillos en la ducha.
Sus ocho años de legislatura estuvieron marcados por el crecimiento económico y avances sociales con programas como el Bolsa Familia y Bolsa Escuela, que ofrecían subsidios a las familias con pocos recursos. El logro del que más se jacta es de haber retirado a Brasil de la lista del hambre de la ONU, cuando la Organización publicó que la pobreza extrema se redujo en un 75% en el país. Mientras daba pan a los pobres, Lula contentaba también a los ricos, que tenían un escenario favorable para sus inversiones.
Con más del 90% de popularidad, cifras que mantuvo hasta dejar el poder, el entonces presidente sobrevivió incólume a los primeros escándalos de corrupción en su partido y, cuando salió de la Presidencia, logró dejar a una heredera en su lugar: Dilma Rousseff.
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Solo después del impeachment de Rousseff en 2016, Lula entró en la diana de las investigaciones de corrupción en Brasil, que lo llevaron una vez más a la cárcel. Las acusaciones y los reveses judiciales no frenaron, sin embargo, su propósito de volver a comandar el país. Y mientras multitudes ocupaban las calles tanto para defenderlo como para condenarlo, Lula, quien lidera las encuestas para los comicios de octubre, inició una peregrinación de norte a sur de la nación con un solo discurso: “Lulaya no es solo un hombre, Lula es una idea de Brasil”.
Queda por ver si la idea de un obrero que conquistó a los patrones y comandó una República sin diploma universitario es lo suficientemente fuerte para llegar a finales de un año que promete ser el clímax del huracán político en el gigante latinoamericano.