MEXICO INSURGENTE
El levantamiento guerrillero del estado de Chiapas demuestra hasta qué punto están lejos de resolverse los problemas de México.
EN NINGUNA PARTE DEL MUNDO UN ATAque guerrillero hubiera causado tanta sensación como en México. Al fin y al cabo en ese mismo primero de enero, en el que el desconocido Ejército Zapatista de Liberación se tomó siete localidades del estado de Chiapas, el país azteca debía entrar por la puerta grande al Primer Mundo.
Y aunque efectivamente el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá comenzó a regir en esa fecha, para entonces ya no era el protagonista único de la vida mexicana.
Unos tres mil guerrilleros parcialmente armados lograron con ese golpe publicitario resquebrajar la imagen cuidadosamente construida por el presidente Carlos Salinas de Gortari, acerca de un país en el umbral de la industrialización, dueño de una clase media creciente y portaestandarte del modelo de desarrollo neoliberal.
Por el contrario, el ataque puso en evidencia la existencia de un país con por lo menos dos realidades contradictorias, de las cuales la menos conocida está compuesta por millones de marginados, cuyo ejemplo extremo se da en la Selva Lacandona. Lejos de poder comentar el éxito de la entrada en vigencia del TLC, el presidente Salinas se vio obligado a reconocer ante el Congreso que "sabemos que las necesidades y las inequidades siguen existiendo y que los beneficios y las oportunidades aún no son realidades tangibles para muchos".
El surgimiento de un movimiento guerrillero pone de presente, además, las debilidades inherentes a un sistema cerrado, en el cual el poder reside, más que en el Estado, en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y en donde cualquier forma de oposición, hasta la más tradicional, es considerada una amenaza.
La enorme capacidad de control del PRI (que no ha perdido una sola elección presidencial, muchas veces gracias al fraude más descarado) ha sido la causa de que México haya podido vivir en relativa paz social a pesar de sus enormes desigualdades. Pero el caso de Chiapas tiene también ingredientes que explican por qué el estallido del descontento se presentó allí en particular. "Se trata de una región rica en recursos y bellezas naturales, pero una de las más pobres en nivel de vida. Con índices de analfabetismo del 50 por ciento y escasos o inexistentes servicios públicos -el índice de casas sin drenaje es del 80 por ciento, contra un promedio nacional del 19-, la historia de la región es un rosario de tragedias sociales.
La zona está poblada por comunidades indígenas descendientes de los mayas (de hecho, los líderes guerrilleros que hablaron con la prensa se expresaron con dificultad en español) y allí persiste, en forma casi invariable, el dominio de los terratenientes que se impuso después de la conquista española.
Se dice, además, que en el estado de Chiapas ni siquiera venció la revolución de 1910, pues el gobierno tuvo que transar con los terratenientes, quienes se encargaron de que la reforma agraria se llevara a cabo en forma muy lenta y limitada.
El gobierno de Salinas de Gortari, que alcanzó un enorme prestigio por sus políticas para la revitalización de los índices macroeconómicos, agravó la situación de los campesinos de Chiapas, a pesar de que el Programa Nacional de Solidaridad efectuó un importante paquete de inversiones.
La apertura de la economía, la privatización y el TLC significaron cambios radicales en las reglas del juego. Una reforma constitucional posibilitó desde hace dos años la venta de las tierras repartidas por la reforma agraria, lo que podría conducir a un desalojo masivo. La razón es que los campesinos, acorralados por la crisis y sin poder pagar sus créditos bancarios por los bajos precios de sus productos y la desigual competencia con sus homólogos estadounidenses y canadienses, ahora tienen menos esperanzas de negarse a vender sus tierras.
Esa es la razón por la que el ataque, a pesar de todo, no haya sido una verdadera sorpresa. Para muchos observadores el surgimiento guerrillero era un secreto a voces en la Selva Lacandona. Se dice que el EZLN surge de la fusión de la llamada Organización Campesina Emiliano Zapata y de la Alianza Nacional Campesina Independiente, en las que, según se afirma, se venía discutiendo desde hace tiempo la posibilidad de la lucha armada. En una entrevista publicada por el semanario Proceso, en septiembre del año pasado, el sacerdote jesuita Mardonio Morales, misionero por muchos años en la región, reveló la existencia de un movimiento insurgente. Morales sostuvo que la semilla ideológica había sido sembrada desde 1974 en un congreso indígena celebrado en San Cristóbal de las Casas, presidido por el obispo de la región. De ahí que algunos estén acusando a la Iglesia de ser la instigadora de los hechos, algo que la jerarquía niega vehementemente.
Para algunos observadores, los guerrilleros mexicanos son campesinos de enorme inocencia, muy diferentes a sus duros colegas de Centroamérica. Eso explicaría la aplicación con que se dieron a destruir la Casa Municipal de Altamirano, en un gesto simbólico para "construir el socialismo", y que hayan declarado que su objetivo inmediato es llegar a Ciudad de México, destituir al gobierno y conseguir una revolución "a la cubana". Objetivos por lo menos delirantes para un grupo de unos dos mil hombres muy mal armados. Pero lo cierto es que ahí están, y que a pesar de la operación de tierra arrasada del Ejército (que ya ha causado la reacción de los organismos de derechos humanos), no han sido aniquilados y el problema podría enquistarse.
Los voceros oficiales inicialmente trataron de vincular el hecho con influencias extranjeras, sobre todo de la Unidad Revolucionaria Popular Guatemalteca, que opera muy cerca de la frontera. Aunque esas versiones quedaron atrás, la imagen de México como propiciador de acuerdos de paz (Guatemala, El Salvador, Colombia) podría haber quedado dañada para siempre.
Como también se deslució la tan anunciada llegada del país al mundo desarrollado. El Estado mexicano desnudó sus eufemismos e incongruencias, reveló que allí también los militares parecen actuar como rueda suelta (la violencia de la represión, incluidos asesinatos sumarios, recuerdan a la masacre de la plaza de Tlatelolco en 1968) y no pudo ocultar que sólo accederá al desarrollo cuando sus problemas sociales estén, al menos, en camino de ser superados.
VIVSA ZAPATA!
"EMILIANO ZAPATA AUN TIENE las botas puestas y el caballo ensillado", reza la leyenda escrita en el monumento de Toluca. Y ese podría ser el lema de la quijotesca acción del Ejército Zapatista de Liberaci6n Nacional. Pero, ¿quién es esa figura histórica que casi 80 años después de su muerte sigue proyectando su influencia sobre el país?
Zapata fue el prototipo del campesino mestizo alzado en armas durante la Revolución Mexicana (1910-1917). Su porte guerrero, su mirada torva y sus grandes bigotes, sumados a una historia impecable y un gran arrojo, lo convirtieron en el adalid de sus defendidos, los campesinos pobres y los indígenas.
Se incorporó a la revolución desde el movimiento que derrocó en 1910 a Porfirio Díaz, y en las acciones que siguieron creó el Ejército Libertador del Sur. El triunfo de Francisco Madero, su jefe revolucionario, no fue suficiente para que depusiera las armas. Zapata exigió para ello que se hiciera efectivo el reparto de tierras, y lo único que consiguió fue que el presidente interino, Francisco León de la Barra, le declarara en rebeldía.
Zapata no se amilanó y continuó en guerra de guerrillas, a tiempo que lanzaba el Plan de Ayala, que propendía por la redención de los indígenas y el fin de los latifundios.
El 26 de noviembre de 1914 la División del Norte, comandada por Pancho Villa, confluyó triunfante en Ciudad de México con el Ejército Libertador del Sur, de Zapata. Fue un efimero ejercicio de poder popular coronado por la entrevista del 4 de diciembre.
Pero la confusión revolucionaria siguió adelante y Zapata murió asesinado por otro sector revolucionario. Sus ideales agraristas quedaron a medio camino cuando se institucionalizó la revolución, pero su imagen sigue viva, así sea para ganar adeptos sobre la base de que los mitos populares nunca mueren.